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Agosto de 2016. La Dirección General de Instituciones Penitenciarias distribuye una circular entre los funcionarios de prisiones con una consigna: el incremento de los atentados del Daesh en Europa y las amenazas hacia España obligan a extremar la vigilancia de los presos por terrorismo yihadista en las cárceles españolas. En Picassent el grueso de la labor recae sobre el llamado Grupo de Vigilancia y Control, integrado por seis funcionarios que monitorizan incluso las conversaciones telefónicas de los internos (con la preceptiva orden judicial) y también sobre el resto de funcionarios que anualmente rotan para convertirse en los cuatro vigías del régimen cerrado, el módulo en el que una veintena de presos figuran dentro del estatus más estricto de control y seguridad de la prisión.
Allí están los condenados por terrorismo yihadista. Son un total de 28 en las cárceles de la Comunitat, como confirman fuentes penitenciarias. Pero no sólo ellos son un peligro. La normativa marca que deben estar aislados para no estar en contacto con otro presos y para que entre ellos no mantengan relación. «No se hace. En Picassent los tenemos por parejas. No se puede aspirar a más con el personal disponible», lamenta Jorge Vilas, presidente de la sección de Instituciones Penitenciarias del Sindicato CSI-F. Y ello tiene sus consecuencias.
La falta de aislamiento de los yihadistas tiene ya consecuencias entre rejas. Hasta siete reclusos que no entraron en prisión por delitos islamistas en cárceles de la Comunitat están siendo vigilados ya por estos especialistas penitenciarios al radicalizarse o fanatizarse en su actitud dentro de prisión. Cinco de ellos se encuentran en la cárcel de Castellón y dos en Picassent. Todos los internos comunes vigilados son de origen musulmán y entre rejas la mayoría por delitos de tráfico de drogas. Detalles como cambio de hábitos en la alimentación, adoptando plenamente la dieta musulmana cuando antes no lo hacían, empezar a rezar frente a una ausencia anterior de actitudes religiosas, o en el caso de las mujeres lucir velos u otras prendas religiosas que antes brillaban por su ausencia son algunos de los aspectos a los que prestan atención los funcionarios para encender la luz de alarma.
La cifra de internos en prisión por su relación con el terrorismo yihadista es de unos 700, según las mismas fuentes. «Faltan instalaciones adecuadas en las que llevar a cabo ese aislamiento, hay una grave carencia de formación sobre cómo vigilar a los acusados de terrorismo yihadista y la constante falta de funcionarios en Picassent que también se sufre en esta área», lamenta Vilas. En régimen cerrado, por ejemplo, cuatro funcionarios se ocupan de controlar a 20 internos, de los más peligrosos de Picassent, una cifra insuficiente a ojos del representante sindical de CSI-F.
A pesar de ello, los funcionarios de prisiones son los 'ojos antiyihadistas' en la cárcel. De sus observaciones entre rejas han surgido numerosos datos e información para los servicios antiterroristas de la Policía Nacional que han permitido arrestos de acusados de yihadismo, así como la detención de integrantes de grupos organizados de delincuencia.
Los ojos de Inmaculada son unos de los que controlan a diario los movimientos de los internos yihadistas en Picassent. Ese no es su nombre real. Sí que lo son sus ojos claros, los mismos con los que observa a los reclusos islamistas. «No son especialmente hostiles hacia las mujeres. No dejan traslucir muchos sus ideas, aunque sí notes alguna mirada agresiva», explica una funcionaria con casi una década de experiencia en el control de internos de régimen cerrado y primer grado. Son terroristas mucho más camaleónicos que los etarras. Estos «sí reconocían abiertamente su pertenencia a ETA, estos lo niegan; aquellos tenían abogados que se repetían, en el caso de los yihadistas, no... Son obstáculos para trazar un perfil y aumentar los datos que obtienes de su vigilancia», explica Inma.
También funcionario en Picassent, Jorge Vilas alerta de otro fallo en la coordinación entre Fuerzas de Seguridad y funcionarios de prisiones. Hay carencia de informes para los vigilantes penitenciarios sobre el carácter radical o de líder de internos recién llegados. «Por ejemplo, nadie nos informa si entra un imán que puede atraer a la causa islamista a otros internos». Y en el último atentado de Barcelona, el papel del imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, quien pasó por la cárcel de Castellón, fue más que vital.
Su familia defendió y defiende a ultranza su inocencia. Atribuyó su arresto en septiembre a un tremendo error de la policía. Tras su arresto en Gandia en septiembre de 2015, Raja E. A. salió de casa bajo un negro y tupido burka. Sólo podían verse sus manos esposadas mientras caminaba junto a dos agentes de la Guardia Civil. En el juicio, desde el banquillo de la Audiencia Nacional, negó que fuera a viajar a Siria para unirse a la yihad y aseguró actuar impulsada por una amiga a la que secundó «porque yo era muy inocente y tontita». Renegó del Daesh pese a que la Guardia Civil halló hasta siete perfiles suyos en redes sociales desde los que jaleaba a los asesinos islamistas y colgaba comentarios y vídeos apoyándolos. Acabó con una condena de cinco años de prisión.
Y ahora, entre rejas, el lobo se ha quitado por completo la piel de cordero. Los funcionarios de Picassent lo comprobaron hace un tiempo. Desde la cárcel valenciana, una presa musulmana sin ningún tipo de condena yihadista ni actitud fanática fue conducida a una prisión del entorno de Madrid para asistir a una vista de varios días en la Audiencia Nacional. En la cárcel coincidió con Raja. Apenas con 20 años, su actitud en la 'trena' demostró de todo menos inocencia. A su vuelta a Valencia, los funcionarios de Picassent comprobaron el efecto de 'lavado de cerebro' que la coincidencia de la presa valenciana con la arrestada en Gandia había tenido: la reclusa común empezó a lucir velo cuando jamás lo había hecho, a evitar cualquier contacto o coincidencia con hombres y adoptó un férreo respeto de los preceptos islamistas. «La arrestada en Gandia es actualmente uno de los elementos más peligrosos entre rejas», enfatiza un funcionario valenciano.
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