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Cada tres años, los 24 de octubre, cientos de profesionales y voluntarios recorren Valencia con un sólo propósito: contar a todos los que, de un modo u otro, viven sin ese derecho constitucional que es gozar de una vivienda digna. Es el censo municipal de personas sin hogar.
Enumeran a los que están en albergues, pero también a aquellos cuyo cobijo es un banco, el hueco de un edificio, un puente o un montón de cartones. Hace un mes había 837 personas en esta condición, la cifra más alta desde que en 2019 comenzó el seguimiento evolutivo del problema. De ellos, 471 habitaban en la calle y 366 estaban alojados en centros de acogida.
SIN TECHO EN VALENCIA Y
LUGAR DÓNDE PERNOCTAN
831
2019
Albergue
261
Calle
570
754
2021
Albergue
402
Calle
352
La cifra de personas
sin hogar es la más alta
de los últimos cinco años
837
2023
Albergue
366
Calle
471
SIN TECHO EN VALENCIA Y
LUGAR DÓNDE PERNOCTAN
831
2019
Calle
Albergue
570
261
754
2021
Calle
Albergue
352
402
La cifra de personas
sin hogar es la más alta
de los últimos cinco años
837
2023
Calle
Albergue
471
366
SIN TECHO EN VALENCIA Y
LUGAR DÓNDE PERNOCTAN
La cifra de personas
sin hogar es la más alta
de los últimos cinco años
837
831
2023
2019
754
2021
Albergue
Albergue
261
366
Albergue
402
Calle
Calle
570
471
Calle
352
SIN TECHO EN VALENCIA Y
LUGAR DÓNDE PERNOCTAN
La cifra de personas
sin hogar es la más alta
de los últimos cinco años
837
831
2023
2019
754
2021
Calle
Albergue
Calle
Albergue
Calle
Albergue
570
261
352
402
471
366
Y uno de los que vive callejeando es Paco. Paco, sin más. Prefiere que no se conozcan sus apellidos, ni su rostro, ni donde duerme. Son sus condiciones. Y es que, además de no tener techo, ha sido víctima de una grave agresión, otro riesgo al que se exponen las personas de su condición.
Paco Valencia | 66 años
Él es un solitario chabolista del barrio valenciano de Benimaclet que lleva tres décadas en la calle. «Si pudiera ir atrás y decir a mis padres que se estuvieran quietos para no haber nacido…». Se refiere al momento de su concepción y a los complicados 66 años que siguieron a ese instante.
Fue en el barrio de Las Carolinas, en Paterna. Paco ha olvidado muchas cosas de su pasado. No recuerda ya si sus hermanos eran «siete u ocho», pero sí que su padre trabajaba en la limpieza, su madre en casa y que su abuelo era militar. Tampoco tiene claro en qué año dejó el colegio. «Yo hacía lo que quería», zanja.
De ahí acabó limpiando la orilla del mar en las playas valencianas de Pinedo y El Saler. «Me hicieron fijo, pero llegó la 'mili' y no pude seguir». Se marchó a Canarias, sirvió en el Ejército del Aire y hasta voló en un avión Hércules, rememora.
Acabado el servicio militar, ya no enderezó su vida. Los años pasaron y Paco no alcanzó la estabilidad. Tocaba la guitarra en la Plaza de la Reina. Desde rumba al mítico 'Sultans of Swing' de Dire Straits que aún puntea con soltura. O flamenco. O rumba. O melodías italianas. Y sin una sola noción de solfeo.
Se enamoró de una joven de 16 años y se quedó embarazada a esa edad. Fue la madre de sus dos hijas. «Pero cuando rompimos ya se quedaron en la calle». Vivió en muchas casas, «con amigos, luego como okupa en el barrio de El Carmen, con otra mujer unos pocos meses en Francia…». De aquí para allá, dando tumbos.
El dinero llegaba con cuentagotas, a fuerza de vaso y guitarra, con pequeños empleos en la obra «o con los siete años que me tiré de aparcacoches» en Valencia. Y señala la muerte de sus padres como punto de inflexión, el momento por el que acabó abocado definitivamente a la calle. Fue a mediados de los setenta. Primero faltó su madre. Después, su padre.
Conocemos a Paco a finales de septiembre gracias al Centro de Ayuda a las Personas Sin Hogar (CAST) del Ayuntamiento de Valencia. Sus profesionales le han ofrecido una ayuda habitacional que él rechaza. Prefiere ir a la suya, con sus perros, los propios y los ajenos, que pasea y alimenta por el barrio o en su chabola: son el fiel Trol, Lola, los tres cachorros, el gato Mamadou…
«Para personas que están solas y sin familia los animales se convierten en el apoyo emocional y los quieren incluso más que a sí mismos», explican desde la organización municipal. La prueba es que Paco lleva siempre encima cubitos de hielo para colocarlos en un recipiente de plástico «y que así Trol tome siempre agua fresquita, que está haciendo mucho calor. O su Cola Cao».
Paco sufrió un grave accidente de tráfico por el que acabó «con hierros en la cabeza». Pasó una depresión que le dejó sin dientes. «Me los quitaba cuando se movían». Luego llegó un ictus. Y hoy padece una úlcera que le produce fuertes dolores. «Pero no tomo alcohol ni drogas. Eso sí, fumo mucho». Cobra una humilde pensión que no llega a 500 euros y con eso «me pago mis cosillas y las de los animales».
Su espacio vital es reducido. Como un 'Principito' de la miseria, Paco se mueve por las afueras del barrio de Benimaclet. Entre un parque y la caótica jungla de huertos urbanos y corrales en la que le levantaron una caseta prefabricada hace unos años.
Sus vecinos allí son los propietarios de las pequeñas parcelas, las gallinas de un corralillo y gatos que Paco alimenta a diario con el mismo cariño con el que un padre trataría a sus hijos. Como él mismo reconoce, no tiene más apegos que los que siente por su particular fauna.
Uno de estos propietarios ha escrito en un cartel: «Cuidado con 'enchar' comida 'enbenenada'. Sólo Paco puede». Y, claro, los animales le aprecian. En cuanto el hombre aparece y vierte su pienso o abre sus latas, los felinos llegan desde todos los rincones. Se arremolinan en hambriento aquelarre entre las gallinas, junto a un buen séquito de oportunistas moscas.
Ellos, los animales, son la motivación por la que Paco vence cada día los dolores, penurias, achaques y cansancio. Es un agotamiento físico y vital. Aunque es un hombre curtido en la escuela de la calle, los setenta se acercan y el deterioro de su salud empieza a pesar.
La caseta prefabricada era también su lugar para descansar hasta hace algo más de un año. Tuvo que huir a pernoctar a otro punto cuya ubicación preservamos por su seguridad. Fijó allí su 'dormitorio' después de uno de los momentos más amargos de su vida. Y es que Paco encarna lo que la filósofa valenciana Adela Cortina bautizó como aporofobia: el odio a los pobres. Fue el verano pasado, de madrugada, cuando se despertó a pedradas.
A los agresores no les frenó que Paco durmiera relativamente cerca de un retén de la Policía Local. Los desalmados dieron rienda suelta a su violencia a traición, amparados por la oscuridad de los huertos y la abundante vegetación del lugar.
El hombre acabó con una fractura en el brazo y contusiones en la cabeza. La Policía arrestó a los autores, una pareja joven a la que Paco acusaba de robarle. Desde aquello dejó de dormir en el chamizo y prefiere hacerlo en una zona menos apartada, un punto más urbano y poblado donde se siente más arropado. Es su secreto. Por si volvieran a buscarlo con malas intenciones.
Paco pasa poco tiempo en su chabola, a la que se accede por un estrecho sendero de tierra escondido entre vegetación y que parte de una conocida horchatería. La mayor parte de su jornada la pasa deambulando por el barrio, ya sea en una plaza, entre las calles peatonales de Benimaclet, comprando tabaco en la gasolinera, pedaleando a por su comida o, simplemente, escuchando la radio.
Se vale de una vieja bicicleta BH roja tan inseparable como su perro Trol. La ha transformado en hogar sobre ruedas. La carga a más no poder, con bolsas y cajas en los manillares, o detrás del sillín.
La indumentaria de Paco es siempre deportiva. Una mezcla entre viejo rockero y ciclista: zapatillas gastadísimas, mallas elásticas negras, pantalón corto, camiseta de manga larga o un pequeño abrigo abierto tipo chaleco que le cubre el torso. De su cuello pende un cordón con las llaves del espacio donde guarda su ropa. Lleva una gorra descolorida y grasienta en la que se adivinan los personajes de 'South Park'. «No sé ni de dónde la saqué», apostilla.
Enfunda sus manos con guantes oscuros de ciclista. Con el dibujo de un lobo y a dedos descubiertos. Luce un gran anillo barroco y vistoso «que no vale nada» y se encontró por la calle. En su muñeca, un viejo Casio digital marca las horas.
Paco ha tenido la oportunidad de dejar la calle y empezar otra vida. Los servicios sociales le han ofrecido muchas veces ir a un albergue o lograr un mayor aseo personal. Pero prefiere ir por libre. A la suya.
Sin horarios. Significa esto que hace sus necesidades donde puede, se lava con el agua de las fuentes o garrafas y, a falta de lavadora, entrega periódicamente la ropa a una vecina del barrio que se la devuelve «como si la acabaras de comprar en la tienda», describe agradecido.
29 DE SEPTIEMBRE
En la primera visita a Paco no acudimos solos. Nos acompaña personal del CAST. Con alguien que ha sufrido una agresión en la calle resulta crucial generar un clima de confianza.
El hombre aparece con su bicicleta y su inseparable Trol, en una plaza fresca y recogida próxima a los huertos. Allí pasa casi todo el tiempo. A falta de teléfono móvil (que prefiere no usar), acordamos este punto de encuentro para las sucesivas citas. Hay bancos, árboles, sombra y paz. Es una zona poco bulliciosa. Tímido al principio, Paco comienza a desgranar su rutina, a abrir su alma.
Tras varias preguntas en las que, con frecuencia, se va por las ramas, logramos establecer su rutina personal aproximada. Y se puede resumir así:
UN DÍA
DE PACO
Horas
8.00
Despierta en su lugar
secreto de pernocte
9.00
Pedalea hasta un supermercado donde
compra leche, alimentos y
comida para los animales
9.15
Prepara el desayuno a Trol junto al local, se marcha a los jardines de una avenida,
desayuna, fuma y oye la radio
10.00
Visita a la gasolinera para
comprar tabaco
10.15
Rumbo al parque o al huerto a cuidar de los animales, a hacer sus apaños en la chabola, algo de gimnasia estirando
cables, o a escuchar la radio
15.05
Recorre cinco manzanas para llegar al asador donde cada día le dan comida
por compasión
15.30
Come junto a una fuente pública, en un tramo peatonal
de Benimaclet
17.00
No hace siesta y vuelve a la plaza o al huerto con una
rutina similar a la de la mañana
22.00
Vuelve al asador o a un kebab en busca de la cena que consume en el mismo lugar
que la comida. Otras veces toma comida que conserva
con hielo en la bicicleta
23.00
Se marcha a descansar. Se descalza y se tumba con lo puesto. Deja la radio encendida y se duerme
escuchándola
UN DÍA
DE PACO
8.00 h
Despierta en su lugar
secreto de pernocte
9.00 h
Pedalea unos minutos hasta
un supermercado donde
compra leche, alimentos y
comida para los animales
9.15 h
Prepara el desayuno a Trol
junto al local, se marcha a
los jardines de una avenida,
desayuna, fuma y oye la radio
10.00 h
Visita a la gasolinera para
comprar tabaco
10.15 h
Rumbo al parque o al huerto
a cuidar de los animales, a
hacer sus apaños en la chabola,
algo de gimnasia estirando
cables, o a escuchar la radio
15.05 h
Recorre cinco manzanas
para llegar al asador donde
cada día le dan comida
por compasión
15.30 h
Come junto a una fuente
pública, en un tramo peatonal
del barrio de Benimaclet
17.00 h
No hace siesta y vuelve a la
plaza o al huerto con una
rutina similar a la de la mañana
22.00 h
Vuelve al asador o a un kebab
en busca de la cena que
consume en el mismo lugar
que la comida. Otras veces
toma comida que conserva
con hielo en la bicicleta
23.00 h
Se marcha a descansar.
Se descalza y se tumba con
lo puesto. Deja la radio
encendida y se duerme
escuchándola
UN DÍA
DE PACO
8.00 h
Despierta en su lugar secreto de pernocte
9.00 h
Pedalea unos minutos hasta un supermercado donde
compra leche, alimentos y comida para los animales
9.15 h
Prepara el desayuno a Trol junto al local, se marcha a
los jardines de una avenida, desayuna, fuma y oye la radio
10.00 h
Visita a la gasolinera para comprar tabaco
10.15 h
Rumbo al parque o al huerto a cuidar de los animales, a
hacer sus apaños en la chabola, algo de gimnasia estirando
cables, o a escuchar la radio
15.05 h
Recorre cinco manzanas para llegar al asador donde
cada día le dan comida por compasión
15.30 h
Come junto a una fuente pública, en un tramo peatonal
del barrio de Benimaclet
17.00 h
No hace siesta y vuelve a la plaza o al huerto con una
rutina similar a la de la mañana
22.00 h
Vuelve al asador o a un kebab en busca de la cena que consume
en el mismo lugar que la comida. Otras veces toma comida
que conserva con hielo en la bicicleta
23.00 h
Se marcha a descansar. Se descalza y se tumba con
lo puesto. Deja la radio encendida y se duerme escuchándola
UN DÍA EN LA VIDA DE PACO
Horas
8.00
9.00
9.15
10.00
10.15
15.05
15.30
17.00
22.00
23.00
Prepara el desayuno a Trol junto al local, se marcha a los jardines de una avenida,
desayuna, fuma y oye la radio
Rumbo al parque o al huerto a cuidar de los animales, a hacer sus apaños en la chabola, algo de gimnasia estirando
cables, o a escuchar la radio
Vuelve al asador o a un kebab en busca de la cena que consume en el mismo lugar que la comida. Otras veces toma comida que conserva con hielo en la bicicleta
Despierta en su lugar
secreto de pernocte
Come junto a una fuente pública, en un tramo peatonal
de Benimaclet
Pedalea hasta
un supermercado donde compra leche, alimentos y
comida para los animales
Visita a la gasolinera para
comprar tabaco
Recorre cinco manzanas para llegar al asador donde cada día le dan comida
por compasión
No hace siesta y vuelve a la plaza o al huerto con una
rutina similar a la de la mañana
Se marcha a descansar. Se descalza y se tumba con lo puesto. Deja la radio encendida y se duerme escuchándola
Este ciclo se repite a diario con escasos cambios. Paco tampoco describe distintos modos de vida o nuevos espacios en su día a día cuando se suceden las estaciones. Es una resignada monotonía que sólo se rompe un poco cuando charla con algún vecino preocupado por él o recibe visitas de una trabajadora del CAST que se interesa por su estado.
En la plaza somos testigos del cariño con el que Paco trata a Trol. Saca su bolsa con hielo, pone varios cubitos en un recipiente de plástico y comienza a verter agua. «Está haciendo mucho calor», argumenta. Mientras ofrece agua o comida a otros canes habituales del parque el hombre contempla satisfecho como Trol calma su sed.
Mientras, de fondo, un susurro apagado acompaña la escena. Emerge de la caja roja de la bicicleta, amortiguado entre bolsas y cacharros. Es su vieja radio Sanyo, con la Cope sintonizada eternamente. Es su conexión con el mundo y «ayuda a distraer la mente».
«Te enterás de todo. En la tele pierdes la pista, pero en la radio no», valora… A fuerza de escuchar, Paco está al día y saca reflexiones que asimila y expresa a su manera: «Ahora se ha acabado la guerra del Putin y viene otra guerra. ¡Joder! ¿Y luego qué será? ¡Siempre pasa algo!».
Desayuno
Parque
Huerto
Cena
3 DE OCTUBRE
Seguimos la rutina diaria de Paco y queremos saber cómo se las apaña para comer. Mientras muchas personas sin hogar optan por los platos calientes en centros de auxilio social, él no se mueve de la barriada.
Previamente, ha quemado calorías con un poco de ejercicio en el parque. Es consciente de la necesidad de estar en forma pero desde el ataque a pedradas ha perdido movilidad y le resulta más costoso. Su 'gimnasio' también es la calle, pues estira las gruesas cuerdas metálicas que delimitan un sector elevado del jardín del parque. Ingenio ante la miseria.
Tres de la tarde. Aparece el hambre. Paco carga sus enseres en la bici, Trol le sigue fiel y juntos enfilan la calle ciudad adentro. Cinco manzanas más allá está su sustento, en un asador de comida para llevar donde ya le conocen y le reservan sus buenas raciones.
Un trabajador del local sale con la bandeja perfectamente dispuesta. Paco la recibe agradecido y el olor a carne asada despierta el apetito, pero Trol no se inmuta y espera su momento.
El hombre no consume su comida en el lugar. Podría hacerlo, pues hay bancos justo enfrente. Prefiere callejear un poco en bicicleta hasta internarse en las calles peatonales del barrio donde el trasiego de coches es menor, hay buena sombra y una fuente pública de la que tomar agua o lavarse un poco antes. Y así llegamos a la esquina que hace las veces de comedor.
Paco sirve primero a Trol. Saca el 'tupper' de su bici y le coloca las porciones. El perro husmea su sustento. Parece que hoy no tiene demasiado apetito. «A veces se lo come más tarde», interpreta el hombre. Después no hay siesta. Cigarrito, radio y a ver las horas pasar.
10 DE OCTUBRE
Cada mañana, sobre las ocho, el mundo aparece de nuevo con el creciente ruido urbano como único despertador. «Y eso que a veces cuando me acuesto, con los dolores pienso: 'mañana no me levanto'. Como no usa pijama, se pone en pie con lo puesto, sale de su escondite nocturno, enciende su primer cigarro y empieza su ritual: rumbo al supermercado antes de que se llene de gente.
Como haría un padre con su hijo, Paco prepara el Cola Cao de Trol en un recipiente. «Él primero, y luego yo». La leche achocolatada humedece el hocico y la barba y los informativos en la radio acompasan la escena. Y el hombre sin hogar se marca unas reflexiones sobre la actualidad: «Si yo fuera político, sería más claro y ayudaría a los que pudiera…». «Me gustaría que se acabaran estos jaleos de la guerra».
El día ha comenzado. Paco y Trol han tomado fuerzas y ya están listos para las rutinas de la mañana: pedalea hasta la gasolinera a por tabaco y pilas para la radio. Y luego, rumbo a la única cosa que le hace sentir útil: cuidar de animales.
18 DE OCTUBRE
Cae la noche en el barrio de Benimaclet. Calor y viento de poniente despiden otro día extrañamente tórrido para la época. Son las ocho de la tarde y encontramos a Paco más decaído que de costumbre. «Estoy cansado», asegura con cierto tedio mientras Trol busca frescor en el suelo.
Sin embargo, poco a poco revive con la compañía. Se anima con la conversación mientras recordamos vivencias de su juventud, como cuando se encontró con Antonio Flores. «Sí, sí. Como yo estaba con la guitarra se me acercó y me preguntó por una calle. ¡Estaba rodando una película en Valencia!». O cuando «una mujer rica, con guardaespaldas y todo, me regaló un buen anillo. Su hija también se había tirado a la calle».
Paco se entusiasma al recordar el mundo del cine. «¡Iba mucho cuando trabajaba en la limpieza! A mí me encantaban las películas de miedo antiguas, hasta de blanco y negro». Y asegura que aún guarda algunas «de los mejores actores del mundo», en las que sale «el Walker (intuímos que se refiere a la serie 'Walker, Ranger de Texas', con Chuck Norris) , el Schwarzenegger…». O 'Troya'. «¡Qué peliculón!», estalla. No obstante, asegura que jamás ha pisado un teatro.
En torno a las diez de la noche, hora de cenar y retirarse. «No voy a ningún sitio. A veces tomo un pastel de gitano, o me hago un Cola Cao con pan. El Paco se mantiene con poco», describe.
Pero si busca algo caliente sabe que, una vez más, cuenta también con el salvavidas de cariño de los comerciantes. Si por el día la bandeja le llega desde el asador criollo, por la noche se la sacan los empleados de un conocido kebab de Benimaclet donde recibe el sustento.
«Me gusta porque no me cobran 'na'», bromea entre risas, «salvo las patatas, que me gustan mucho», expone mientras da buena cuenta de la fritura. «Sólo mastico con un diente. El resto, con las encías. Pero estoy hecho a esto. Vives con el mal y vives con el mal. Como el cojo con la cojera».
Cae la noche y Paco suma un día más en la calle. Mañana poco o nada variará mientras sueña con que alguien se apiade y le alquile o gestione «una casita pequeña, muy pequeña», por la que estaría dispuesto a pagar buena parte de su exigua pensión.
Mientras aguarda ese 'milagro' su salud se deteriora y sus energías se consumen. «A veces no tengo ilusión de nada. Me despierto, me como la cabeza, historias… Y otras me pongo tan mal que digo: ¡Bah, mañana no abro los ojos! Y lo sentiría por Trol», confiesa.
Mercedes Botija, coautora de los informes diagnósticos tras el censo y doctora en Ciencias Sociales en la Universitat de València (UV), aprecia «un aumento en la presencia de jóvenes» en el perfil de personas sin hogar. Además, «la falta de vivienda ya no se limita sólo a personas que en origen carecían de casa, sino a aquellos que han perdido sus hogares debido a la crisis económica, desempleo y costes de la vida».
Creemos que muchos se han 'acostumbrado' a la calle y son casos perdidos. Pero Botija remarca: «Nadie quiere vivir en la calle», el reto es «construir relaciones de confianza en los 'sin techo' «que faciliten la salida», pues «se puede salir». Pero «con acceso a viviendas asequibles y apoyo».
Una de las grandes preguntas: ¿Hay suficientes plazas y recursos en Valencia para auxiliar a las personas sin hogar? «La falta de recursos es un obstáculo», critica. Y sí, «la demanda a veces supera la capacidad de los albergues, refugios y pisos disponibles» para intentar normalizar la vida de los usuarios.
Segunda clave: ¿Cómo acaba un ser humano viviendo en la calle? Para Botija confluye «el difícil acceso a la vivienda digna, al pago de alquiler o hipoteca», pero también «la falta de redes de apoyo, los problemas de salud mental o el abuso de tóxicos».
Falta, a su entender, «una estrategia integral que aborde tanto la falta de vivienda como sus causas subyacentes». Y también «sensibilizar a la sociedad sobre esta cuestión y promover la empatía hacía las personas sin hogar».
Casa Caridad lleva más de un siglo auxiliando a los más desfavorecidos en Valencia, tanto con servicios de comida como de albergue, entre otros. Sólo entre enero y septiembre, han tendido la mano ininterrumpidamente a más de 700 personas.
Allí trabaja Cristina Sánchez, responsable del departamento de intervención social. Según su experiencia, la gente que acaba en la calle es un grupo «muy heterogéneo». Pero tienen en común «sucesos vitales estresantes» en combinación con ese 'salvavidas' «social o familiar» de apoyo.
El camino para sacar a alguien de la miseria pasa por una implicación de todas las administraciones: social, sanitaria, de empleo y vivienda… Sin trabajo conjunto, es más difícil. Y también es clave «respetar los ritmos de cada cual y saber motivar para el cambio».
Valencia, apremia, necesita crear «recursos específicos para colectivos», ya sean mujeres, jóvenes, convalecientes cronificados. Coincide con Botja en la presencia muchos jóvenes entre los 'sin hogar'. Y le preocupa el «aumento de personas enfermas, tanto con patologías físicas como mentales».
Y adicciones. Este delicado grupo urge «más alternativas de alojamiento para trabajar la motivación al cambio» y también «que sean prioritarios y atendidos con agilidad en las citas en las unidades de conductas adictivas (UCA) y salud mental».
La palabra «futuro» no está en el diccionario de Paco. La palabra «muerte», sí. «No lo pienso. Lo único que pienso es que cualquier día cierro los ojos». La vieja BH roja se aleja entre destellos de semáforos. Atraviesa uno en rojo, pero ya no pasan vehículos. Casi todos en Valencia están ya en sus casas. Paco no. Paco sigue en la calle. Como desde hace décadas. Y poco antes, nos confía su última reflexión:
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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