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Los caminos de la información son inescrutables y la lectura del periódico de hace 60 años corrobora semejante dictamen: cómo podían convivir según una misteriosa lógica todas aquellas páginas dedicadas a glorificar en aquellos días de abril a San Vicente Ferrer en honor a su efeméride con noticias llegadas desde lejanos puntos del mundo que merecían incluso más espacio y competían en atraer la atención del lector sin mucho orden y ningún concierto. ¿Qué se nos había perdido a los valencianos, por ejemplo, en las remotas tierras de Orense para que fuéramos cumplidamente informados de los avatares en la elección de la señorita que representaría a la provincia gallega en el inminente certamen de Miss España? ¿Por qué su foto, retratada junto a su antecesora, aparece en las páginas de hueco grabado del 8 de abril de 1964 y casi eclipsa al santo patrón valenciano?
Ni idea. Estas líneas tienen vetado interpretar de manera adecuada los designios de quienes nos precedieron en el arte del periodismo, hacia quienes sólo enviamos un cariñoso recuerdo y nuestro reconocimiento, en atención a su habilidad para sacar adelante estas páginas antes de la llegada de google, la IA y otras conquistas recientes. Sin ellas, se las apañaban estupendamente porque además contaban con el concurso puntual de la sección de publicidad, donde encontramos perlas muy de la época (ah, aquellos anuncios de pantalones Tergal, que tanto nos cambiaron la vida) y otras de orden sicalíptico que renuncio a detallar: basta con conocer que por la época se promocionaba un misterioso hilo continuo, ideal para las prendas de lencería, que publicitaba una joven de raro atuendo. A saber: ataviada con ropa interior de contenido tamaño, lucía entre sus manos un capote taurino a modo de abrigo o quién sabe qué. El capote, por cierto, justificaba el eslogan que acompañaba el anuncio (un rotundo 'Bravo') y la imagen de un toro que desde una esquina prefería hacer como yo: prefería no mirar.
Bravo por el toro pero, sobre todo, bravo por San Vicente Ferrer. El patrón a quien conmemoramos este lunes trajo entonces de la mano una generosa dosis de informaciones al respecto. Misa en la catedral, visita a la Casa Natalicia, procesión... Un completo programa para hacer feliz a una feligresía que incluía los preceptivos altares, la interpretación del himno regional a cargo de la banda municipal de música y la inevitable ofrenda de flores, con momento de gran relevancia en la plaza de Tetuán, donde se situaba su imagen. Un despliegue informativo que incluye un sentido artículo sobre la importancia del santo en la vida literaria de Valencia, donde el firmante (Francisco de P. García Savater) se extendía en consideraciones sobre ese vínculo que hermanaba al santo con vates valencianos de varias generaciones y destacaba: «San Vicente fue siempre inspiración para los artistas, les dio moldes que bastaban para establecer una concreta estructura espiritual».
Directrices, por supuesto, muy alejadas de esas bizarras imágenes publicitarias que antes se mencionaran y de otras que atentaban también contra el buen gusto: por ejemplo, una imagen del Che Guevara almorzando en Ginebra con otros próceres de su quinta. O la foto de un conjunto flamenco bailando (es un decir) a bordo de una barca atracada en Torremolinos, una instantánea escalofriante. No tanto como otro retrato donde queda inmortalizada la valenciana María Amorós, domiciliada en la aristócrata calle dedicada a Cirilo Amorós, que pasó a la posteridad porque fue agraciada con el premio gordo del sorteo de un televisor, cortesía de la casa Galerías Todo: de ahí la sonrisa con que aparece en LAS PROVINCIAS, junto al aparato (marca Invicta).
Una sonrisa que podemos hacer nuestra porque el repaso a aquella galería de noticias despierta de nosotros ese mismo semblante risueño, un punto nostálgico. Ya dijo el poeta que todo tiempo pasado fue anterior y este reportaje, extraído de las entrañas de nuestra hemeroteca, lo demuestra: cómo no sonreír cuando topamos con la efigie del novelista Keith Luger, el sinónimo que empleaba el escritor valenciano Miguel Oliveros, que entregó a la imprenta más de mil creaciones que veinte años después tan feliz harían a quien escribe estas líneas mientras disfrutaba de esas vacaciones de un año llamadas servicio militar. Y cómo no sonreír ante el titular según el cual 'Los profetas de la lluvia trabajan continuamente' (y aquí seguimos, metidos de lleno en el cambio climático, sequía, trasvase y otras calamidades) o ante ese impagable anuncio de la constructora Sovi, que proclamaba un acontecimiento histórico: «Una solución señorial al problema de la vivienda». Más de 60 años después, ahí estamos: con los diez mil pisos que anuncia el Consell...
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