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La calle Ribera de Valencia, a primera hora de la tarde de este lunes con las terrazas casi llenas. J. A.
De pérdidas de «miles de euros» a seguir sirviendo paellas en la playa

De pérdidas de «miles de euros» a seguir sirviendo paellas en la playa

La restauración valenciana resiste sólo media jornada la embestida en una extraña jornada que prometía una gran afluencia turística | La próxima tarea de los locales, reclamar a los seguros toda la mercancía perdida

Martes, 29 de abril 2025, 02:06

A Javier García el pulso parece que le va a cien. Recoge mesas, toma comandas, alumbra con la linterna de su teléfono móvil en la cocina mientras ultiman un plato para servir y cobra de inmediato a otros clientes. Para el responsable del restaurante Sereno, en plena plaza del Ayuntamiento, parece que no hay apagón que le evite el ajetreo habitual de un festivo. «La gente se lo ha tomado bastante bien. Pagan con efectivo, con el datáfono cuando va, y solo podemos servir ensaladas y comidas frías y bebidas hasta que nos dé». A apenas unos pocos metros, la terraza del local está prácticamente llena. De turistas, claro, incansables a disfrutar del corazón de una ciudad que vive de una manera particular esta extrañísima jornada de sol primaveral.

A poca distancia, Tatiana Sandemetrio tuerce el gesto cuando se le pregunta por las presumibles pérdidas que va a acumular el Beher, que afortunadamente ha podido amortiguar en la medida de lo posible el golpe gracias a los embutidos nacionales que sirve. «Yo calculo que perderemos hoy más de dos mil euros aproximadamente. Menos mal que tenía muchas reservas y que la mayoría de los clientes son bastante fieles. La mañana la hemos salvado bastante bien, pero ya no podemos aguantar más y nos toca cerrar. Lo malo es todo el producto que tenemos guardado en las cámaras. Eso vamos a reclamarlo al seguro».

La caja de este lunes festivo se resiente, claro que se resiente. Uno slo llevan mejor que otros pero a última hora de ayer todavía no había un balance más o menos provisional del impacto que a nivel general puede tener. Manolo Espinar, responsable de la hostelería valenciana, era sincero cuando LAS PROVINCIAS le preguntó a media tarde por su opinión. «No puedo aportar nada porque eres la primera persona que consigue llamarme. No he podido hablar con nadie de mi junta directiva... habrá que esperar un poco para poder aportar algún dato fiable al respecto».

La impresión general es que la cocina de gas lógicamente ha salvado el escollo. Sólo hay que ver la energía que transmiten Manolo y Ramón mientras recogen la mantelería de La Pepica. El particular Dúo Dinámico del mítico restaurante del paseo marítimo se afanan en la recta final de su jornada. «Aquí viene un maremoto en la playa y no te quepa duda de que habría gente que todavía vendría a comer», apunta Manolo. La jornada en la playa puede haber rozado el 80% de un día festivo de sol habitual. Eso, traducido a cifras de este templo del arroz, sería casi más de 350 comensales del medio millar que suele haber habitualmente. Los cocineros se han manejado bastante bien con las paellas. Menos cafés y algo de fritos, el resto de la carta ha funcionado a pleno rendimiento. Eso sí, conforme va avanzando la tarde se avecina el cierre

¿Y el pago? Ese ha sido el gran problema de los locales, no sólo los de restauración. ¿Lleva la gente efectivo en el bolsillo? Un buen puñado de gente se tuvo que levantar de la mesa o ir a la hucha antes de acudir al supermercado ante el fallo generalizado. De hecho, en las primeras horas, el sentimiento de temor a vivir algo parecido a la pandemia llevó a muchos clientes a acudir a los centros a hacer acopio de alimentos básicos.

Esa falta de productos que servir hizo que cambiara la estrategia de los locales. En el Five Guys del centro sus empleados cambiaron las hamburguesas y las patatas fritas por los trapos, la escoba y el mocho, lo mismo que en Popeyes, que apenas pudieron hacer caja ya que apenas una hora y media después de abrir tenían que cerrar sus puertas.

A unas decenas de metros de allí, en plena calle Ribera, Emanuele sigue sirviendo helados en Valentino. «Sólo servimos los sabores que quedan en pie, algunos resisten más que otros. Les regalamos el cono de galleta. El resto lo tendremos que tirar», dice con pocas ganas de hablar tras admitir que minutos después va a tener que cerrar la persiana de los locales que regenta.

Su malestar contrasta con la soltura que cinco jóvenes venezolanos, todos ellos empleados de Glovo, contestan a este periódico mientras juegan al dominó en plena calle. «No hay pedidos porque cerró hasta la aplicación». Se quedan sin los 40/50 euros que confiaban en ganar este lunes.

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