Alejandra Ayala tiene un sueño muy vívido en su casa del barrio valenciano de Patraix. Son las cinco de la mañana del 3 de enero y se levanta aterrorizada. «Era como una videollamada a mi teléfono móvil. Mi hija Nathaly estaba asustada, en peligro, con un hombre al lado. Me grita que quiere salir, me pide ayuda...». Su marido Marcelo la calma. Trata de tranquilizarla.
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Pocas horas después, la pesadilla se torna real. La joven valenciana de 28 años, en ese momento de viaje como mochilera en Cuzco, no responde ni a mensajes ni a llamadas de su familia. Para ellos y para sus otras dos hijas comienza la angustia en Valencia. Su rastro se pierde tras abandonar su hostal el 2 de enero. Llega la denuncia por desaparición, arranca una investigación policial y, una semana después, se confirma la fatalidad: dos sospechosos de 19 y 21 confiesan que ha sufrido un accidente de tirolina y, por miedo a las consecuencias, han arrojado su cuerpo a las revueltas y caudalosas aguas del río Vilcanota.
Desde ese día Alejandro y Ayala no han parado de luchar por una hija que era «luz y bondad». Han pasado mes y medio en Perú tratando de impulsar su búsqueda y la investigación. Pero el miércoles regresaron a Valencia con las manos vacías y el corazón roto, sin el cuerpo de la joven. Y con la sensación de que la policía y algunas autoridades del país andino «fallan en muchos aspectos de rigor y responsabilidad». Y ahora claman: «Perú tiene el deber de encontrar a nuestra hija por todos los medios, de no abandonar la búsqueda ni un segundo, de seguir investigando a los culpables hasta el final. Ningún padre debería vivir sin poder enterrar a su hija».
Después de lo visto y vivido allí, «creemos que no sufrió ningún accidente, sino que esos dos la violaron, la asesinaron y escondieron su cuerpo para ocultar la prueba más importante». Alejandra se aferra, incluso, a la posibilidad de que todavía esté viva, «quizá en manos de una red de trata de blancas».
Según los padres, residentes en el barrio de Patraix, «hay detalles que no encajan con la versión de los sospechosos». «Para empezar, un testigo no escuchó el sonido de la tirolina en el punto en el que aseguran que ocurrió el accidente». Hay más. «Dicen que llevaron el cuerpo en un maletero siete horas y no se ha encontrado en el vehículo ni un resto de sangre». La fiscal jefa de Cuzco «está dispuesta a calificar los hechos como homicidio doloso, no imprudente», asegura Marcelo. Ya han designado abogados en Perú para que sigan el caso y procuren a los responsables «el mayor castigo posible».
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De su forzosa estancia en Cuzco se traen «disgustos y desengaños». Estuvieron a pocos metros de los sospechosos mientras explicaban a la policía, en una reconstrucción, cómo supuestamente lanzaron al río a la joven. «Se me cruzó la idea de lanzarlos también, de machacarlos, de... (Marcelo se arquea inquieto). Pero me hice a un lado. Me contuve por mis tres hijas».
Alejandra confiesa: «Si hubiera conocido antes la peligrosidad, la clandestinidad o la falta de control de las actividades para turistas habría disuadido a Nathaly de ir». Además, critican, «falta rigor policial, pues consultaban a videntes para saber dónde podía estar el cuerpo en vez de investigar como Dios manda». Se quedaron «helados» al saber, por un mando, que en la zona donde se perdió el rastro de Nathaly «ya habían aparecido más turistas asesinadas». O que en el río Vilcanota «encontraron tres cuerpos el año pasado». Y concluyen: «Cuzco tiene un serio problema de seguridad».
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La última esperanza de encontrar el cuerpo de Nathaly en una gran balsa de agua ha fracasado. «Pagamos de nuestro bolsillo el gasto para vaciarla», pues una cámara subacuática captó lo que parecía un cuerpo, «pero debía ser lodo o vegetación, pues no se ha encontrado nada».
Lo que nadie les podrá quitar jamás es el recuerdo y rastro de buenas obras que Nathaly dejó a su paso. La joven estudió en Valencia, se formó en Deportes y Actividad Física y fue monitora. Amaba la naturaleza, los animales, el kayak, la bici, la montaña... «Se fue a Sudamérica con sus ahorros en septiembre para conocer sus orígenes» y comenzar a moldear su sueño: montar un hotel a las afueras de Quito.
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