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Estudiar para poder vivir. Y vivir para poder estudiar. ¿Pero dónde? ¿Con qué coste? Este es el reto al que se enfrentan en estos días (y desde mucho antes) los universitarios que, al llegar de pueblos alejados de sus centros de estudios, optan por la vía del colegio mayor, la residencia o el piso de alquiler.
No hay una cifra estimada a nivel autonómico sobre cuántos jóvenes se ven cada año en la necesidad de alojarse fuera de sus hogares para emprender la etapa universitaria, pero las estadísticas de la Universitat de Valencia (UV) aportan una idea aproximada: un 44% de los matriculados en el curso 21/22 procedían de fuera de Valencia o su área metropolitana. Son alrededor de 15.000 cada año. Y algunos vienen de bastante lejos, como los 100 que habitaban en Los Serranos, los casi 300 de la Vega Baja, o los 359 que venían del Baix Maestrat.
En la Politécnica cursan estudios más de 3.000 jóvenes que proceden del extranjero o pueblos de España distintos de Valencia y su área metropolitana. Es decir, la bolsa de aquellos que necesitan un piso para hacer realidad su proyecto académico se cuenta por miles en Valencia.
La encrucijada, para la mayoría, pasa por elegir entre sacarse un abono de tren y echar muchas horas en el trayecto a diario, costearse un piso con colegas (la opción más barata) o buscar habitación en residencia o colegio mayor.
Residir fuera de sus hogares «lo tienen más complicado que nunca», valora Jesús Ortega, delegado del portal inmobiliario Don Piso en Valencia. «La oferta en viviendas empieza a escasear, en parte porque muchas casas que antes se dedicaban al alquiler han entrado en el circuito de vivienda turística o vacacional». Pero también «por el incremento considerable de nuevos residentes extranjeros para vivir o el hecho de que mucha gente sigue alquilada porque no puede comprarse un piso».
La consecuencia es un incremento de precios en pisos de estudiantes que estima en «un 30% en los últimos tres años». De los 800 euros al mes en un piso de tres habitaciones y 85 metros en Tarongers a los 1.000 actuales, pone como ejemplo.
Precios al alza en alianza con un nuevo fenómeno: «El particular se ha cansado de alquilar a estudiantes y ha acabado poniendo su casa en mano de empresas intermediarias de gestión de alquiler. Le aseguran al propietario la misma renta, asumiendo gestión, algo de reforma y mantenimiento. Pero acaban elevando el precio y ofreciendo habitaciones por 500 euros o más».
Además, «para eliminar los temidos conflictos en la convivencia o fiestas hasta transforman el salón en habitación fomentando al máximo la vida en la habitación. Las reforman e independizan con pequeñas teles y obtienen un mayor beneficio». Y pone otro ejemplo de esto: una habitación doble de 20 metros cuadrados con cuarto de baño en Vicente Zaragoza, por 600 euros.
Suma un tercer factor: «Ya no sólo viene la gente de los pueblos. Valencia se ha convertido en una ciudad internacional. Hemos tocado techo en búsqueda de piso de estudiantes holandeses, italianos, franceses o alemanes debido al tirón de universidades como la Europea o la Católica». O la Cardenal Herrera Ceu, donde «un tercio de los alumnos de nuevo ingreso son estudiantes de terceros países y buscan alojamiento aquí», detallan desde la universidad.
En consonancia con lo anterior, aprecia Ortega el estallido de la burbuja de las residencias estudiantiles. «Han crecido un 60% en cuatro años», estima. Se trata de grandes inversores «que compran un edificio entero en zonas universitarias y lo transforman en moderno 'hotel' estudiantil». Este concepto de negocio se multiplica en la avenida del Puerto, en Serrería, en Tarongers o en Palleter 77, donde la cadena internacional AMRO ha establecido este año una de sus modernas residencias.
Este mes llega también a Valencia Vanguard Student Housing, con presencia en Madrid y Barcelona y que propone una solución híbrida «enfocada a satisfacer las necesidades de cada estudiante, ya prefiera vivir en piso o en residencia». Su propósito, anuncian, es que cada uno de los huéspedes «se sienta protagonistas de una serie de Netflix inspirada en una vida urbanita».
Pero, claro, ¿a qué precio? En este tipo de negocios, más modernos, estilo hotel juvenil, «nos podemos encontrar con habitaciones que rondan los 700 euros al mes la más barata. Y si se contrata más servicio, como comedor u otros, nos vamos a más de 1.000 euros al mes», estima Ortega.
En efecto, la doble estándar de Vanguard Valencia la encontramos a 820 euros al mes. Y la individual estándar por 1.020. Incluyen eso sí, comida de lunes a viernes, limpieza, gastos de suministros, sala de estudio, TV y hasta Playstation como atractivo lúdico.
Ortega concluye: «Hoy es casi imposible encontrar un piso asequible para estudiantes a no ser que sea por confianza entre familias». Entre escasez y encarecimiento, «sólo las familias más pudientes o internacionales van a poder permitírselo».
Vicente Díez es vicepresidente de los agentes de la propiedad inmobiliaria (API) en Valencia. Coincide con Ortega y añade otro problema: «Hay muchos pisos de alquiler que, debido a la escasez, se los pasan unos estudiantes a otros, por lo que no se vacían». Y cada vez más «se generaliza el alquiler de habitaciones en lugar del piso completo».
Otros años, «en agosto o en septiembre tenías pisos de alquiler que ofrecer a estudiantes. Este año han empezado a agotarse en julio», constata el agente. Según Díez, así se dibuja el futuro: «Mucha gente va a tener que irse a poblaciones de fuera de Valencia porque aquí ya no hay vivienda asequible para ellos o sus padres».
¿Qué está sucediendo en los colegios mayores? Son centros integrados en la universidad, siempre adscritos a una. Tienen un imperativo de viabilidad económica pero su objetivo principal no es generar beneficios, pues tienen un carácter más social o educativo.
En el Rector Peset, por ejemplo, la habitación individual en pensión completa ronda los 1.000 euros al mes y algo más de 700 si es compartida. Son precios similares al Colegio Mayor Albalat o a los de Saomar. Sólo encontramos algo más barato en los 600 al mes de San Juan de Ribera de Burjassot, pero es «sólo alojamiento».
Carles Xavier López es el director del Rector Peset y delegado en Valencia del Consejo de Colegios Mayores. «También sufrimos la inflación, pero hemos ajustado precios al máximo». Según detalla, «las 885 plazas de los colegios están cubiertas, salvo unas pocas renuncias». En un contexto de escasez de pisos de alquiler, «la demanda ha aumentado respecto a otros años», constata.
Son muy pocos los que aguantan toda la carrera en el colegio mayor, con estancias medias de entre dos y tres años. «Es muy habitual que cuando varios estudiantes se conocen aquí decidan marcharse para pagarse un alojamiento conjuntamente», agrega.
Quique Martínez es universitario, valenciano y vicepresidente de la Confederación Estatal de Asociaciones de Estudiantes. «El problema no es sólo encontrar viviendas o plazas en un colegio mayor. Muchas veces, por no decir siempre, son insuficientes o los precios están disparados para nuestros bolsillos».
¿Soluciones? «Haría falta más inversión en nuevas residencias y colegios mayores, y becas más amplias». Ante el ascenso de la inflación, «las ayudas públicas son insuficientes y suelen llegar más tarde de lo que toca: las necesitamos ahora y a veces llegan en marzo», siete meses después del inicio del curso.
Marcos Chunchillos, presidente de la red de estudiantes Xarxa Aitana, también palpa la inquietud entre sus colegas. Y anota otro problema: «Los propietarios que alquilan pisos a estudiantes los ponen más caros que a las familias porque saben que el pago se divide entre tres o cuatro».
Un compañero de Chunchillos originario de Jumilla (Murcia) eleva la indignación: «El precio en Valencia es ya una absoluta barbaridad. Este año estoy en un piso en Pont de Fusta. Pagamos 1.200 euros y no tiene calidad como para eso. Lo podemos asumir porque somos cuatro y a 300 por cabeza aún llegas».
Cuando hace dos años se desplazó a Valencia desde Alberic para estudiar Ingenieria Industrial en la Politécnica no imaginaba que sólo dos cursos iban a acarrearle un desembolso de más de 7.000 euros en alojamiento y gastos. «Buff... ¡Qué barbaridad!», se asombra cuando hacemos números calculadora en mano. «Si no fuera por el esfuerzo de mi madre...»
La experiencia de Carla Montalvá, de 20 años es ejemplo de las dificultades que se están encontrando muchos jóvenes de su edad. «Cuando decidí cursar Ingeniería mi madre me aconsejó la experiencia de vivir con otros estudiantes y consideramos que en el transporte público se perdía mucho tiempo yendo y viniendo a diario», recuerda.
Para el curso 21/22 encontró en la Malvarrosa, en Isla de Hierro, un piso de 70 metros para compartir entre tres. «Entonces los precios aún eran algo razonables. Valía 675 euros y pagábamos 225», recuerda. Pero como un compañero se marchaba y entendían que la zona estaba algo alejada decidieron asociarse con otros dos conocidos en busca de un piso para cuatro en otro lugar.
«Y nos costó muchísimo encontrar algo digno y con el presupuesto que llevábamos en mente», confiesa. Empezaron a buscar en abril y no lo encontraron hasta julio. «En algunos casos nos decían que debíamos instalarnos ya en abril en vez de a principios del curso siguiente, y claro yo no puedo estar pagando casi 500 euros con dos alquileres solapados», recuerda Carla.
El grupo aspiraba a vivir en Blasco Ibáñez, «pero no en Honduras, con todo el botellón y el jaleo». Y sencillamente «no había nada para cuatro y los que nos gustaban los estudiantes no habían salido, y es que claro, como los movimientos de gente se producen en junio o julio». Con su presupuesto, de 900 euros a pagar entre cuatro, «no había ninguna oferta». Hasta que al final dieron con lo que buscaban, ya in extremis, en la calle José María de Haro, donde Carla reside actualmente con sus compañeros para empezar tercero de Ingeniería Industrial.
En este curso, «y por lo que me comentan compañeros, encontrar algo de menos de 1.000 es casi imposible». Le mostramos los precios de una de las modernas residencias que emergen en Valencia y se lleva las manos en la cabeza. «¿Mil euros por una habitación individual? Es desorbitado. Ni aunque incluya los gastos de comida... Yo aquí me gasto unos 50 al mes en los suministros y alimentación», detalla. «Los jóvenes de familias medias más de 350 euros al mes no nos podemos permitir».
Supone que la clientela de estas residencias «serán Erasmus de familias extranjeras más pudientes o estudiantes de primer año que llegan a Valencia sin conocer a nadie con quien compartir alquiler».
Tiene 24 años y hace dos se vino a Valencia procedente de la pequeña localidad conquense de Las Pedroñeras para labrarse un fututo y completar el ciclo superior de Estética en Aldaia. María también ha vivido el ajetreo y ascenso de precios en el alquiler. «Se aprovechan de la situación de algunos que, sí o sí, tenemos que movernos a las grandes ciudades para formarnos», lamenta. «En mi familia llevamos más de 8.000 euros gastados en dos cursos»
Fue su tía, residente en Valencia, la que en 2021 le buscó piso de alquiler para que pudiera hacer realidad su sueño. Fue en la avenida del Cid, compartido con una compañera, y comenzó pagando 280 euros más los gastos, unos 300 en conjunto. «Ahí pasé dos cursos y todavía no había pegado el subidón», explica.
Pero en agosto de este año los caseros llegaron con una mala noticia: «No querían ya alquilar y nos dieron hasta septiembre para marcharnos», recuerda la joven de Cuenca. «Pensé: 'o me muevo ya o me quedo sin piso». Y comenzó su periplo en webs de anuncios. «Busqué y busqué... O eran muy caros o muy viejos, cuchitriles para compartir entre cinco y cosas semejantes...», describe.
Ella buscaba algo similar al piso que tenía que dejar «pero casas de ese estilo y dimensiones ya salen a 500 euros por persona, cuando yo me había fijado el límite en poco más de 300», relata. Al final, echó mano de redes sociales, por donde también fluye mercadeo y aviso juvenil de alojamientos estudiantiles. «Un grupo de Instagram me redirigió a otro de WhatsApp y allí di con dos estudiantes que necesitaban una tercera persona para juntarse en un piso de alquiler y así encontré un precio medianamente digno».
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