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Santiago vuelve a ver a su mujer tres meses después TXEMA RODRÍGUEZ

Y Santiago volvió a ver a Manuela 82 días después

«El coronavirus nos ha partido los paseos», cuenta este marido octogenario, mientras María José promete a su padre enfermo de alzheimer llevarlo de paella al campo

Francisco Ricós

Valencia

Viernes, 5 de junio 2020, 01:02

Santiago deja escapar unas lágrimas y sólo ha cruzado el umbral del geriátrico en el que vive Manuela. Tiene un nudo en la garganta y la voz se le resiste a escapar por unos labios que tiemblan ligeramente. Hace 82 días que no ve a su mujer y está emocionado. La residencia cerró sus puertas a las visitas el 11 de marzo para convertirse en un búnker contra el Covid-19. Tuvo dos casos pero muy leves. Parece un adolescente que no ha visto a su novia durante tres meses, aunque roza los 86 años y su esposa, casi 82 primaveras.

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Santiago irradia su sentimiento. Han salido a recibirle varias empleadas de la residencia municipal de Alzira, entre ellas Encarna Saurina, su directora. A la jefa se le eriza el vello de los brazos al ver la tierna imagen de este anciano que ha llamado por teléfono todos los días del confinamiento para preguntar por su Manuela.

Se ajusta los guantes de látex que trae puestos de casa. Los limpia con el gel que le han dado al entrar. También le desinfectan las suelas de los zapatos, le toman la temperatura y se ajusta la mascarilla antes de pasar al comedor, situado junto a la puerta principal de la residencia. Al fondo a la derecha le espera Manuela. Está sentada en una silla de ruedas, tras una mesa cuadrada. Al otro extremo, una silla espera a su marido.

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Santiago ve a su amada y el resto del mundo se desvanece. Va directo hacia ella, decidido, y en el último momento reprime el abrazo y el beso que parecía dispuesto a darle. Casi al mismo tiempo, la directora y Mila, una de las empleadas del centro, le recuerdan con todo el cariño que, por mucho que le duela, no la puede tocar y que tiene que guardar dos metros de distancia. Es difícil de cumplir. Se coloca lo más cerca posible de Manuela. Casi no se cree que la tiene enfrente. «No la he visto en tres meses. Ha sido muy duro» , dice, al tiempo que ladea la cabeza reafirmando sus palabras.

«Antes la sacaba todos los días pasear. Venía a las nueve media de la mañana y me la llevaba a la calle. Paseábamos un rato hasta el mediodía que es cuando comen en la residencia. Pero vino esto del coronavirus y nos ha partido», cuenta apesadumbrado.

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Recuerda que justo ayer se cumplió el primer aniversario desde que su Manuela está ingresada en la residencia. «Durante cuatro años he estado cuidando de mi mujer que tiene alzheimer. Al principio de notarle que no estaba bien, que se le olvidaban las cosas, no les dije nada a mis dos hijos. Me encargué de que no tocara la cocina. Era peligroso para ella. Yo cocinaba, iba a comprar y lavaba la ropa. Al cuarto año mis hijos buscaron una mujer para ayudarme a cuidarla. La levantábamos, la bañábamos y la señora se iba. Yo le daba de comer y cenar. Por la noche, volvía y me ayudaba a acostarla», recuerda Santiago.

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Pero el tiempo no perdona y el 3 de junio de 2019 decidió que lo mejor para ambos es que cuidaran de su mujer en la residencia. «Tuvimos que dejar de bañarla porque se ponía muy nerviosa y era imposible poder atenderla como merece. Fueron cuatro años muy malos por su enfermedad. La verdad es que, con lo que hemos pasado estos años, no sé como estoy así de bien», dice.

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«El día 15 celebraremos su cumpleaños, 82», indica refiriéndose a su esposa. Llevan 57 años casados y Manuela, aparentemente, no lo reconoce. Permanece anclada en la silla de ruedas sin variar su expresión. «Tenía muchas ganas de verla. Lo he pasado muy mal estos tres meses. La he echado muchísimo de menos. Siempre hemos estado juntos, aunque yo me iba a trabajar a las seis y media de la mañana y volvía a las ocho de la tarde. Pero a comer iba a casa», relata Santiago.

Manuela era bordadora, «y tenía unas manos buenísimas», rememora. «Ahora la pobre no se da cuenta de nada. Si se me cae un botón lo tengo que coser yo y si se me rompe un pantalón tengo que llevarlo a algún sitio para que me lo arreglen», lamenta sobre la enfermedad de su mujer. «Hemos pasado mucho y trabajado mucho», afirma con orgullo. El mismo orgullo con el que habla de sus hijos y sus nietos.

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Santiago ha entrado a la sala donde se ha encontrado con su mujer a las 10.30 horas. Los 20 minutos del encuentro han volado. En la rampa de acceso al centro Santiago se cruza con María José. Viene a ver a su padre, José Caballero. También sufre alzheimer pero Pepe irradia felicidad y es el cantante del local.

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María José llega con su hija, pero se queda fuera de la residencia y se coloca en una calle peatonal a donde recae un ventanal junto al que está sentado su abuelo. «Papá, mira quien ha venido a verte. ¿Quién es?», le pregunta María José. Pepe mira hacia la ventana, situada a su izquierda. La jovencita está con los ojos, llorosos. A Pepe se le ve descolocado. «Es tu nieta», le ayuda María José, que no se sienta en ningún momento. «¿Quieres que vayamos al campo a comernos una paellita?», le pregunta para animarlo. Pepe no duda: «Pues sí». María José enumera a los familiares que acudirán. «¡Collons! ¿Tots?», exclama Pepe.

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«¡Qué lastima! Está en su mundo», se lamenta María José. «Él sabe que somos familia y se pone muy contento cuando hablábamos por teléfono o videollamada o nos vemos, pero no nos conoce», se duele.

«No sé a dónde voy a ir», le dice Pepe. «Todavía se cree que está en Favara», afirma compungida María José. Y Pepe empieza a cantarle: «Delante de tu balcón hay una estrella mirando...»

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