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Imágenes de la tragedia en l'Horta Sud a causa de la dana y del edificio en llamas del barrio de Campanar. Biel Aliño e Iván Arlandis
Una riada y un incendio: el año en Valencia marcado por dos tragedias

Una riada y un incendio: el año en Valencia marcado por dos tragedias

El siniestro de Campanar y la devastadora gota fría han provocado que el mundo mirase a Valencia con consternación en este 2024

Domingo, 3 de noviembre 2024, 01:10

Dos imágenes que a todos los valencianos les costará olvidar. Seguramente no lo conseguirán nunca, de hecho. La de un edificio al que devoraban las llamas en unos minutos y la de una inundación desbocada que asolaba decenas de municipios indefensos. Son las dos tristes estampas que provocaron que el mundo mirase con consternación a Valencia. Ambas en un mismo año, en este 2024 aciago, empeñado en demostrarnos que todo puede ser todavía peor. El peor incendio registrado en la ciudad. La peor riada acontecida en nuestro país.

El 22 de febrero, alrededor de las 17.15 horas, se detectó fuego en un piso de la octava planta de un edificio del barrio de Campanar. En menos de media hora las llamas habían alcanzado al resto de alturas y al bloque adyacente. Las fuertes rachas de viento contribuyeron a que el incendio se propagase a una velocidad inaudita. También el efecto chimenea, un término -referido a la construcción de una doble fachada- que aprendimos aquella tarde en que fuimos testigos del terrible acontecimiento. Los vídeos se propagaron por los móviles. Las cámaras de los teléfonos y de las televisiones apuntaron hacia la finca residencial que ardía con virulencia sin que nadie pudiese impedirlo.

Asistimos con horror al rescate de algunos vecinos que pedían ayuda desde sus balcones, a la desesperación de otros residentes que contemplaban desde los alrededores cómo se destruían sus casas y sus pertenencias, al lamento de los que no localizaban a sus seres queridos. La construcción resultó un polvorín que acabó con la vida de diez personas y con decenas de heridos, a pesar de los esfuerzos de las dotaciones de bomberos y de la unidad militar de emergencias desplegadas. Parecía increíble que en este siglo, con los recursos de los que disponemos, con las lecciones que debíamos traer aprendidas, sucediese algo así. Pero sucedió. Frente a nuestra mirada atónita e incrédula.

Las torres quedaron completamente calcinadas. Y continúan así, varios meses después, imponentes, desgarradoras. Como si nos exigiesen que todos recordásemos un siniestro fatal del que todavía faltan incógnitas por resolver, que desplazó a decenas de familias fuera de su hogar, y que paralizó un barrio que trata de superar la noche en el que el humo y el olor se colaron en sus habitaciones.

Apenas habían transcurrido dos meses desde que el año comenzase. Valencia se preparaba para vivir las Fallas, que inevitablemente se vieron alteradas por lo ocurrido. La Generalitat decretó tres días de luto. El duelo duró más, mucho más. Seguramente muchas personas aún no lo hayan superado.

La gota fría más cruel ocho meses después

A finales de octubre, con la festividad de Todos los Santos asomando, las calabazas transformadas en elemento de decoración, y la inminente Navidad manifestándose en escaparates y luces por las calles, una desastrosa gota fría volvía a enfrentar a los valencianos a imágenes de pánico, de desaliento y de impotencia. Otra vez. Ocho meses después. De nuevo Valencia acaparando titulares por una catástrofe, convertida en protagonista involuntaria de informativos y de magacines matinales y vespertinos. Otra vez las imágenes agolpándose en los whatsapps y en las redes sociales. Esta vez estamos todavía lejos de conocer las dimensiones de la tragedia. Cientos de personas continúan atrapadas en un lodazal, con sus vidas desmanteladas, con familiares desaparecidos, con las esperanzas casi agotadas.

Fue el martes 29 de octubre. La Agencia Estatal de Meteorología había advertido de una Dana. Los medios de comunicación se habían hecho eco de las advertencias climatológicas. Sabíamos que iba a llover, pero no podíamos prever -o quizá creer- que fuese con esa contundencia y agresividad. A las 17.30 horas -prácticamente en la misma franja horaria en que meses antes había comenzado el funesto incendio- por el conocido barranco de Poyo bajaban 1.000 litros por segundo de agua. Las precipitaciones habían arrasado los municipios de Utiel, Requena y Chiva. El Magro se había desbordado. La corriente avanzaba desafiante hacia Paiporta, Alfafar, Catarroja, Massanassa, Alaquàs, Picanya o Sedaví. Sus habitantes se topaban en sus vías de repente con una cantidad de agua propia de un río copioso, con fango y cañas que llegaban arrastradas de una rambla que habitualmente está seca, pero que siempre había supuesto una amenaza para la comarca de l'Horta Sud.

Valencia se libraba por el nuevo cauce del Turia, que engulló toda el agua que arribaba, que actuó de muralla. La pedanía de la Torre, separada del resto de la ciudad por un puente, sin embargo, no pudo evitar el cataclismo con irreparables consecuencias. Las localidades valencianas amanecieron al día siguiente presentando un aspecto apocalíptico. Barriadas arruinadas, puentes derrumbados, vías de tren y carreteras inutilizadas. Y cientos de desaparecidos. Y dolor, mucho dolor. La cifra total de víctimas no es oficial. Se teme lo peor. El último recuento supera las 200. Bomberos, policías, militares trabajan para localizar los cuerpos e intentan recomponer un panorama desolador. Los voluntarios, de zonas no afectadas o no tan afectadas al menos, no han dudado en acudir a prestar socorro y a tratar de restaurar los estragos, un objetivo remoto todavía.

La riada más infausta tiene el triste honor de haber superado en calamidad a otras inundaciones catastróficas en esta comunidad, acostumbrada muy a su pesar a siniestros similares. Parecía increíble que en este siglo, con numerosos avances con respecto a épocas anteriores, los valencianos tuvieran que enfrentarse a una gota fría tan desastrosa. Pero sucedió. Y de nuevo frente a nuestra mirada atónita e incrédula. La Dana ha reportado muchas imágenes impactantes y parece difícil quedarse con una sola. Tal vez la de los coches almacenados sobre las aceras, recreando un cementerio de chatarra, sea una de las que queden instaladas para siempre en nuestra memoria. Como la del esqueleto carbonizado de la urbanización de Campanar.

Dos instantáneas para la historia. El peso de las palabras, la conmoción de las fotos era el lema con el que se promocioanaba la mítica revista 'Paris Match'. En 'El cerebro entiende lo visual', la doctora Ana García Abad explica que nuestro cerebro procesa las imágenes 60.000 veces más rápido que los textos. Valencia asimila algunas de las que le ha dejado este 2024 marcado por dos tragedias. Una casi al comienzo de año, otra cuando creíamos que llegábamos al final. Al compañero Jaume Lita se le ocurrió contar cuántos días habrían transcurrido entre una y otra y obtuvo una cifra redonda, 250 días. 250 días de tregua entre una desgracia y otra. Cuando no habíamos asimilado una, vino otra. Fuego y agua letales que rubrican un año horrible de verdad a este lado del Mediterráneo.

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