«Nos reuniremos para vencer el dolor, pero no será igual sin ella»

Así encara la Navidad una mujer que, divorciada y madre de dos hijos, llora a su progenitora entre las 223 víctimas mortales que el desastre deja hasta la fecha. Ella era Amparo Latorre, de 90 años, que falleció irremediablemente cuando la riada penetró en su casa de planta baja en la calle San José.

Amparo hija sabe cuidar a los mayores mejor que nadie. Es gerocultora. «Siempre le dije que se viniera conmigo. Muchas veces. Pero no había manera. Era de esas personas que se cree que da faena y no logramos convencerla». Tras trabajar muchos años como tejedora y enviudar, la anciana quería vivir sola a pesar de su avanzada edad. «Era como la gaseosa. Explosiva y dispuesta a comerse el mundo. Trabajadora, fuerte, luchadora y más buena que el pan», resume.

Fue su nieta de 18 años, también Amparo, quien conversó con ella por última vez por teléfono:

-Iaia, se ha desbordado el barranco. ¿Estás bien?

La mujer tranquilizó a su nieta al asegurarle que había usado una tablilla que su difunto marido preparó para proteger la entrada del agua. «Dijo que estaba bien y que se iba ya a descansar». No imaginaba la magnitud de la tremenda avenida del Poyo.

Un poco después, cuando el nivel de la riada crecía de manera incesante, la hija y la nieta de la víctima salieron a la calle para intentar salvarla. «Pero era ya todo un río de barro. No había manera de avanzar hasta su casa. Nos golpeaban las maderas, cañas y restos», describen.

Salir a la calle en busca de Amparo fue jugarse la vida. Acabaron refugiadas en la cornisa de la iglesia de Sant Ramón, entre el grupo que salvó la vida con ayuda del párroco. «Al día siguiente, el miércoles, la encontramos ya fallecida en su casa».

En los años pasados «había también sillas vacías, pero las noches navideñas seguían siendo un tiempo muy bonito y especial». Tanto el 24 como el 25, se juntaban las tres generaciones de Amparos y Ángel, el otro hijo de la mujer, de 32 años y ya independizado.

«Normalmente, por estas fechas, yo soy El Grinch y mi madre es la de la bola de discoteca, la que anima a todos», bromea la joven Amparo. Pero este año parecen haberse invertido los roles y es la joven la que tira del buen humor que le queda para sacar adelante a su madre en los momentos más complicados. «Para mí la Navidad ha desaparecido este año», zanja. «Realmente, no tengo ganas de encuentros, ni de nada», confiesa. «Es todo muy doloroso y difícil», describe.

Sin embargo, entre todos le han animado para que haya cita navideña. Y que la reunión familiar de este año, a la que también acudirá su expareja, sirva para honrar y recordar con cariño a la muy querida iaia Amparo. «Ójala todo el mundo hubiera podido conocerla y haber compartido sólo cinco minutos con ella», anhela su hija ensalzando el buen carácter de su madre.

La vecina de Paiporta siente que prefiere la soledad, cierto retiro. Pero los que la quieren, los de alrededor, no lo van a permitir. La Navidad en este hogar no va a ser de celebración. El jolgorio queda a un lado. Lo conciben, más bien, como un modo de vencer juntos la adversidad. «Nos reuniremos para vencer el dolor, pero no será igual sin ella».

A pesar de lo que está sufriendo, Amparo no alberga odio, pero sí plantea una reivindicación: «Quisiera que todo esto no sirva para hacer politiqueo. La mejor forma de honrar a las personas que hemos perdido sería crear unos protocolos nuevos y efectivos, hacer leyes y unas buenas organizaciones capaces de frenar los efectos de las trombas. Habría bastado con que nos dijeran que el río venía hasta arriba y había que ir a pisos altos».