Una de las sensaciones más placenteras es ver cómo disfruta un niño cuando juega con un juguete nuevo. Sus risas, gritos de sorpresa y alegría ... generan un bullicio que llena de júbilo a quienes le rodean. Hasta que se produce el silencio. En el momento en el que esto ocurre padres, madres, abuelos, tíos, cuidadores levantan la vista sobresaltados por si algo ha ido mal, por si ha pasado algo con ese artefacto que le hemos dado por primera vez. Lo que nos lleva a preguntarnos ¿son seguros los juguetes?
Cristina Miró, Directora Técnica de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes (AEFJ), es contundente: «Los juguetes que hacemos son seguros. Son lo más seguro que hay, de verdad. No se pueden hacer más seguros». Esta rotundidad esconde todo un proceso que está sometido a una legislación específica.
La Directiva 2009/48/CE del Parlamento Europeo de 18 de junio de 2009 sobre la seguridad de los juguetes recoge en el artículo 18 del capítulo IV que: «Antes de introducir un juguete en el mercado, los fabricantes efectuarán un análisis de los peligros químicos, físicos, mecánicos, eléctricos, de inflamación, higiénicos y radiactivos que el juguete pueda presentar, así como una evaluación de la posible exposición a esos peligros.»
Esta normativa pone el foco en el fabricante. Es él quien tiene que garantizar que el producto que comercializa cumple con los protocolos necesarios para que ningún problema amenace a los más pequeños. La legislación española adaptó la directiva europea en el Real Decreto 880/1190 del 3 de mayo de 1988 y en él añade un detalle clave: «los fabricantes deben tener una evaluación posible de los peligros mencionados y darán registro de ello». Esto significa que deben evaluar sus juguetes en centros acreditados.
En Ibi, epicentro del Valle del Juguete, se encuentra AIJU. Es el único centro tecnológico acreditado internacionalmente para hacer los ensayos necesarios para que el juego no se vea alterado por posibles riesgos para el niño. Ana Sánchez, Responsable de Servicios de Bienes de Consumo explica cómo trabajan: «Cuando nos traen los juguetes realizamos distintas pruebas de laboratorio y emitimos un informe de ensayo que es la información que guarda el fabricante y que debe tener disponible si las autoridades lo requieren». Cuando la evaluación es positiva se empieza la producción.
Las pruebas a realizar en los juguetes son, según la legislación: las propiedades físicas y mecánicas, la inflamabilidad, las propiedades químicas, la higiene y la radioactividad. Sin embargo, no todas se hacen a todos los objetos. Por ejemplo, a un bloque de madera no se le va a hacer un examen de inflamabilidad porque para que prendiera debería estar sometido a temperaturas altísimas. Sin embargo, un peluche sí podría someterse a todas de ellas.
En primer lugar, tenemos las pruebas mecánicas que son las que más se realizan. Se trata de ver las propiedades físicas, el comportamiento del juguete, cómo lo va a usar el niño, si aguanta tirones, golpes, arrastres, etc. Los riesgos que presentan piezas pequeñas, bordes cortantes, puntas punzantes, cuerdas largas que pueden engancharse con un niño pequeño, producir estrangulamiento o asfixia. En estos análisis, la pericia y experiencia de los técnicos es clave para tomar las mediciones e interpretarlas.
También se prueba la inflamabilidad, obviamente en los productos susceptibles de producir llama: peluches, pelos de muñeca, pelucas, disfraces, etc. Este tipo de estudios indican si la combustión que se produce es lenta, lo óptimo para tener un tiempo de reacción en caso de fuego, o si es rápida.
«Después están los ensayos químicos», continúa Luisa Marín, responsable del área química, «en AIJU contamos con las maquinarias más avanzadas capaces de detectar la composición química de cada componente en ultratrazas. Esto es, en cantidades ínfimas.» De este modo, cualquier material clasificado como peligroso o tóxico es detectado.
Los siguientes ensayos que recoge la directriz, higiene y radioactividad, no se suelen hacer ya que la primera está incluida en los anteriores análisis y la segunda no es de aplicación en los productos de nueva fabricación en España.
En el Instituto Tecnológico, AIJU, señalan también la importancia de la formación en dos sentidos «El fabricante ensaya lo que él quiere de cada juguete bajo su responsabilidad. Algunos deciden que analizan todo el producto acabado, otros sólo quieren el ensayo químico, etc. Por eso les proporcionamos formación continua. Es crucial que tengan toda la información a su disposición». Además, señala Ana Sánchez, «nuestros propios técnicos reciben formación constantemente. Las normas no son ciencia exacta, hay que interpretarlas. Hay mucho conocimiento detrás con una formación interna que nosotros hemos ido adquiriendo. Y porque los materiales también avanzan mucho. Un plástico de hace diez años no tiene nada que ver con un plástico de ahora. Hay que estar continuamente en evolución.»
Cabe señalar que la legislación de la seguridad de los juguetes, tanto europea y española, es tremendamente meticulosa. Se detalla cuántos miligramos de distintos elementos están permitidos como máximo, las fragancias que producen alergias, los voltajes permitidos, los tipos de pieza, los embalajes, el etiquetado, etc, etc, etc. «Es muy exhaustiva, los controles que se le hacen, lo que le exigen, lo que le piden, está mucho en el punto de mira. Eso es así», concluye la directora del laboratorio de AIJU. Por tanto, no debe extrañar la rotundidad con la que Cristina Miró, de la AEFJ, afirma que «los juguetes españoles son totalmente seguros». Jueguen tranquilos pues.
Ana Sánchez, directora del laboratorio de AIJU, explica que además de realizar eficientemente los ensayos pertinentes intentan adelantarse a las necesidades que sus técnicos van observando. «Tenemos que estar vigilando cuáles son las evoluciones, las tendencias y lo que puede suceder. Por ejemplo, si aparecen materiales nuevos en cualquier lugar o si un juguete tiene un comportamiento no previsto».
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