Puig mete a los pajaritos en la jaula
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Montón queda bastante amortizada, sola y sin apoyos. Marzà está todavía más quemado, pero tiene el respaldo cerrado del BlocSin ánimo de asemejar situaciones históricas incomparables, pero sí ciertos paralelismos sobre la conducta colectiva, conviene recordar la anécdota rescatada por Juan Eslava Galán sobre aquel cura del Maresme que tras la entrada de las tropas franquistas en el pueblo ofrece su primera misa con inconfundible acento catalán: «Queridísimos hermanos, ved adónde nos ha conducido vuestra mala cabeza; tantos vecinos muertos en el frente o asesinados, los campos sin arar, los animales muertos o robados, la iglesia destrozada y yo... ¡yo predicando en castellano!». Valga la humorada porque el asco despectivo al humor es uno de los rasgos más acusados del nacionalismo. Por eso, un día supuestamente grande como hoy para el supuestamente hegemónico independentismo catalán, conviene poner las cosas en su sitio, aun abusando de las citas y recurriendo a un clásico de esta sección. Josep Pla: «Ahora, finalmente, da gusto vivir en Cataluña. La unanimidad es completa. Todo el mundo está de acuerdo. Todos hemos tenido, tenemos o tendremos, indefectiblemente, la gripe». Podemos estar seguros de que esta patochada de referéndum y lo que pueda venir detrás, nada bueno, quedará lejos de aquella unanimidad que la epidemia de gripe llevó a Cataluña hace un siglo. Pese a las mentiras dominantes y los miedos infundidos, el pujolismo no ha logrado obtener esa unanimidad incontestable tras casi cuatro décadas controlando férreamente a la población, a través de la educación, la televisión pública y las escandalosas subvenciones a medios de comunicación, empresas, patronales, colectivos sociales y un sinfín de mantenidos y apesebrados.
Quizás la locura catalana pueda actuar al menos como una vacuna preventiva en el territorio valenciano, o vasco, o navarro, o balear. O quizás sea mera coincidencia el paso al frente dado justamente esta semana por Ximo Puig para segar los perfiles más nacionalistas y/o radicales del bitripartito. El Presidente del Consell, al que tantas veces hemos achacado aquí eso de que «reina pero no gobierna», acaba de orillar de forma drástica a los dos consellers más significados; Carmen Montón (Sanidad) y Vicent Marzà (Educación).
La titular de Sanidad ha llevado adelante en el departamento una política personalista, no de partido ni de gobierno; del mismo modo que en el partido se ha regido por intereses estrictamente individuales. Carmen Montón primero fue sanchista pero cuando Sánchez cayó apuñalado en Ferraz se puso de lado para sobrevivir, luego cuando el líder del PSOE volvió con la rosa de las primarias quiso sacar de nuevo su carné de sanchista pero como éste no quiso perdonarla se hizo fan acérrima de Ximo Puig, de la noche a la mañana. Dicho con total precisión. Se paseó un domingo como sanchista en el congreso de Madrid y amaneció el lunes en una pancarta para apoyar al jefe del Consell. La honesta reflexión que le llevó de un bando al otro no le ocupó más de diez o doce horas, una indiscutible rapidez de reflejos. En cuanto a la gestión sanitaria, ha emprendido una campaña general contra las concesionarias en donde no faltan algunos capítulos de auténtica guerra sucia. Le ha ido bien, otra cosa es que al final a los valencianos nos acabe costando dinero su táctica particular. Primero porque la reversión hospitalaria acabará suponiendo un gasto presupuestario mayor e innecesario; segundo porque los tribunales pueden acabar reconociendo ciertos derechos a los afectados. Montón ha tenido manos casi libres hasta ahora, cuando ha decidido abrir un nuevo frente que excede sus fuerzas, el IVO. No le ha salido la jugada. El IVO es material altamente sensible; por el prestigio científico acumulado y por la enorme reputación popular que goza al dedicarse a una enfermedad tan vulnerable. El President ha apartado a la consellera para reunirse directamente con los patronos de la fundación y desactivar el conflicto.
Ya veremos cómo acaba, pero nada volverá a ser igual. Montón le ha dado a Puig la excusa perfecta para su cese, si en algún momento considera oportuno jugar esa carta. Queda bastante amortizada, porque aparte de políticamente quemada, está sola y sin apoyos. No es el caso de Vicent Marzà. El conseller de Educación está todavía más quemado y amortizado, pero cuenta con el respaldo cerrado del Bloc. Queda señalado como el tipo que intentó cercenar las libertades educativas de los valencianos y al que hubo que pararle los pies, con la constitución y la contestación. El Consell acaba de anunciar una nueva ley educativa que desmonta su proyecto anterior y vuelve a un modelo propio de los tiempos del PP (Font de Mora); a un modelo que sea consciente de la pluralidad de la Comunitat y respete la libertad de elección de castellanohablantes y valencianohablantes. Donde la promoción del valenciano no sea incompatible con la consideración al castellano. Un modelo que supone el fracaso absoluto del independentista Marzà y la renuncia expresa a la medida más relevante llevada a cabo por este Consell y que marcaba más que ninguna otra el actual ciclo político. Marzà pierde, porque le hacen rectificar, no porque se haya convencido de su error, y habrá que estar atentos a que no intente volver a sortear la legalidad y los derechos por la vía de las normas, órdenes y reglamentos menores.
El triunfo sobre Marzà tiene un alto significado. Implica que aquí la minoría nacionalista carece de refrendo ciudadano para adentrarse por la senda catalana, revela la realidad de sus posiciones, marginales y alejadas de la mayoría social. Implica que aquí hay suficiente estructura para detener esa ofensiva, gracias a algunos medios de comunicación (unos pocos) y a ciertos mecanismos culturales, sociales y económicos para contener a los soberanistas que ahora se llaman valencianistas porque no pueden usar electoralmente el término por el que siempre se reconocieron. Implica que no tienen barra libre para usar la educación como instrumento de reingeniería. Y la otra palanca que están poniendo en marcha, la televisión pública, carecerá de una mínima influencia. Ni de lejos podrá ocupar el papel de TV3 porque la nueva realidad audiovisual y la propaganda descarada no les permitirá despegar por encima del 2/3 por ciento de audiencia. Será insignificante, muy caro (55 millones de coste y 500 empleados) pero insignificante. Mala noticia para los señores del Bloc (Morera, Micó, Marzà, Baldoví, Ferri), que salieron en tromba a apoyar la asonada catalana y a criticar la «represión» del Estado. Habrán de conformarse con las deliciosas parodias que dedican a este periódico en Twitter y que tanto nos divierten y reconfortan: la prueba de que estamos haciendo lo correcto. Ánimo chicos, al menos servirá para aprender a usar el sentido del humor del que tanto carece el nacionalismo. Menos da una piedra.
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