Directo Sigue el minuto a minuto del superdomingo fallero
De izquierda a derecha, Vladimir, Anna y Vadim en el hotel en el que se hospedan. IRENE MARSILLA

Los refugiados ucranianos de la Vieja Fe ya tienen nuevo hogar

Abandonan el centro después de medio año y entran en la primera fase de repartirse en hoteles hasta encontrar un alojamiento permanente

BELÉN HERNÁNDEZ

Jueves, 6 de octubre 2022, 01:12

«¡Por fin soy feliz!», exclama Reda entusiasmado. Una frase que hasta hace apenas unas semanas no sabía que iba a ser capaz de volver ... a pronunciar. La guerra arrasó con todo lo que tenía y masacró sus sueños. Su futuro estaba a merced de la incertidumbre. Él es uno de los refugiados ucranianos que estuvo medio año en la antigua Escuela de Enfermería del viejo hospital La Fe de Valencia. Este verano confesó a LAS PROVINCIAS que lo que más deseaba era conseguir un trabajo. Hablaba mientras apuraba un cigarro en la puerta del centro. Sus ojos estaban cansados. Su forma de hablar era lenta, como si tuviera que arrastrar con sus propias manos cada una de sus palabras. «He estudiado diseño gráfico, pero necesito saber hablar español para trabajar aquí», decía con una mirada nostálgica. Era julio y todavía no sabía en qué dirección iba a soplar el viento. Pero sopló a su favor.

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El joven refugiado que fumaba con la mirada perdida a las puertas del viejo Hospital de La Fe de Valencia no tiene nada que ver con el que charla animadamente con dos amigos en el patio del hotel de un un pueblo al sur de Valencia en el que ahora viven. Las más de doscientas personas que estaban refugiadas en este servicio de acogida de emergencia que habilitó la Generalitat y gestionado por Cruz Roja ya han entrado a formar parte del Sistema de Protección Estatal. Abandonaron el centro que lleva cerrado desde el 30 de septiembre y repartieron a los ucranianos en tres hoteles de la Comunitat.

«Tengo trabajo de lo que he estudiado», confiesa entusiasmado a LAS PROVINCIAS. El joven ha conseguido trabajo en una empresa de publicidad, donde ejerce como diseñador gráfico. Sus sueños no han salido volando por los aires con los bombardeos. Ahora ve que hay un futuro para él. Domina el francés. Gran parte de su familia es de Marruecos. Y eso le ha permitido encontrar el empleo que buscaba con tanta ansia. Todavía asiste a clases de español, pero no logra dominarlo. «Lo bueno es que el personal del hotel habla ruso», cuenta el joven ucraniano.

Enseña las fotografías de la estancia en la que vive ahora. Con orgullo. Agradecido. «¡Mira qué bonita!» Comparte habitación con un amigo suyo. Dos camas grandes de matrimonio llenan el dormitorio. «También se come muy bien». Junto a él, otros dos jóvenes ucranianos repiten el mismo mantra: «Aquí somos felices». Vadim es el más mayor de ellos. Tiene 29 años. Era marinero en Maripoul hasta que se vio obligado a huir para mantenerse a salvo. Tiene una apariencia firme. Una expresión amable. Una mirada que no da pistas de todo lo que ha sufrido. «No tengo familia». Comienza a hablar con seriedad. No hay nadie que espere a Vadim en su ciudad natal. No tiene a quién avisar de que ahora está en un lugar seguro. Ni una dirección a la que enviar postales de Valencia. Porque no hay mayor soledad que mirar el teléfono y no tener a quién enviarle un mensaje de que has llegado bien a tu destino. «Todos mis amigos murieron en la guerra». Pero más que dedicarse a llorar, celebra el hecho de seguir vivo. Que para ellos no es poco.

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«Tengo el permiso de trabajo pero no puedo encontrar empleo porque no entiendo el español», dice con ayuda del traductor. «Sólo sé decir 20 palabras». Tampoco habla inglés. Pero no es el único al que le cuesta aprender el idioma. Su amigo Vladimir, de 24 y también de Mariupol tampoco sabe defenderse en otra lengua que no sea el ruso. Él también está feliz de estar a salvo, aunque lamenta «todos los días son iguales». Es programador informático. Tantea un poco el inglés. «He mandado mi currículum a empresas internacionales que estén en Valencia, pero no me han cogido». Tiene una expresión inocente. También a quién echar de menos. «Mis padres y mi hermano siguen allí. Es terrible que no estén aquí conmigo, pero ahora les es imposible venir».

La huida de Anna para salvar su vida

Tiene 22 años. Dejó toda su vida en Ucrania para estar a salvo. Viajó hasta Valencia sólo acompañada por su gata 'Bimka'. Salió de Dnipro alentada por su padre y su novio. «Me dijeron que me fuera a otro país». Ella sí ha aprendido bastante bien español. «Prefiero relacionarme con españoles para poder practicar». Llegó al hotel de un pueblo al sur de Valencia el 27 de abril. Entró directamente en el programa de Protección Estatal. Esta es la historia de Anna. Siete meses después de su llegada no tiene ni idea de hacia dónde se dirigirá su vida. «Ahora mismo no puedo hacer planes. No sé qué es lo que va a pasar». Estudiaba arquitectura y trabajaba en distintas empresas desempeñando todo tipo de cargos: desde ser instructora de patinetes hasta ser sumiller o dependienta. «Estoy tranquila porque sé que aquí mi vida no corre peligro pero todos los días tengo miedo de que le pase algo a mi familia», asegura Anna.

Sabe que no le cuentan la magnitud de los bombardeos. «No quieren que me preocupe y esté mal psicológicamente».Anna tiene 22 años. Dejó toda su vida en Ucrania para estar a salvo. Viajó hasta Valencia sólo acompañada por su gata 'Bimka'. Salió de Dnipro alentada por su padre y mi novio. «Me dijeron que me fuera a otro país». Ella sí ha aprendido bastante bien español. «Prefiero relacionarme con españoles para poder practicar». Llegó al hotel de Almussafes el 27 de abril. Entró directamente en el programa de Protección Estatal.

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