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Paco (nombre ficticio en caso real) no aguanta más. Tiene una terraza exterior en su primer piso, bajo un deslunado de Gandia. Y no para de llover. No son gotas. ¡Son objetos que inundan su propiedad! Un día cae un televisor. Otro, un mueble. Otro, una bolsa… Y todo por unos vecinos que ven muy normal deshacerse de lo que no le sirve arrojándolo por la ventana. Al fin y al cabo, es más fácil que ir al ecoparque.
El hombre protesta. Una y otra vez. Le llevan los demonios. Pero los de arriba no entran en razón. Cambiar mentes atascadas es mover montañas. La cosa se pone tensa y peligrosa. Saltan chispas en la escalera, pero al final la mediación de abogadas solventa el jaleo. Contactan con el ayuntamiento y logran un apercibimiento a los 'arrojadores' alegando una cuestión de salud pública. Lo que el sufrido residente no logra con sentido común lo consigue la autoridad con un poquito de mano dura y 'ándate con ojo'.
Historias como esta se suceden día tras día en Valencia. Sólo el año pasado la Policía Local de la ciudad y el servicio de mediación del Ilustre Colegio de Abogados de Valencia (ICAV) intentaron izar la bandera blanca en un millar de disputas entre residentes, algunas muy enquistadas.
Calmar y solucionar es la labor de letradas como María Clemades, Ana Mir y Yolanda Sánchez. O policías locales como el inspector Antonio Berlanga, coordinador de los 'pacificadores' del cuerpo municipal. En el ámbito provincial, señalan, «son recurrentes los conflictos originados por lindes entre parcelas, árboles, humedades y molestias en general», señalan las juristas. En ciudad, el ruido es el germen de casi todas las tensiones.
Fue en 2009 cuando la Policía Local empezó el proyecto de mediación en el conflictivo barrio de Nazaret. Después se amplió a toda la ciudad y desde 2011 hay oficinas para esta labor en las siete comisarías de Proximidad del cuerpo. El año pasado, los agentes estudiaron más de 600 conflictos de convivencia, con acuerdo entre las partes en el 90% de los casos. El inspector ahonda en la tipología: «Más de la mitad de los casos son por ruidos. El resto, por malos olores o salubridad, obras, uso del espacio público o conflictos interculturales como las tensiones por olores de comida asiática o rezos del Ramadán…».
La pandemia y su confinamiento dispararon las riñas vecinales hasta niveles nunca vistos. «Fueron un 80% más de disputas que en un año normal», cifra el inspector: «Gente que hacía deporte a todas horas, quienes dormían de noche y vivían de día, fiestas en casas, riñas…».
En menos de un mes comenzarán las Fallas y el 092 también arderá: «La churrería me llena de humo el primer piso», «son las cinco y sigue la verbena», «han cerrado la calle y no puedo llegar a mi garaje»... Aquí la Policía inicia la llamada mediación exprés. «Los problemas deben resolverse en muy poco tiempo y por eso los agentes se desplazan al lugar» de las tensiones «para resolverlas in situ», ahonda Berlanga.
Para Berlanga, confiar en la mediación policial trae un sinfín de ventajas, además de que es gratis: «Se descongestiona el sistema judicial, se agilizan los tiempos y son las partes las que llegan a un acuerdo duradero al no ser impuesto por un tercero». Como se reduce el uso de fuerza en las intervenciones policiales «hay un menor número de policías lesionados». Hasta los agentes aprenden a gestionar mejor sus propios rifirrafes internos.
Las letradas del ICAV coinciden. Su sección de mediación cuenta con 14 años de experiencia y 700 profesionales especializados. Desembocan allí las colisiones vecinales más espinosas. A razón de más de 300 casos al año y con acuerdo en un 70%. Aquí el servicio se paga «pero siempre resulta mucho más económico y rápido que la denuncia o demanda en los tribunales», destacan las abogadas.
«Las rencillas en las que mediamos pueden quedar resueltas en un mes y medio y unas cuatro sesiones, mientras que con litigios el asunto puede prolongarse un año. O más cuando hay recursos», estima la coordinadora de mediación, Ana Mir. Aquí no hay sentencia. Los enfrentados «acaban sellando un acuerdo con fuerza vinculante», algo parecido a un contrato. «Es decir, en caso de incumplimiento se puede pedir al juez que garantice las medidas y conductas convenidas», agregan las expertas.
Como trabajan a nivel provincial, el principal de los entuertos que apaciguan es por los lindes entre vecinos de adosados o chalés en urbanizaciones. Y va a más por el boom residencial tras el coronavirus: «Las humedades, los humos de las barbacoas, los sistemas de desagüe, la pinocha del árbol del vecino…», detallan. En la casuística, aparecen después los ruidos, en especial los de fiestas en pisos de universitarios, y los problemas relacionados con animales domésticos.
Una de las grandes dificultades llega con los problemas de salud mental. Generan muchos y complejos roces. El síndrome de Diógenes, la tendencia a convivir con muchos gatos o aves, las manías persecutorias, los trastornos en soledad… «Cuando hay una patología psíquica la mediación no es posible. Nuestro consejo es localizar a un familiar próximo para intentar mediar con él o acudir directamente a los servicios sociales municipales si no es posible», señalan las juristas.
Mislata. Un propietario alquila una habitación a un inquilino que acumulaba montañas de desperdicios. Aprovechando un ingreso en el hospital, el dueño del piso ya no le deja regresar y se arma el lío. «La mediadora contactó con los servicios sociales y le buscaron un piso tutelado por la administración para fijar un mayor control sobre su conducta», describen las expertas.
«Aquí ayudamos a gestionar muchas emociones», revelan. «En las sesiones tenemos caramelos, agua y pañuelos. Por si hay que llorar. Pero al final es un placer ver cómo vecinos que empiezan a insultos en la primera sesión acaban dándose la mano en la última y con un acuerdo bajo el brazo confeccionado entre ambos», celebran las mediadoras.
Y en lo emocional, una curiosidad. La Policía Local investiga junto a la Universitat de València si la neurociencia podría ayudar, en un futuro, a seleccionar a los mejores agentes mediadores. ¿Cómo? Con mediciones electroencefalográficas de sus cerebros ante estímulos visuales. Lo detalla Berlanga, impulsor de esta iniciativa con su doctorado: «Saber cómo funciona el cerebro, cómo percibe los acontecimientos y cómo se desarrollan los procesos emocionales y cognitivos puede facilitar herramientas para saber qué policías aplicar en la mediación».
Otros que lidian a diario con los conflictos vecinales son los administradores de fincas. Sebastián Cucala, presidente del colegio profesional de Valencia-Castellón, alerta de que los roces y tensiones se han disparado en edificios en los que los propietarios alquilan habitaciones. «Es un fenómeno en auge ante el aumento de los precios del alquiler y en Valencia nos hemos encontrado con casos extremos de hasta 15 en una casa de seis habitaciones».
Y aquí pasa de todo: conflictos por las costumbres, por el tabaco, por el volumen, por los encuentros sexuales, por el aseo… «Hay casas que se han convertido en hoteles», destaca Cucala, «y con mucha rotación de personas en poco tiempo, mucha convivencia entre desconocidos y, frecuentemente, disputas que acaban generando molestias».
Esta misma semana arranca en Valencia el juicio a un hombre acusado de matar a otro de un tiro en una casa de Manises en la que convivían varias personas. Ocurrió en mayo de 2021. El jurado deberá decidir si el sospechoso reprochó a la víctima la ausencia de algo que éste negó haber tocado y le disparó después a escasa distancia con una escopeta.
Hasta en los sótanos hay crispación, en los garajes, con un nuevo foco de tensión: «Se han extendido los todoterrenos y monovolúmenes que se aparcan en plazas diseñadas en una época en la que los coches familiares no eran tan anchos». En consecuencia, hay más roces, impactos, problemas para maniobrar… «Y contra esto hay poca solución», lamenta Cucala.
El presidente de los administradores teme que en un futuro crezcan los casos de síndrome de Diógenes ante el aumento de personas mayores en soledad, más propensas a esta conducta que afecta a la salubridad propia y ajena. «Son muy gravosos para los vecinos, con un recorrido de costosas gestiones que pueden prolongarse entre seis y ocho meses hasta que el problema se soluciona con una intervención de bomberos, policía y servicios sociales», anota Cucala.
Ponemos rumbo al campo de batalla, con una decena de problemas reales registrados entre 2020 y 2023 entre vecinos enzarzados que han conseguido lo que parecía imposible: hacer las paces sin llegar a las manos ni a los tribunales. Los primeros seis fueron resueltos por abogados y el resto, por la mediación policial.
1
Una mujer que vive en un primer piso mantenía un conflicto con el propietario del taller mecánico, justo debajo de su vivienda. No soportaba los ruidos y molestias que ocasionaba el negocio. Pero claro, el hombre tenía que trabajar. Otros residentes también se quejaban. Al final se llegó a una acuerdo consistente en la insonorización del taller y en la limpieza de las manchas de aceite de la acera. El mecánico se comprometió a empezar su actividad a las 8 horas y acabar a las 22. La relación entre todos mejoró.
2
Saltaban chispas entre dos propietarios de parcelas colindantes. Uno de ellos lanzó el SOS a los mediadores al entender que su vecino tenía su campo muy descuidado: con la vegetación tan crecida temía los daños de un posible incendio. Para colmo, discutían por la línea de lindes entre sus terrenos. Pero la sangre no llegó al río. Los abogados mediaron, comprobaron la delimitación exacta en el catastro y el dueño de la 'jungla' asumió que debía podar y limpiar para prevenir el fuego.
3
El conflicto surgió entre el inquilino de un piso que tenía un perro y el casero. Éste desconocía que poseía un animal. El can era joven y ladraba por la noche, con lo que los otros vecinos proyectaban sus quejas contra el dueño de la casa, que quiso rescindir el contrato de alquiler. De hecho, constaba en el contrato que estaba prohibido tener animales domésticos y se sentía engañado. Los inquilinos pagaban puntualmente el alquiler y alegaban que sería muy difícil encontrar una casa ajustada a sus necesidades. La solución pacífica fue que el inquilino llevaría a adiestrar a su perro para que no ladrara por la noche y se comprometió a bajarlo con mayor frecuencia a la calle a pasear.
4
Una vecina estaba a malas con el Ayuntamiento de Moncada. En una avenida en construcción había unos alcorques vacíos, sin árboles plantados, y denunciaba que ponía en peligro a peatones y vehículos. Los primeros metían sin darse cuenta el pie y los coches, las ruedas al aparcar. Apeló al Síndic de Greuges y le dio la razón, requiriendo al ayuntamiento para que actuará. Pero nada. Pasado un año, todo seguía igual. La mujer pidió una mediación con el Ayuntamiento y, ahora sí, el consistorio puso en marcha a la Brigada de Obras para solucionar el problema. La vecina dejó de sentirse ninguneada.
5
Comenzó con la eliminación de un armario empotrado y acabó con palabras muy feas entre dos vecinas. La que solicitó la mediación reclamaba daños por la obra de la mujer que vive pared con pared. Tras la intervención de abogados llegaron a acuerdo: el primero, no insultarse. Crucial. La vecina del lado del armario acabó asumiendo la reparación de la pared de su vecina en un plazo de quince días. Con inmediatez. Eso calmó los ánimos y las aguas volvieron a su cauce.
6
Unos propietarios se quedaron helados al encontrarse con una reclamación de gastos de la comunidad por vía judicial. Estaban disconformes e indignados, pues mantenían que no habían tenido conocimiento previo de dicha deuda. Por lo visto, no residían en la urbanización, como el resto de propietarios, y las reuniones se anunciaban en un tablón de anuncios. Tras la mediación se pusieron los puntos sobre las íes: ellos debían pagar, pero la administración se comprometió también a notificarles por correo y con una semana mínima de antelación las juntas de propietarios. Terminaron así los malos entendidos y se enterró el enfrentamiento.
7
No podía más. Había venido a Valencia a jubilarse después de muchos años trabajando fuera y las continuas fiestas y música de discoteca de la falla de su calle convertían sus fines de semana en un infierno. En edad avanzada, su malestar aún era mayor. Denunció ante el Ayuntamiento, incluso en el juzgado. Pero pasado más de un año no había juicio y el problema persistía. Al final solicitó la mediación de la Policía Local. Tras varias reuniones, se limitó el uso del casal. Música, sólo días festivos y en Fallas. Y nada de altavoces ni DJ en el casal sin uso de limitador acústico, para así garantizar la potencia sonora autorizada. Tampoco congregaciones o vociferar en la puerta. En tres meses se arregló un problema que llevaba años abierto y judicializado.
8
La situación era tensa. A la salida de un colegio, dos padres se disputaban llevarse a sus hijos y, claro, en el centro no sabían qué hacer. Los dos progenitores querían llevarse a los chavales el fin de semana. Estaban en trámites de separación, pero aún no había una medida judicial sobre la custodia de los menores. Los mediadores policiales maquinaron una solución salomónica para evitar más jaleo delante de los niños: un familiar se los llevó con el visto bueno de ambos y se citó a los abogados a la oficina de mediación para fijar un acuerdo provisional. La madre tendría a los niños hasta el juicio. El padre los recogería los viernes en fines de semana alternos para devolverlos el lunes al colegio. Y podría visitarlos los miércoles. Un juzgado lo ratificó.
9
Algunos vecinos de la calle Hospital se quejaban por las molestias del toque de las ocho campanas del carrillón de una ermita declarada Bien de Interés Cultural (BIC). Procedían de Santa Lucía. Intervino el Servicio de Calidad Acústica del Ayuntamiento de Valencia ante una colisión entre el derecho a descanso y la venerada tradición cultural campanera. La decisión fue pasar el toque de las 8 a las 9 de la mañana, adelantar el de las 21 a las 20 y eliminar otros dos durante el día.
10
Los vecinos se quejaban de un comercio hacía mucho ruido. Era una empresa con un almacén en un bajo y no podían dormir. Realizaron una sonometría y el jaleo, en efecto, excedía de los valores. Pero el dueño del comercio presentó su prueba y el resultado fue distinto. El asunto ya estaba en los tribunales cuando se les ofreció la mediación policial. Y al hablar se desentrañó el misterio. Realmente, la empresa no tenía actividad desde las 21 horas, pero el vigilante nocturno encendía todos los generadores y equipos durante su turno de manera innecesaria. Las vibraciones de persianas motorizadas y climatizadores impedían el descanso de los vecinos. Fue tan sencillo como no conectarlos. En una sesión se resolvió un problema de dos años.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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