«Nos quita la casa el hombre que nos robó la infancia»

Su teléfono no para de sonar desde que, fruto de la desesperación, pidió auxilio por la red social 'Twitter'. A él, a su hermano Fareeh y a su madre los desahuciarán el 25 de enero. «Le darán la vivienda a mi padre, que está condenado por un delito de violencia de género», lamenta el chico. Vive en una pesadilla de la que es imposible librarse aunque abra los ojos. «Nos quita la casa el hombre que nos robó la infancia». Le tiemblan las manos. Pese a ello, sigue luchando.

Un ventilador de pie descansa en su sala de estar. «No es que tengamos calor, es que sabemos que en cualquier momento podrían decirnos que nos vayamos», explica. Trata de mover cielo y tierra para que no le priven del único hogar que conocía. Tiene esperanzas. Pero el miedo se manifiesta ante la evidencia de que en pocos días puedan quedarse sin nada.

Waqas reúne todas las fuerzas que le quedan para contener las lágrimas. Ve que el esfuerzo de toda una vida va a acabar en la calle. Sonríe frente a un armario blanco de unos dos metros. «Parecerá una tontería, pero he estado compaginando trabajos temporales para poder comprarlo. Me sentí muy orgulloso cuando lo traje a casa». Pero la pena le vence.

Siempre ha intentado hacer de aquellas cuatro paredes un hogar. Borrar todo rastro del dolor . «También reuní dinero para poder reformar el baño. Estaba hecho añicos y lo reparé», cuenta con anhelo. Desde que sus padres se divorciaron en 2012 y las posteriores demandas por violencia de género y amenazas en las que su padre salió condenado, se han visto asfixiados por los trámites judiciales. Pero sin duda, no ha habido situación tan dura como la de ver que el espacio seguro que han construido con tanto esfuerzo está a punto de derrumbarse.

La vivienda estaba comprada a partes iguales por ambos progenitores. La justicia le concedió el uso y disfrute de la casa a la madre y a los hijos por un plazo de dos años. Pero ahora considera que le toca el turno a un hombre condenado por violencia de género. «Él ni siquiera necesita la casa para nada. Rehizo su vida. Tiene pareja e hijos. No entiendo por qué no nos dejan tranquilos», cuenta Waqas enfadado.

Su madre nació en Pakistán. No tiene posibilidad de trabajar porque no habla español. «No es que no quiera aprender, es que con lo que pasó con mi padre quedó completamente anulada. Le da miedo hasta salir a la calle», dice el joven de 23 años. Ahora mismo, no tienen un poder adquisitivo que les permita salir adelante.

Waqas está graduado en Ciencias Políticas. Ahora oposita. «No era mi sueño ser agente de Hacienda, pero era el puesto que tenía convocado antes el examen. Necesito encontrar algo estable para mi familia rápido», confiesa. Trata de engullir los conocimientos. «Estoy haciendo el trabajo al que habría que dedicarle todo un año en sólo cuatro meses», dice visiblemente agobiado.

Para él, salir a jugar con el resto de niños nunca ha sido una opción. Ha trabajado desde que tenía 16 años. Cargando con el peso de mantener la economía familiar. «Ojalá consigamos quedarnos», implora.