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El otoño venía siempre con charcos, claroscuros y fotos de carné. Los rayos de sol amarilleaban y se volvían horizontales, como si alguien encendiera un flexo tras el horizonte. Lo recuerdas así: melancólico, íntimo, escolar. Hoy no queda ninguna estación que te sugiera esas cosas. Vivimos en un verano perpetuo que ni te inspira melancolía bastante para deambular por los escenarios de tus pecados, ni te empuja a buscar esa intimidad que sólo sirven en los bares, ni te evoca el olor de los libros nuevos en el colegio. Te recuerdo que es otoño porque, así, en manga corta, durmiendo sin pijama, puede que no te hayas dado cuenta. Siempre pensaste que el otoño era una personalidad, no una edad, ni siquiera un estilo, sino una forma poética de ser, pero ahora descubres con horror, si es que lo descubres, que adentrarse en noviembre con el termómetro de la farmacia de enfrente marcando temperaturas casi de agosto te desertiza por dentro, deja tu corazón colgando como un tomate bajo un plástico de invernadero.

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Te ha llamado tu hermana para preguntarte si crees posible que en España se produzca un gran apagón y se te ha dibujado una sonrisa en el rostro atormentado. ¿Un apagón?, le has respondido, los tuvimos todos de pequeños. Y es verdad, cuando aún vivía el otoño tu madre guardaba velas, más bien cirios, en el armario del pasillo y siempre que se iba la luz, que se iba siempre, los encendíais con cerillas. Digo cerillas, mixtos decían los papás, fósforos los vaqueros, menciono aquellas cajitas con dibujos de animales y un rascador en el lateral, porque es probable que no te venga al pensamiento cómo se prendía una vela si los mecheros eran un regalo de lujo. Y no me preguntes ahora qué era un regalo, te estoy explicando qué era el otoño.

Por entonces dependíais menos de la electricidad. No existían móviles, ni ordenadores, ni aire acondicionado. La luz servía para ver, para calentarse y ya. Un corte de suministro no desconectaba pulmones artificiales y tampoco bloqueaba el pago del sobre semanal en contaduría. No es lo mismo un apagón para Ulises que para un robot, y tú estás a medio camino entre ambos. ¿Entiendes mi tristeza? No es sólo el cambio climático. Antes tus fantasías eran sólo tuyas y ahora Facebook se propone producirlas para ti, quiere que en tus sueños dejes de ser protagonista y te conviertas en espectador. De eso va Meta, su nueva empresa. Tu «metaverso» era el otoño, tu universo paralelo más allá de la literatura, y el tal Zuckerberg se ofrece a cambiártelo por un casete, por un mapamundi sin mar. No seas hoja, no caigas.

No es lo mismo un apagón para Ulises que para un robot. Y tú estás a medio camino entre ambos

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