![Secuelas del Covid | «¿Quién paga todo lo que he perdido?»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202107/25/media/cortadas/162726597--1248x918.jpg)
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TXEMA RODRÍGUEZ
alzira.
Lunes, 26 de julio 2021, 19:03
Ha pasado más de un año desde que Salvador Pinto, Salva, abandonara el Hospital la Fe. Fue el 23 de junio de 2020. Pero parece que el tiempo se ha detenido. O al menos transcurre pesado y lento. «No puedo andar más de sesenta ... metros, me canso tanto que no puedo respirar», dice. Enumera los efectos secundarios, en las piernas, la zona lumbar, se le duerme la mano, nota como los pies le arden. Ha de tomar once tipos de pastillas cada día y tiene cita en agosto en la unidad del dolor, ya le pusieron en su día un parche de morfina y el Sintrom (un anticoagulante), «que eso ya no me lo van a quitar nunca». María Jesús, su mujer, se sienta a su lado. Hablan los dos como si fueran uno, unidos por una experiencia que se ha convertido en la protagonista del día a día, aunque ya pasaron por la angustia del todo o nada con su único hijo, Daniel, que ahora tiene veintidós años y trabaja en un concesionario de coches de lujo. A los diecisiete meses le diagnosticaron una estenosis pulmonar y hubo de ser operado para ponerle una prótesis en el corazón, «todo lo que vivimos con él lo he vuelto a vivir ahora con Salva», explica con entereza. Aunque con el crío fue, si se puede decir así, más llevadero porque «lo podía ver». No como a su marido. Había que esperar cada día la llamada del médico, como una ruleta rusa.
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El sol cae con fuerza, aunque en la casa, a la sombra del porche, en una zona de huertos un poco elevada, no muy lejos del cementerio de Alzira, el aire se esfuerza por moverse. Es la residencia de los padres de ella, gente recia, originarios de Las Mestas, en las Hurdes. Y Salva, mientras, reconoce que piensa demasiado, «las paranoias de la cabeza», así lo define. La angustia por el futuro, ha tenido que dejar su trabajo como peluquero y también tiene un parque de bolas «pero ahora no lo puedo abrir, no sé de quién es la culpa pero ¿quién me va a pagar todo lo que he perdido?». Narran aquellos días alternando el presente con el pasado en los diecisiete meses transcurridos desde el ingreso, dos de ellos en la UCI, pensando a quién otorgar el mérito de seguir gozando de la vida, están los médicos, en especial Elena y María, y quienes estuvieron siempre a su lado. Andrés, Alcolea, Amparo, Luisa, los hermanos, los padres...No quieren dejarse a nadie, ni perder la alegría. María Jesús estuvo veintiún días encerrada en la habitación con él cuando salió de cuidados intensivos, «conmigo estaba mejor, comía, y le hacía masajes. hacía de enfermera, limpiaba», cuenta y añade Salva «lavaba la ropa en el bidé y la tendía allí en la ventana del hospital y yo le decía no cuelgues ahí el tanga que van a pensar que estamos haciendo una película porno». También le calentaba los pies con el secador del pelo y le preparaba baños con agua «y la sal de las ensaladas, yo me reinventaba allí», dice ella. Y en todo ese interminable tiempo en el hospital, cuenta Salva, «nunca he visto a nadie de los que trabajan allí con un pelo de mala sombra».
Pero ha llegado del momento de mirar al futuro, «aunque no pienso más allá de agosto, estoy pendiente de lo que me digan en el tribunal médico porque claro la verdad es que no puedo trabajar...», explica Salva, mientras su voz se queda suspendida en el silencio porque a veces pierde el hilo de lo que estaba diciendo, otro de los daños colaterales del Covid. Y entonces narra María Jesús los sueños que tuvo antes de que todo ocurriera, «estaba colocando los cruasanes (trabaja en un Mercadona) y salía una rata, y luego otra más grande que se la comía. También soñé con la difunta madre de Salva la noche que él ingresó muy grave y luego en el hospital le pedía que nos ayudara».
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