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Decía Ricardo Costa que en Valencia la fiesta no se acaba nunca. Hubo una época en que, de hecho, fue así. Había fiesta de jueves a domingo, de forma casi ininterrumpida, en nueve discotecas míticas que entre los 80 y los 90 conformaron lo que ... se conoció como la Ruta del Bakalao o Ruta Destroy. Hoy, sobreviven unas pocas, reconvertidas en otras salas, pero en los enormes cadáveres de estos centros casi míticos del ocio de finales de siglo XX casi se puede escuchar el sonido machacón de una música que marcó época y que supuso el nacimiento de la cultura de los DJ, así como un problema de salud pública que preocupó, y mucho, al Ayuntamiento de Valencia.
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Las salas eran nueve: N. O. D., en Ribarroja, más conocida como Don Julio; Espiral, en l'Eliana; ACTV, en Valencia; Spook Factory y The Face, en Pinedo; Heaven, en El Perellonet; y Barraca, Puzzle y Chocolate, entre El Perelló y Sueca. En un radio de apenas 30 kilómetros, estas nueve discotecas conformaron a su alrededor un aura que se mantiene hoy en día con varios festivales y marcas especializadas en el Remember, llegaba hasta los aparcamientos de las salas y ayudó a poner a Valencia en el mapa. «Es la primera vez que la ciudad era la primera en algo», dice Joan Oleaque, autor de 'En éxtasis', un revelador ensayo que publica Barlin Libros en el que el autor de Catarroja analiza el fenómeno. «Durante esos años, aquí se hacían cosas que no se hacían en ningún otro sitio. La cultura de club nació aquí. No había en España una ciudad como Valencia en lo que a clubes se refiere», comenta. La Ruta coincidió con la Movida madrileña. «Convivían porque aquello fue más de grupos que de locales», comenta Oleaque, que recuerda que venía gente de toda España para salir de fiesta por la Ruta durante fines de semana interminables.
Además de grandes grupos internacionales que tocaron en estas discotecas, a quienes iban a ver quienes salían de fiesta era a los DJ. Esta figura, dice Oleaque, nace aquí. Algunos de los nombres suenan a casi todos, como el de Chimo Bayo, Víctor Pérez o Fran Lenaers. Sus sesiones se llenaban en cuestión de minutos. Miles de personas cantaban al ritmo de unas canciones traídas de Inglaterra pero mezcladas y reinterpretadas por personas que «ayudaban a educar con la música», dice Oleaque.
Claro que todo esto conllevaba algunos problemas, como uno importante de salud pública y de seguridad ciudadana. Al Ayuntamiento de Valencia, claro, le preocupaba. Sobre todo desde que a comienzos de los 90 el aumento de los accidentes en la CV-500 y determinados sucesos como el asesinato de las niñas de Alcàsser centran el foco sobre la Ruta y las consecuencias derivadas del consumo de alcohol y drogas, sobre todo de mescalina, una sustancia que desapareció del circuito casi de forma repentina, pero dejó tras de sí a miles de personas que habían aprendido a divertirse con la droga.
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Manolo Mata es actual síndic del PSPV en las Corts, pero entre 1989 y 1991 fue concejal de Juventud de Valencia. «Era un problema y un fenómeno mediático nacional. Venía gente de toda España. Había atropellos, algún accidente de tráfico... era una gran preocupación», cuenta Mata, que añade que los problemas a los que se enfrentaba el Consistorio tenían que ver con que la Ruta se ubicaba fuera de la ciudad, sin transporte público. «La gente iba en su coche y eso incrementaba el riesgo», dice Mata. «Las sesiones ininterrumpidas de viernes a domingo eran un peligro en sí mismo», asegura. La fiesta, lo dicho, no se terminaba nunca en los alrededores de Valencia.
LAS PROVINCIAS empieza la semana que viene una serie de reportajes sobre las nueve discotecas de la ruta: en www.lasprovincias.es y en el papel
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