La vida de Carmela Martínez transcurría con cierta tranquilidad hasta que el 29 de octubre cambió todo. Su casa, un adosado en Picanya, se vio ... cubierta por el agua y el barro. Alcanzó hasta un metro de altura. «Mi marido pudo sacar el taxi del garaje pero luego lo arrastró el agua y lo perdimos», apunta. Este vehículo era la única fuente de ingresos de la familia y se había perdido. Y es que Carmela es una exempleada de banca que se quedó sin trabajo en un ERE y ahora está desempleada sin cobrar nada.
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El aviso de que las cosas no iban bien ese 29 de octubre lo dieron las campanas de la iglesia. «Ahí nos dimos cuenta de que pasaba algo. Cuando empezó a entrar el agua en mi casa cogí leche y agua y nos subimos al piso de arriba», narra Carmela que casi cuatro meses después de la dana, aún no duerme tranquila. «Tengo pesadillas. Todas las noches sueño con agua», afirma y además, «lloro en las colas». «Seguimos necesitando ayuda. A mí me la ha dado Casa Caridad, la familia, mis amigos o gente que no conozco pero no la he recibido de mi ayuntamiento», clama. Además, todavía duerme en la buhardilla. «No me atrevo a bajar. También he borrado de mi memoria la casa llena de barro», explica.
Pero no sólo se han perdido cosas de valor sino también los pequeños detalles acumulados durante toda una vida como los juguetes de los niños, las fotos familiares, «los recuerdos de mis padres y ahora me da miedo no acordarme de ellos». También perdió todos sus zapatos, los de ahora son donados. «Me he acostumbrado a llevar ropa de segunda mano», afirma.
Por otro lado, indica que no se ha vuelto a la normalidad. «Han abierto algunas tiendas en el pueblo y el Ayuntamiento ha dicho que se han acabado las ayudas. Pero no es así. Todavía la necesitamos», afirma.
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«Hemos podido comprar un taxi nuevo para mi marido gracias a la ayuda de Casa Caridad», explica. El vehículo fue adquirido en noviembre pero hasta enero no lo recibieron. Aún no se ha podido poner a trabajar con él porque tiene que pasar todas las inspecciones previas y espera que marzo sea el mes definitivo. «Ahora mi marido está con un ingreso mínimo de la Mutua como en el Covid», ha explicado.
Carmela resalta la importancia de las redes familiares y de amigos en momentos como el actual. La de Carmela era una familia normal que vivía con tranquilidad hasta la dana. «Hay que ver las vueltas que da la vida. Yo había sido voluntaria de Casa Caridad y ahora estoy como beneficiaria», afirma.
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Por otro lado, se muestra agradecida a los que altruistamente acudieron a esas poblaciones a echar una mano. «Aún tengo una pancarta colgada del balcón que dice 'Gracias' a todos aquellos que han ayudado».
Los daños de su casa han sido valorados en 70.000 euros «pero todavía no sabemos cuánto nos va a dar el seguro». Por ello, los arreglos se hacen esperar. «No podemos estirar más la mano que la manga», explica. La vivienda tiene múltiples problemas: salta el suelo, humedades... y algunos desperfectos, como la pintura, se tendrán que posponer hasta el verano.
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Uno de los efectos positivos de la dana es que ha reforzado a la comunidad vecinal. «Nos ha acercado más. Cada vecino aporta lo suyo y nos cuidamos unos a otros», afirma.
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