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Pura Feliciano viste de negro desde que hace 70 años se quedara viuda. Apenas estuvo nueve meses casada antes de que su marido, que tenía entonces 27 años, muriera de un cáncer y, claro, no les dio tiempo a tener hijos, así que Pura ha estado muy sola en esa casa tan antigua en pleno centro de Paiporta.
Nunca ha querido irse de un hogar en el que no vio crecer a niños, pero en el que sí ha habido muchos recuerdos, de aquel padre que perdió «en guerra» cuando ella tenía sólo nueve años, la primera fatalidad de su vida que la obligó a dejar la escuela y encargarse de sus dos hermanos pequeños. «Yo casi no sé leer», se excusa, lúcida, con unos ojos vivos que parecen ver hasta el alma. Lo que no sabía Pura, que hasta que se rompió la cadera este verano estaba como una rosa, es que con 96 años tendría que vivir una dramática DANA que la ha dejado sin nada, convertidos todos los muebles antiguos, muchos con más de un siglo de vida, en madera podrida por el agua y el fango.
Fue un vecino, Eduardo, quien se acordó de Pura cuando el agua subió peligrosamente, y saltó por una ventana para poder salvarla de una muerte segura. Dice que se han cuidado siempre; «cuatro generaciones hemos estado sin reñir». Ella no habría podido, sola, subir las escaleras hasta el único lugar en alto, la andana, que ha quedado seco y a salvo de la humedad, y donde ahora vive. Y del que ya no quiere bajar más.
En ese espacio bajo el tejado ha pasado quince días durmiendo en una silla de ruedas, hasta que le han conseguido un sillón donde sus maltrechas caderas le permiten recostarse. Porque Pura ha tenido muchos ángeles, y uno de ellos lleva uniforme y se llama Sergio.
Granadino de nacimiento, Sergio es legionario, y estaba con su destacamento de Ronda limpiando la calle donde vive Pura cuando le hablaron de esa mujer que desde que perdió todo no quiere hablar con nadie, está muy triste y sólo quiere morirse. Y con su gracia andaluza subió, se sentó a su lado, le habló, le dio besos, la abrazó y la hizo reír de nuevo. Al día siguiente se trajo a medio destacamento para conocer a Pura. «Muy guapo ese alto que vino», dice Pura, que ha vuelto a reencontrarse con Sergio, que ha traído, esta vez, a Estíbaliz, enfermera militar, para que vea cómo va con la medicación, para que la cure de las escaras que le han salido por todos los días que ha estado sin poder moverse de esa silla.
Ahora son dos mujeres que llegaron de Colombia, Isabel de día, Mayra de noche, quienes cuidan de Pura, que no quiere oír hablar de ir a ninguna residencia, ni a casa de nadie. «De aquí no me mueven», asegura, firme. Isabel, sentada a su lado, callada, con sus propias penas -vive también en Paiporta- dice de ella que es la persona más buena del mundo. Pura lo niega: «yo he sido de sufrir y callar, así siempre», y sonríe.
Sergio le acaricia la cara, besa a esa mujer menuda, que se pierde entre los cojines que le han acomodado, mientras va desgranando recuerdos poco a poco, que ahora sólo están en su cabeza. De cómo tuvo que ir «a la naranja, a la patata, a la cebolla, al melón... a lo que salía, hasta que cerraron el almacén. Toda la vida trabajando para comer y mantener lo poquito que me habían dejado». Y que ya no existe.
Pura ya no come sólido, sólo los potitos y caldos que le van trayendo, porque en Paiporta no hay tiendas donde comprar y todos viven de la ayuda humanitaria. También Pura, que está tapada con una manta, abierta la puerta de la terraza de tender la ropa para que se vaya el olor a humedad, en una habitación donde las imágenes de la Virgen de los Desamparados y San Vicente Ferrer tienen un lugar protagonista.
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Sergio aprovecha la visita para traerle un regalo muy especial. Saca, solemne, el escudo de la Legión, se cuadra ante ella, y le dice, «mi generala», mientras Pura ríe. No entiende mucho, pero se siente acompañada, por fin. Este granadino ya le ha dicho que mientras esté en Paiporta irá a verla cada día, y que recorrerá de nuevo los más de 650 kilómetros que les separarán cuando tenga que volver a Ronda. Y que se acordará de ella cuando, el año que viene, en la Semana Santa malagueña, levante bien alto, todo lo que pueda, el Cristo de la Muerte.
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