R. V.
Jueves, 4 de enero 2024, 15:29
Es uno de los ingredientes imprescindibles en cualquier paella valenciana que siga la ortodoxia, y aunque su presencia en la lista de ingredientes no se ... debate, a diferencia de otros productos, la amenaza que se cierne ahora sobre el plato estrella en estas tierras es si está condenado a perder parte de su ADN debido a la mengua que atraviesa un alimento clave, tradicionalmente de la huerta.
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La producción del garrofó valenciano (P. Lunatus) -también conocido como ‘bajocó’ o ‘fessol de la pelaïlla’- vive un progresivo descenso desde hace años, aunque es cierto que resulta imposible cuantificarlo correctamente. Precisamente, la dispersión de datos es uno de sus males y provoca, entre otras cuestiones, que no forme parte del anuario de estadística agraria del Ministerio de Agricultura ni se incluya en el Portal Estadístico de la Generalitat. La poca información que existe surge de iniciativas muy particulares, como la que trata de recoger la Associació de Productors de Garrofó Valencià, surgida en 2019 y con apenas una decena de afiliados.
Los factores desencadenantes de esta merma son múltiples, pero se centran principalmente en tres: el aumento de las temperaturas provocado por el cambio climático, la competencia de productos similares procedentes de otros países y la pervivencia de ciertas prácticas culturales de cultivo que elevan los costes de manera ostensible.
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Ante este panorama, desde el Instituto de Conservación y Mejora de la Agrodiversidad Valenciana (COMAV) de la Universitat Politècnica (UPV) se insiste en buscar soluciones que pasan, principalmente, por utilizar variedades más resistentes a las altas temperaturas y modernizar algunas de las prácticas tradicionales de cultivo.
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La investigación se ha centrado en la caracterización del germoplasma del garrofó, con el fin de seleccionar y desarrollar aquellas variedades que alcancen un crecimiento determinado y sean más productivas y resistentes. Otro de los aspectos sobre los que se ha incidido ha sido la disminución o incluso eliminación de los costes que comporta el entutorado, que consiste en dotar de un soporte físico al crecimiento de la planta y que conlleva una inversión considerable de recursos y tiempo. Esto pasa por introducir en los campos variedades de crecimiento determinado.
Según explica Salvador Soler, investigador del COMAV y secretario de la asociación de productores, la intención es «claramente» hacerlo más competitivo, tanto en lo que respecta a su precio como a los costes de su cultivo.
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Además, «se tendrá que estudiar la manera de desplazar los ciclos de siembra y recolección», defiende Soler. El garrofón tiene dos épocas de cosecha: de marzo a junio y de septiembre a diciembre, y este cambio en el calendario trata de soslayar los episodios de elevadas temperaturas del verano, dentro del contexto de cambio climático.
Los avances conseguidos en estos últimos años son «esperanzadores», indica el investigador, «pero se debe hacer más, y no sólo en el ámbito de la investigación». Se refiere a que el garrofó obtenga la marca de calidad ‘CV’ de la Generalitat. Al respecto, la Associació de Productors ha conseguido como paso previo -y necesario- que el Servicio de Control de la Calidad Agroalimentaria dé el visto bueno a la reglamentación necesaria para conseguir la distinción.
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Esta establece tres tipos de semilla o grano -Pintat, De la Cella y Ull de Perdiu, en los que predominan el blanco y los patrones de manchas marrones, rojizas o violetas oscuros-, además de recoger las prácticas tradicionales de cultivo -preparación del suelo, periodos de siembra y trasplante- los productos de recolección -vaina tierna o grano seco- y cuestiones relacionadas con el transporte y el envasado.
«Disponer de esta marca de calidad permitirá establecer el garrofó valenciano como un producto de calidad diferenciada, certificado y apoyado por la Generalitat y, por tanto, contribuirá a blindar su precio respecto al judión de origen peruano, su gran competidor», dice Soler.
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