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Edu Grau, junto a los muchos alimentos aportados para los damnificados en Alfafar.
Los rostros de la lucha en cada pueblo

Los rostros de la lucha en cada pueblo

Más de 70 municipios han sufrido el azote del peor temporal de nuestra historia. Sara perdió la vida en Benetússer. Angelita asiste a una vejez marcada por el fango. Marcos lleva una sema intentando reconstruir Chiva. A Maria Rosa le salvó la Guardia Civil. Estas son las vivencias y reflexiones que se reparten sobre el mapa de la tragedia

Domingo, 10 de noviembre 2024, 00:36

Alaquàs, Albal, Albalat de la Ribera, Alborache, Alcàsser, l'Alcúdia, Aldaia… Por orden alfabético se suceden los más de 70 pueblos de la lista oficial de municipios damnificados por el desastre del 29 de octubre. Y en cada uno de ellos hay rostros, nombres, historias que componen el relato colectivo de la mayor catástrofe que ha sacudido nuestra tierra a causa de la maldita DANA que se gestó en el cielo para dejar en la tierra muerte y devastación.

En primer lugar, las víctimas. Siempre. Hasta el viernes, lamentamos 214 muertes confirmadas y 50 desapariciones. Vidas perdidas hasta en la infancia o juventud, como una de las que se llora Benetússer. Sara Carpio se graduó en Enfermería hace dos años. Era una «excelente profesional», como destaca el gremio. Su bajo se inundó. Padre e hija perecieron en el garaje. «La vida de Sara fue un ejemplo de amor, generosidad y fortaleza«, ensalzan.

El viaje por la geografía del drama nos lleva a Utiel. Allí encontramos un ejemplo de lo que podría haber sido y no fue. La muerte palpada pero evitada gracias al heroísmo. María Rosa y su esposo viven gracias a los 11 guardias civiles que la salvaron junto a su esposo. «Vivimos junto al cuartel. Los vecinos gritaron y se lanzaron al agua, que les llegaba hasta la cintura. Nos ayudaron a saltar el muro». Él sufrió hipotermia y fueron refugiados en el acuartelamiento.

Recalamos en Benifaió, en La Ribera. Antes de los desbordamientos, Vicenta 'Kuka' Osca, de 57 años, vivió la furia del cielo en su centro de jardinería. «Llovía fuerte. De repente, se quedó todo en silencio. Entonces llegó un tornado y las macetas empezaron a volar por el aire». A ella y a su hija sólo les dio tiempo de cerrar. Se les cayó el invernadero encima. Se refugiaron en la oficina y allí permanecieron hasta la noche.

En Chiva, la furia del barranco no fue escuchada como antesala de lo que sucedería aguas abajo del Poyo. Mucho antes de la tragedia en l'Horta Sud, el desbocado caudal se lo llevaba todo por delante. Allí es hora de trabajar, de mancharse en el barro. Y en ello anda Marcos Burriel, estudiante de 18 años. «Llevo más de una semana quitando barro, vaciando casas, ayudando a los vecinos, descargando productos… Abrumado, pero volcado» ante el desastre.

Edu Grau tiene 32 años y es enfermero. Su casa, la «típica de pueblo» se ha visto afectada. «Es una situación escalofriante ver cómo se inunda y lo pierdes todo», describe desde Alfafar. Sigue luchando por reconstruir y ayudar a sus vecinos.

Mientras, Benetússer, llora a Sara Carpio. Ella es una de las víctimas mortales. Se graduó en Enfermería en 2022. Era una «excelente profesional», según el Colegio Oficial de Enfermería y la Escuela de La Fe. Su bajo se inundó. Padre e hija perecieron en el garaje. «La vida de Sara fue un ejemplo de amor, generosidad y fortaleza«.

Carlos Sende tiene 38 años y encarna la entrega de la Policía Nacional en esta tragedia. Él es uno de los 'azules' que han llegado de todas partes para ayudarnos. Destinado en Madrid, forma parte del Grupo Operativo de Intervenciones Técnicas (GOIT) que trabaja en Massanassa, entre otros lugares. Su unidad está actuando en diferentes municipios de l'Horta Sud. «Nos encargamos de tareas de limpieza y adecuación de viales, sobre todo extrayendo vehículos y vaciando espacios inundados», detalla. La flota de su equipo policial incluye un camión 4x4, plumas, carretillas elevadoras y vehículos con pala.

Con 90 años, Angelita, ha visto su vejez agravada por la pena en Sedaví. Las riadas convierten a todos los afectados en vulnerables, pero el drama se acrecienta con las personas mayores. «No para de llorar porque me quiere ayudar y no puede», asegura su hija María Ángeles Ribes. Su casa se ha convertido en un caos de barro y objetos apartados para preservarlos de la humedad. Ella y su familia tendrán que tirar la mayoría de los muebles que todavía permanecen en la casa. «Pero es que lo he perdido todo, el restaurante, los coches, y me aferro a estas cosas...», lamenta.

En Godelleta se quedan historias como la de Alicia Recourt. Ella es un ejemplo del coraje de los que se vieron sorprendidos y aguantaron con esperanza sacando fuerzas de flaqueza. La mujer puede contarlo gracias al naranjo al que se aferró durante once horas cuando ríos de lodo aparecieron empujándole hacia un nefasto destino. Pero ella también tuvo un ángel. En su caso fue José Manuel, un transportista onubense, quien le auxilió. El conductor del camión le proporcionó ropa y comida y la refugió en su vehículo hasta que todo pasó. «Mi miedo era que las raíces del árbol no aguantaran».

Vicente Moreno vive en Picanya. Tiene 21 años y, además de estudiar, trabaja. En el día más fatídico vio cómo la riada destrozó su coche, que utilizaba por su empleo. Desde el angustioso martes 29 de octubre Vicente no ha parado. «Estoy ayudando a limpiar casas de amigos y familiares», describe. Mentalmente, todo empieza a pesar: «Llevo varios días sin dejar de escuchar sirenas durante todo el día». Asegura que todo lo que está viendo le está «sobrepasando». Hasta descansar se torna un desafío. «En el poco rato que puedo dormir sueño que tengo barro dentro de mi casa».

El bombero Sergio Cuadra arrima el hombro en Ribarroja. La tragedia en Valencia ha tenido una respuesta ejemplar por parte del colectivo de los bomberos, tanto en horas oficiales de trabajo como fuera de ellas. Él ejerce esta profesión en Logroño. Desde que se movilizó por voluntad propia a nuestra provincia ha socorrido a la población en Bonaire durante dos días enteros. Luego auxilió también en Paiporta y Ribarroja, buscando posibles víctimas. «Aquello está completamente devastado», describe. «Desde luego hacemos buena labor, pero queda mucha, mucha tarea por delante».

Vicente García lucha en Catarroja. Encarna el ejemplo humano de quienes se han puesto a colaborar a pesar de ser también damnificado y tener muchos asuntos que resolver. Tiene 27 años trabaja como recolector de arroz para una conocida empresa. «He perdido tres vehículos y la planta baja de mi casa quedó inundada y destrozada». Pese a su drama, ha puesto a disposición su tractor y maquinaria para colaborar y ayudar a sus vecinos y a su pueblo. Junto con los militares que trabajan en la zona, lleva ya varios días sacando los enseres de las casas que inundan las calles.

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