![«La radioterapia me tocaba en abril y se demoró hasta julio»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202102/06/media/cortadas/cristina-gomez-k4nH-U130450922737KJD-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Cristina Gómez, de 32 años, es una instructora de yoga y pilates de Valencia que ha tenido cáncer de mama. Algunos de los momentos más complicados de su enfermedad han estado marcados por la pandemia, que ha afectado a su tratamiento en forma de retrasos. Según relata, «la radioterapia me tocaba en abril y se demoró hasta el mes de julio».
Todo empezó cuando en agosto de 2019 le dieron el diagnóstico. «Cuando te dicen que tienes cáncer no es que todo pase a un segundo plano, sino que directamente desaparece y empiezas a valorar lo que es importante», explica. Entonces comenzó su odisea. Primero llegó la reserva de óvulos y después pasó por seis meses de quimioterapia, aunque la última sesión la tuvieron que parar porque no sentía los dedos de las manos. En todo ese proceso contó con el apoyo de su pareja, «que hizo un esfuerzo brutal».
Después, en marzo de 2020, llegó la masectomía del pecho izquierdo. Según narra Cristina, «pasé una cirugía bastante complicada, peligró mi vida, y lo que más deseaba después de salir viva era tener visitas». Pero no pudo ser porque esa la misma semana fue cuando se decretó el estado de alarma y no podían acercarse a verla. Un mes y medio después de la intervención le tocaba empezar la radioterapia, pero al estar vigente el confinamiento «no pudo ser» y tuvo que esperar hasta el mes de julio. «Era peligroso dejar correr más tiempo», comenta.
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La pandemia también le ha generado temores a la hora de acudir a las citas médicas por el riesgo que supondría para alguien en sus circunstancias el contagiarse de coronavirus. En especial en el transcurso de esa tercera ola, en la que dice sentirse un poco apartada. Le acechan las dudas y los miedos. Cristina Gómez reconoce que le gustaría poder acudir a su enfermera o a su oncóloga «con la tranquilidad de que no me va a pasar nada, que no peligra mi estado de salud».
La enfermedad y el tratamiento le han dejado huella. No es la misma físicamente que antes, «me ha limitado mucho». Todavía no nota los dedos de las manos y tampoco puede pensar en retornar a su trabajo como instructora.
Por suerte, ha contado con el apoyo de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) de Valencia, facilitándole una psicóloga con la que está muy contenta. También «me ha aportado compañía» durante el confinamiento, a través de talleres y charlas. Ese respaldo ha conseguido que ella sintiera que no estaba sola en este duro proceso marcado por la pandemia y «que no se han olvidado de mí».
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