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En la avenida Gómez Ferrer, hay una frontera invisible. Sólo perceptible en los mapas. Separa, oficialmente, Sedaví y Alfafar. Dos poblaciones que conviven en una misma calle. Esos términos municipales resultan, en la mayoría de ocasiones, anecdóticos. Con mayor motivo en tiempos de crisis. El pasado 30 de octubre, esa vía normalmente rebosante de actividad amaneció componiendo una de las escenas más dantescas de la dana. Gómez Ferrer ya no era una avenida. Era una dramática montaña de coches sobre los que deambulaban personas sin saber bien hacia dónde iban. David Moreno se encaramó con el propósito de salvar algo de material de su estudio de interiorismo. En la instantánea que ilustró la portada de LAS PROVINCIAS el 31 de octubre apareció él trasladando el monitor de un portátil. Momentos de desesperación que ahora, cuando se cumplen seis meses de la catástrofe, duele repasar. Algunos comerciantes de la zona no pueden contener las lágrimas al recordarlo. Sin embargo, recuperan la sonrisa al pasear y ver que ahí, donde se dan la mano Sedaví y Alfafar, está volviendo la vida.
El estudio de David se ubica en Sedaví. Das diez pasos para cambiar de acera y puedes llamar a la puerta de la joyería de Emilio Rotglá, en Alfafar. Un local de piezas de alto valor dentro del cual llaman la atención las fotografías de la Reina Letizia.
En esas imágenes, la monarca luce unos pendientes que gran carga simbólica. Son de la firma Sure Jewels, que pertenece a Emilio Rotglá y que supuso toda una revolución en la joyería durante el caótico mes de noviembre. La Reina, dentro de sus gestos para tratar de impulsar a los comercios valencianos tras la dana, recurrió a marcas como esta para presidir eventos como la entrega de las Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes en Sevilla o una función de ABAO Bilbao Ópera en el Palacio Euskalduna. Emilio muestras las fotos con orgullo. Lógico. Supuso un haz de luz en medio de las tinieblas.
«En esta tienda de Alfafar tenemos el taller de la marca. Estábamos ultimando la colección de Navidad y la dana la destrozó. A raíz de publicar en redes sociales esta situación, la Casa Real encontró nuestro contacto y llamaron a mi mujer. Le llamó la estilista de la Reina. Le dijo que querían colaborar con los comercios afectados», explica Emilio. Dicho y hecho. Tras un intercambio de opiniones, la joyería envió diez modelos y Letizia compró dos. El resto, fueron devueltos: «Nos dio una repercusión brutal. Fue sacarlos y se agotaron en la web en una mañana. Nos dio visibilidad y un gran empuje».
Emilio, aún pendiente de la resolución del Consorcio de Compensación de Seguros, perdió cerca de 150 relojes: «Las joyas de más valor también se mojaron, pero los metales preciosos, al ser recuperables, los hemos limpiado con máquinas de ultrasonidos y algunos los hemos llevado a empresas especializadas para dejarlos a punto para la venta». Agarró la bandera de la recuperación en la avenida Gómez Ferrer, ya que reabrió el local a finales de noviembre: «Tuve mucha suerte. Me entraron 1,20 metros de agua. Limpiamos todo, lo pusimos medio a punto, y decidí abrir pronto para intentar dar ánimo al resto de comercios y que no tirasen la toalla. Pude hacer la campaña de Navidad y la gente respondió súper bien. Hubo trabajo». Eso sí, con serias limitaciones: «Al principio abrimos pero la calle seguía estando fatal. Teníamos que cerrar a las seis de la tarde, cuando se iba la luz en la calle. Mi negocio tiene bastante riesgo y me daba miedo».
Con el transcurso de las semanas, se ha llevado una grata sorpresa. «Los primeros días, yo decía: 'No va a abrir nadie'. Estaba todo destrozado. Al final, la gente se ha rehecho y han abierto muchas tiendas. Hasta Navidades tenía una sensación de estar en plena dana, con el Ejército, la Policía, gente ayudando... Y de Navidades hacia aquí he notado un cambio bastante radical en el pueblo. Muchas tiendas han podido abrir», cuenta Emilio.
En ese proceso se encuentra Moma Design, la tienda de interiorismo de David Moreno. Su teléfono sonó a las tres de la madrugada del 30 de octubre. Se despertó: «Me llamó Emilio para contarme lo que estaba pasando. Tengo el negocio enfrente del suyo». Permaneció en casa y, a las 7:30 de la mañana, se presentó en la avenida: «El camino desde Albal fue caótico».
David no lo dudó. Escaló la montaña de coches. «Estás en estado de shock. Es surrealista. El día anterior te vas a las seis de la tarde, como siempre, y al día siguiente te lo encuentras así», comenta mientras observa la sobrecogedora fotografía: «Conseguí entrar en el estudio y rescatar un ordenador y pocas cosas más. En la foto llevo un monitor de ordenador en la mano».
Sus pérdidas han rozado los 300.000 euros. Sin embargo, derrocha optimismo: «Hemos pasado este trance. Pero mañana vuelve a salir el sol. Me tomo así las cosas. Soy una persona bastante positiva. No me ha afectado psicológicamente». De momento, ha reabierto la mitad del local empleando muebles prestados por proveedores: «Estamos en plena recuperación del negocio. Ahora mismo no damos abasto para dar servicio a nuestros clientes, vamos desbordados. Entonces nuestro estudio lo estamos haciendo poco a poco. En un mes podremos abrirlo totalmente». No se olvida de los voluntarios: «Gracias a ellos, fue todo más fácil».
David Moreno
Dueño de Moma Design
Roberta Oliveira regenta una tienda de ropa y complementos en la avenida Gómez Ferrer. Habla con el corazón. «Lo malo de esto es que nos dejaron solos. Aquí no había nadie. Estuvimos tres días y medio solos. Sólo estábamos los vecinos y los voluntarios que venían de Valencia andando. Esto era una ciudad sin ley», lamenta esta portuguesa que llegó a Valencia hace 29 años.
Es vecina de Alfafar e inauguró el negocio hace una década: «Fue horrible. Sólo rescaté dos maniquís». Celebró la reapertura en marzo: «Está el tema del seguros, los albañiles tienen mucha faena…». Y al margen de las prestaciones públicas, destaca las ayudas impulsadas por la plataforma Alcem-se: «Gracias a Juan Roig, más de uno hemos abierto».
Una mezcla de sentimientos. Por momentos, Roberta se rompe: «Te recuperas, pero nada es como antes. Siempre hay un vacío. Tus clientas están afectadas. Tus amigas están afectadas. Tu entorno está afectado. Lo hemos pasado fatal… Y no quiero llorar porque me he maquillado». Pero después saca fuerzas para bromear. «Mi seguro era pequeño y he cobrado poco. De hecho, lo he cambiado y ahora tengo uno súper guay. Ahora no me pasaría lo mismo», dice riendo. Tiene faena y reivindica el papel del pequeño comercio: «Hemos abierto gente porque tenemos que estar».
Pared con pared, se encuentra Antonio Ballesteros. Mientras almuerza, repara unas deportivas. Lleva 38 años como zapatero y la dana le ha obligado a trasladarse a Alfafar. Aunque no se ha marchado lejos. «Me ocurrió en Sedaví. Yo estaba de alquiler y la planta baja acabó destrozada por completo. No me puse de acuerdo con el dueño y me tocó buscarme otro sitio. He caído aquí. Llevo un par de meses», cuenta.
Pese a aterrizar en régimen de alquiler, Antonio ha llevado a cabo una abultada inversión en su nuevo establecimiento, donde hasta agosto había funcionado un quiosco: «Esto estaba completamente destrozado. No había puertas. No había tabique. Lo he arreglado yo con mi dinero. No podía estar tres o cuatro meses más sin trabajar».
Su vivienda, situada en un entresuelo, también se vio afectada: «Estoy esperando al Consorcio». Pese a tener 66 años, ha descartado poner fin a su etapa profesional: «No me quiero jubilar. Para mí esto fue un shock muy fuerte. Si me jubilo, después de lo que hemos pasado, podría estar recordando esta tragedia lo que me quede de vida. Lo que necesito es volver a empezar de cero, tener ilusión. Yo estaba activo y mi idea era alargar la jubilación. Esto me ha dado más fuerza».
La tarde de la dana, Antonio abandonó su antiguo establecimiento «con el agua por el pecho». Ahora, paradójicamente, calza unos zapatos que le donaron: «Hemos tenido una solidaridad muy fuerte y entrañable, pero de gente de la calle. Fue una situación lamentable. Estábamos solos». También se muestra indignado con las peritaciones. «Ahora, cuando han pasado los seis meses y la gente ya está más estabilizada, es cuando te viene el bajón. Te das cuenta de lo que ha ocurrido y lo solos que hemos estado. Eso es lo que te queda como herida». Mientras suelta sus emociones, entra una clienta. «¡Madre mía, pensaba que ya no estaba usted!», celebra ella. Emotivo reencuentro.
El paréntesis ha resultado mucho menor en el caso de la farmacia de Rosendo Baixauli. «A los diez días pudimos abrir porque achicamos el agua, compramos ordenadores y, en unas circunstancias súper precarias, con un mesita y poco más, atendimos a la gente. Y sin apenas stock porque habíamos perdido un montón», relata el titular.
Una farmacia «de toda la vida» que realizó una labor terapéutica en múltiples sentidos. «Ha sido una época dura, de reconfortar a la gente, de apoyar… Es un proceso muy lento. En cierta medida, se está viendo un poquito de alegría. Los negocios están volviendo a abrir», explica Rosendo. En su local, todavía no ha alcanzado «una normalidad plena». Faltan arreglos.
Los propietarios del centro de estética Diva Lashes se plantearon renunciar a su ubicación en la avenida Gómez Ferrer y trasladarse a Valencia. «Teníamos el miedo de que no sabíamos cómo iba a quedar Alfafar. Pero también pensamos que, si esto es un pueblo, entre todos tenemos que sacarlo otra vez adelante», afirma Daniela, hija de los dueños. Vuelven a cuidar la imagen de sus vecinas desde el 7 de enero.
Más tarde, el 1 de abril, retomó la actividad Echando Raíces Grow Shop. Esta tienda se sitúa en la antigua tintorería, que conserva su llamativo letrero azul en la fachada del número 35 de Gómez Ferrer.
Joaquín Ródenas, propietario de Echando Raíces, destaca la ayuda recibida de Cruz Roja. Pese a todo, se vio abocado a despedir al único empleado que tenía. Las casualidades, posiblemente, le salvaron: «El día de la dana fue la única vez en tres años que yo cerré a las siete de la tarde. De normal cierro a las ocho. Fue una muy mala tarde de clientes, estaba agobiado y tenía cosas que hacer en casa. Y habían avisado los medios de que había una alerta. Lo cogí como excusa y me fui a mi casa». Ha reabierto el negocio con el mobiliario mínimo a causa de «los retrasos», aunque le llena «la cooperación con los vecinos».
En la acera de enfrente, en Sedaví, Amelia está vendiendo aguacates de sus campos. Como de costumbre, se ha colocado en el portal de la finca donde reside su hija Silvia. Charla con vecinas. Al observar la fotografía publicada el 31 de octubre, se le encoge el corazón: «Siento mucha tristeza, mucho agobio. Aún lo estamos pasando. Eso no se va así como así. Aquí no tenemos ascensor aún. Falta pintar, falta el albañil porque tenemos grietas…». Silvia, ingeniera de Telecomunicaciones, teletrabaja al haber perdido el coche.
También ha recuperado la actividad Darkness Metal Bar, toda una referencia musical en la Comunitat. Sus altavoces volvieron a rugir a finales de febrero. La casa de comidas Guerrero tiene cola y el timbre no para de sonar en la gestoría Ruix. En la otra cara de la moneda, comercios que no han vuelto a subir la persiana. Al menos, de momento. Es el caso del pub A's de Bruixa, un bazar, la lavandería Tu Colada, Forn La Carretera y Molins Òptics. Algunos de ellos buscan la fórmula para recomponerse. Gómez Ferrer, la avenida que representó con crudeza la tragedia del siglo, va levantando cabeza.
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