Jaime Llorca se subió a un pesquero con 16 años y ya no se ha bajado. Tiene el rostro duro, cortado, castigado por 12 horas ... diarias bregando con el mar, el sol y el salitre. Zarpa a las cinco de la mañana y no vuelve a tierra hasta las cinco de la tarde. Y así desde hace casi cuatro décadas. Su camiseta negra es como un guiño a la juventud que no tuvo. Con la silueta en rosa de la chica de la mítica discoteca Penelope. Casi una ironía lúdica ante lo último que le ha deparado el destino.
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Jaime luce una gorra a bordo del 'Miguel e Isabel' con la que espanta a algunas gaviotas que lo sobrevuelan en busca de un botín en el muelle de la Lonja de Dénia. Sus brazos son largos como maromas de barco. Cuando le preguntan por esa fría mañana de marzo los abre mientras vira la vista hacia la popa del pesquero.
Con el gesto intenta reproducir lo que vio emerger por la corona. «Aquello». En cuanto la red de arrastre surgió del Mediterráneo, a nueve millas de la costa alicantina, lo supo. Extiende más y más los brazos para describir «aquello». El duro lobo de mar se estremece. «Nada más izar el copo me di cuenta. Vi una mano. Luego el cuerpo. Era un chaval de 29 años, nos dijo luego la Guardia Civil». Y el curtido pescador de 53 años se frota la cara.
Al día siguiente Jaime no habló con nadie de aquello. «Esto no gusta. Es desagradable. A la otra mañana él no quería comentar nada de eso. Es algo que no se habla entre patrones. Estoy asombrado. ¿Cómo no se lleva la corriente los cuerpos? Yo he llegado a perder una red en Dénia y la he encontrado en Ibiza. Imagínate».
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Juan Antonio Sepulcre acaba de echar las amarras de 'L'Androna' en el puerto de Dénia. Sus marineros descargan hasta una quincena de cajas del tesoro de la Marina. Gamba roja. Hay también rape y 'carranc'. Hijo de pescador y presidente de la cofradía de Dénia, Juan Antonio es el rostro de la conmoción que desde hace algo más de dos meses vive el colectivo. El tiempo que llevan sacando cadáveres del mar. Entre el 23 de marzo y el pasado viernes, media docena de cuerpos enredados entre los aparejos de pesca de los barcos. En una siniestra franja de entre cinco y nueve millas frente a la costa dianense.
Las hipótesis de la Guardia Civil es que los fallecidos viajaban hacinados en una patera que naufragó. A bordo del 'Miguel e Isabel', Jaime Llorca se aventura a lanzar su explicación. «Dicen que iban 40 en la barcaza, que rescataron a cinco, y el resto por ahí debe andar». 'Quico' levanta la vista acuclillado al lado de su patrón, mientras recarga de gasóleo la barca. «¡Eso dicen, eh, eso dicen! Muchos me parecen para una patera...». Más que pescador, 'Quico' tiene toda la pinta del clásico pirata. Sólo le falta el parche para cubrir uno de sus ojos. Tuerto, barbudo, con dos brazos como tenazas y de voz socarrona, es crudo al describir lo que vivió aquella mañana. «¿Qué recuerdo? Que me cagué encima y me fui para la cocina enseguida. No quería ver 'aquello'. Y eso que el cuerpo estaba bien... Apenas llevaría unas horas en el agua. Sólo le faltaban los ojos por la presión del fondo del mar».
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El pescador recuerda cómo faenaban a unas 9 millas de la costa cuando dieron con el cadáver del joven argelino. «Fue al primer lance de la red». De inmediato avisaron por el canal 16. El de Emergencias. «Tiramos toda la pesca y pusimos rumbo al puerto». Aplicaron a rajatabla la ley del Mar no escrita. Llevar a un ser humano a tierra firme. Vivo o muerto. Tardaron una hora en llegar al muelle. Nadie habló en la singladura. 'Quico' apuró unos cuántos cigarros. Aquella noche muchos pescadores no lograron conciliar el sueño. Lo confiesan junto a los muros de la Lonja de Dénia, mientras apuntan sus capturas en una pizarra con el nombre de sus pesqueros. «Ojalá no lo hubiera visto nunca», murmura el 'pirata' Quico.
Vidal lleva correteando por el puerto alicantino «desde que era un cachorro». A los 12 años, los muelles ya eran el patio de su recreo. Es marroquí. Habla con el sentimiento de alguien que conoce bien la desesperación que lleva a muchos compatriotas a jugarse la vida en un mar embravecido. Durante más de un lustro faenó a bordo de un pesquero. Ha sido también jefe de rescate de Salvamento Marítimo de Eulen en todo el Cabo de San Antonio. «He visto yates ardiendo, fracturas abiertas, gente con el cráneo roto...». Nada comparable a los cuatro cuerpos que contempló con sus propios ojos tras acudir al muelle después de oírlo por el canal de Emergencias. Repite el mismo mantra que 'Quico': «Ojalá no lo hubiera visto nunca. Ahora los barcos no saben dónde ir a pescar para no toparse con nuevos cadáveres».
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El muelle de la Lonja de Dénia tiene algo de turístico. El buen ambiente relaja los nubarrones que estos días envuelven a la comunidad. El pesquero 'Vidals' hace su entrada y empieza a a descargar cajas de las capturas. Gamba roja cubierta de hielo. Salmonetes. «This is 'rape'?», pregunta una turista alemana a uno de los marineros ante un lustroso ejemplar. Los visitantes se arremolinan alrededor de las piezas. Una pareja de japoneses con su inseparable Nikon y una sombrilla floreada ante una fina lluvia que cae en el puerto. Una pareja de niños rubios como la cerveza germana miran ojipláticos los 'carrancs' mientras hacen girar sus pinzas aún vivos en las bandejas. La nota de color bajo un cielo sombrío, la escena pintoresca en medio de una tensión que se palpa en los muelles por lo que el mar aún pueda ocultar.
Mohamed observa la escena en lontananza. Con las manos en los bolsillos de una chaqueta de chandal de un rojo ajado. «Son compatriotas, es muy duro», acierta a decir el magrebí. La proporción de inmigrantes que viajan a bordo de la media docena de pesqueros que compone la cofradía de Denía es de uno a dos. En el 'Miguel e Isabel' que protagonizó uno de los rescates observa con gesto serio otro pescador marroquí. En el navío vecino, un subsahariano luce una chillona peluca naranja mientras descarga capturas.
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Vidal, el que fuera el 'cachorro' del puerto, dialoga con él. En el ambiente flota una de las teorías que explicarían la presencia de pateras en Dénia. «Antes llegaban más abajo, hacia Almería. Ahora por la presión policial, suben». En los últimos años, han sido varios los avistamientos de pateras por la Guardia Civil en la costa alicantina. O de barcas halladas abandonadas en la arena después de transportar inmigrantes o droga.
La hipótesis con el naufragio de los argelinos cuyos restos recuperan ahora los pescadores es que una nave llamada 'lanzadera' los transporta hasta una distancia de 10 o 12 millas de la costa. Justo el punto ciego para los radares de Interior. Las pateras son descargadas por las naves nodrizas y abandonadas a su suerte para alcanzar la Comunitat. Muchas veces una singladura hacia la muerte.
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Vidal reflexiona mientras otea a lo lejos la bocana del puerto. Quizás busca aquel sitio en el que los inmigrantes soñaron con El Dorado de Europa. Recuerda lo mucho que se halló oculto en el mar cuando faenaba en un pesquero. «Te topas con un árbol, con medio coche desguazado, con matrículas rotas, gomas, plástico, muebles... Pero un cuerpo colgando de la corona, puf...». El veterano marinero cita también esa ley del mar no escrita. «Hay que pensar que es un ser humano. Hay que tener en cuenta a su familia. Y hay que llevarlo como sea a tierra firme para que sus seres queridos sepan que ha fallecido. Para que puedan velarlo y pasar el duelo».
A las cinco de la tarde el muelle y la Lonja del Pescado empieza a vaciarse. «Dentro de unas pocas horas, otra vez al agua», bromea Quico el 'pirata'. De madrugada, las luces de tope de proa de los pesqueros volverán a iluminar un arco de 20 cuartas mientras surcan las olas. 'L'Androna', 'Vidals', 'Herminio y Dolores', 'Miguel e Isabel'... Los barco se adentrarán de nuevo unas millas en el Mediterráneo. Hombres de mar en busca de sus sueños. Deseosos de no toparse de nuevo con la pesadilla de otros.
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Poca gente puede presumir de que da nombre a un barco. Miguel Moreno observa ufano el 'Miguel e Isabel'. «La dueña es mi mujer. Bueno, mi cuñado...», ríe irónico.
–¿Se vive de la pesca?
–Se vive, pero mal.
Miguel se pasó más de cuatro décadas en 'su' barco. Antes fue el patrón. Nadie se ha hecho nunca rico como pescador, pero la cosa flojea cada vez más. «Hacen muchas horas pero ganan poco dinero». A la flota de Dénia se la comen los gastos. El combustible hasta les hizo echar amarras en marzo del año pasado, con el precio del gasóleo por las nubes por la guerra de Ucrania. Y hay que sumar gastos de mantenimiento, el pago de sueldos y la Seguridad Social de los patrones a sus pescadores. Y sobre todo la dictadura de los precios.
Miguel Moreno lo explica de un plumazo. «Aquí en la Lonja, la gamba roja de Dénia de primera se paga entre 150 y 180 euros el kilo. Y son 12 o 13 gambas, eh. Luego, en cualquier restaurante de aquí, te cobran 25 euros por comerte una gambita».
Es el «mateix problema» que el campo, subraya Miguel mezclando castellano y valenciano. El patrón del 'Miguel e Isabel' se suma a la crítica: «Aquí nos lo pagan muy barato. Luego, en cualquier supermercado, la gente tiene que pagar 13 o 14 euros más por kilo. Una 'vergonya'».
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