Juan Antonio Marrahí, A. SANTOS y B. HERNÁNDEZ
Valencia
Domingo, 7 de noviembre 2021, 00:12
Cerca de 190.000 jóvenes (menos de 30 años) se han contagiado por el coronavirus en la Comunitat. Diez de ellos han perdido la vida. Pero más allá de las cifras sanitarias, la pandemia ha cambiado el retrato de la juventud. Según expertos y ... balances consultados, tienen más problemas económicos que anclan la emancipación. Son más digitales, incluso en exceso, y, en algunos casos, aparece un hartazgo de las normas con aumento de la desobediencia a la autoridad. Crece en muchos el consumo de marihuana y el riesgo de las adicciones digitales.
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Los primeros efectos palpables llegan con la estela económica de la crisis sanitaria. Según cifras del INE, la dificultad para emanciparse en la región toca techo: 667.200 jóvenes de entre 15 y 34 años habitan en el hogar paterno. Son 31.300 más que antes de la pandemia y la cifra más alta en casi una década. Suponen un 65% de la población en esta franja de edad. Dicho de otro modo, sólo uno de cada tres logra volar del nido antes de los 34.
Uno de los motivos es, obviamente, el desempleo: el paro afecta hoy a exactamente la misma proporción: uno de cada tres jóvenes valencianos. La Comunitat suma 104.000 desempleados de menos de 25 años, 24.000 más que a finales de 2019.
Y también crece el número de 'ninis', como se ha bautizado a aquellos que ni estudian ni trabajan. Son exactamente 120.000 los que obedecen a este parámetro entre los 16 y los 29 años. Uno de cada cinco jóvenes valencianos en esta franja.
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Kevin Rost es el jefe territorial del Consell Valencià de la Joventut (CVJ). No alberga dudas: «La juventud es el colectivo más afectado por la crisis económica de la pandemia». Y constata «una cronificación de la pobreza y precariedad» del colectivo.
Los datos del CVJ sobre emancipación son peores que los del INE. Estima en sólo un 17% los jóvenes que logran salir del hogar familiar para emprender su proyecto vital, dos puntos menos que al término de 2019.
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Destaca Rost que España «es el país con la cifra de jóvenes parados más elevada» de la Unión Europea. Y cuando logran un trabajo es «precario». Nueve de cada diez contratos juveniles en la Comunitat son temporales, «con la tasa de parcialidad más elevada de España y un salario medio de 857 euros», lamenta.
Con todo, la pandemia «ha tenido un fuerte impacto en la salud mental de la juventud». El 43% de los consultados admite haberse visto afectado en este punto por el confinamiento o las restricciones de relación social o movilidad.
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En el capítulo de adicciones, aparecen señales de alarma en el consumo de marihuana y en el juego. Julio Abad, psicólogo en un centro de día de adicciones no tóxicas de Patim en Valencia lanza esta advertencia: «Las consecuencias de la pandemia vamos a empezar a verlas ahora». El confinamiento «atenuó algunas adicciones al impedir salidas». Pero después crecieron las consultas por consumo de cocaína y juego 'online', «que en los jóvenes está haciendo estragos», lamenta el experto. Destaca el peligroso auge de la ruleta electrónica y las apuestas deportivas. «Y más en ordenador o o con el móvil que en locales».
Abad estima en un 20% el incremento de jóvenes en demanda de tratamiento por juego 'online' respecto a antes de la pandemia. «El perfil es amplio y hay universitarios de nivel cultural y económico medio. El problema puede afectar a cualquiera. Hoy hay más chicos, pero las mujeres también empiezan a caer».
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Un reciente estudio de Controla Club también refleja el peso que está adquiriendo el cannabis entre los jóvenes. El 63% de los valencianos encuestados, de entre 13 y 25 años lo ha probado. Extrapolado a la población equivale a casi 670.000 jóvenes. Uno de cada tres lo fuma al menos una vez al mes y casi un 7%, diariamente. La edad media en la que 'debutan' con la droga se sitúa en 14 años.
Las encuestas revelan una muy escasa percepción del riesgo. Y un «incremento de consumo de marihuana que desplaza al del hachís». El 50% de los encuestados asegura que consumen exclusivamente esta sustancia: 334.000 jóvenes aplicado a la población en estudio. El 5% toma sólo hachís y el 44%, ambas sustancias indistintamente.
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Según Sanidad, en 2020 se redujeron todas las adicciones en la Comunitat salvo las relacionadas con tabaco y cannabis (más propia de gente joven). Pasamos de los 1.192 admitidos a tratamiento sanitario en 2019 a 1.514 adictos durante el año pasado.
Si bien la inmensa mayoría de la juventud cumple con las leyes, la pandemia parece haber enrabietado a una porción que banaliza el cumplimiento de normas, la resistencia a la autoridad y hasta la violencia. El auge de botellones o las ya conocidas quedadas para zurrarse son una expresión clara de esta tendencia, según policías consultados.
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Los últimos datos del INE sobre condenas por delitos en 2020 sitúan a la Comunitat como la región de la península con mayor tasa de delincuencia juvenil en menores): autores de lesiones, robos y hurtos. En el año de la pandemia más de 1.600 acabaron con una condena bajo el brazo antes de la mayoría de edad. Otro ejemplo: febrero fue un mes con 8.000 denuncias en la Comunitat por falta de mascarillas. Un 56% de las multas las recibieron jóvenes de menos de 35 años.
Los principales sindicatos policiales coinciden. Según Jupol, «la falta al principio de autoridad y las agresiones de jóvenes son cada vez mas frecuentes y urge una reforma legislativa para endurecer las penas por agredir a agentes».
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Manuel Sánchez, del Sindicato Profesional de Policías Locales y Bomberos, opina igual: «Algunos han perdido los valores de lo correcto y tienen una gran falta de consideración con la realidad». Para Emilio Rodríguez, delegado de CSIF en la Policía Local de Valencia, «tras las restricciones de la pandemia muchos jóvenes acumulaban ganas de salir, con lo que a veces conlleva de botellón, ruido, desorden, suciedad... Además, «es posible que los jóvenes violentos hayan percibido la gran falta de efectivos en nuestra plantilla».
Más allá de la mirada externa y las estadísticas, ¿cómo se ven hoy los propios jóvenes? Esta es la reflexión de Quique Martínez, presidente de la Federació Valenciana d'Estudiants (FAAVEM). «Los estudiantes nos hemos adaptado a un montón de cambios, a estudiar con condiciones muy malas, 'online', sin libertad de salir a la calle o adaptados a un sistema educativo mucho menos cercano».
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Los jóvenes, ahonda, «estamos en un momento en el que lo que se debe priorizar es la «salud mental por toda la presión que hemos tenido encima, y muchos necesitan ayuda psicológica». Hay problemas «en muchos aspectos, gente que económicamente está peor que antes» y hasta «con padres desempleados» por culpa de la pandemia. Para Quique, «una de las enseñanzas que nos deja la pandemia es que no podemos hablar de futuro. No podemos planificar nada a largo plazo. Y esa incertidumbre se nos va a quedar a todos en general».
Los niños también han cambiado. Rodrigo Hernández, experto en derechos de la infancia y director de Save The Children en Comunitat, destaca «un mayor grado de ansiedad y dificultad para retomar los estudios tras la pandemia, además de cierto desenganche educativo», en especial en aquellos en riesgo de exclusión. Y la dependencia digital que se generó en la pandemia puede ir acompañada de una peligrosa estela: «El riesgo de más adicciones, 'sextorsión', ciberbullying timos o creciente consumo de porno en internet», detalla el experto.
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El último congreso de la Sociedad Española de Pediatría evidenció un repunte de los trastornos de salud mental entre la población infantil y juvenil por el estrés vivido. Especialistas valencianos en infancia y adolescencia destacan, por ejemplo, el daño mental que genera entre los más pequeños la falta de visión de la expresión en rostros de sus padres o sus semejantes por el uso de mascarillas. «La sensación de amenaza» de la pandemia «puede desatar cotas inasumibles de estrés tóxico para un sistema nervioso en crecimiento».
Víctor Aragón, estudiante | 21 años
Su sueño sería dejar atrás la casa de sus padres para vivir una experiencia que impulsara su madurez, pero desgraciadamente su realidad es muy distinta. «Trabajo en una academia y mi sueldo no me permite independizarme», explica el estudiante de Magisterio. Sólo ve posible marcharse una vez haya aprobado una oposición a la que se presentará dentro de tres años. «La situación es muy frustrante. Para mucha gente es un sueño casi imposible. Al menos a corto plazo», añade. Víctor se ve obligado a posponer su deseo por falta de recursos. «Tendría la posibilidad de utilizar el piso vacío de mi abuela, pero veo imposible poder asumir los costes de vivir solo», estima.
Amelia Segura, estudiante | 18 años
Para Amelia el botellón es casi una obligación para los jóvenes en sus momentos de ocio «porque tras la pandemia los precios de las discotecas y los pubes han aumentado» notablemente. El botellón «es gratuito y la entrada a un club cuesta al menos 20 euros», lamenta la estudiante. «Para mi último botellón puse sólo un euro», ejemplifica. En un panorama de aumento de precios y la falta de oportunidades, Amelia reclama «espacios en los que hacer botellón de forma segura y sin molestar a los vecinos. Así lo razona: «Los jóvenes sí o sí van a buscar fiesta. Si el coronavirus hubiera aparecido hace 20 años, los jóvenes de ese momento hubieran reaccionado de la misma forma». Ella, incide, «agradecería una mayor compresión por parte de los adultos».
Ángela Rodríguez, estudiante |21 años
Compartir gastos es una tendencia que la pandemia ha acentuado. Cuando Ángela Rodríguez, originaria de Requena, terminó Bachillerato ya sabía que tendría que abandonar su pueblo natal para cursar su carrera soñada. La estudiante de la Universitat de València relata: «Compartir piso es la mejor experiencia que he vivido». Conviviendo con otras dos compañeras, la experiencia le ha permitido trabar una estrecha relación con sus vecinos, en su misma situación. Rodríguez expresa: «Cuando tienes 18 años y consigues cierta independencia te sientes el rey del mundo». Sin embargo, no es oro todo lo que reluce: «Luego te das cuenta de que tienes que ser más responsable que nunca, con las tareas de la casa». La estudiante compara la vivencia con las relaciones de pareja: «Hay que acoplarse a las manías de cada uno».
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Pablo Ortega, estudiante | 21 años
Empezó a trabajar como dependiente en una zapatería en enero de 2020. Con la implantación del estado de alarma acabó en ERTE durante tres meses. En verano volvió al trabajo, aunque por poco tiempo. «Recuperé las horas que me faltaban para cumplir el contrato y después no me renovaron», explica el estudiante valenciano. «Después mi encargado me dijo que me volverían a contratar, pero finalmente no sucedió porque todavía había muchas personas en ERTE. Me vendieron la moto», añade Pablo decepcionado Pablo. Como tantos otros de su generación, siente que su día a día está condicionado por no contar con el colchón económico que le aportaba el trabajo.
Violeta Anduig, estudiante | 21 años
Durante el tiempo de cuarentena convirtió Instagram en su herramienta de comunicación. «Llegó un punto que sólo hablaba con mis amigos a través de Instagram. Mi consumo de la red social aumentó drásticamente», afirma la universitaria. Según confiesa, «hasta opté por instalarme una aplicación para controlar el uso de Instagram». A raíz de su dependencia, comenzó una búsqueda de su identidad digital que generó «una gran frustración» en Anduig. «Quería representarme fielmente y seguir cierta estética. Me eliminé la aplicación tres veces al no conseguirlo ». Ella es un ejemplo del mayor 'enganche' digital que la pandemia ha dejado.
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