El silencio impregna la casa de ejercicios espirituales La Purísima de Alaquàs. Sólo lo alteran cuatro niños que juegan en una cabaña improvisada con hojas de palmera. No tendrán más de diez años. Otra, algo más mayor, se acerca curiosa pero pierde el interés rápidamente ... y vuelve al edificio. Abraza un peluche. En el otro extremo del recinto, con amplios espacios abiertos y ajardinados, dos adolescentes se pasan la bola en un campo de fútbol de tierra. Cerca hay ropa tendida y dentro del edificio se intuye ajetreo. Se acerca la hora de comer. Ensalada, garbanzos, hamburguesas y piña para el postre. Ambiente de rutina, de normalidad o de cierta normalidad para aliviar el dolor de la guerra.
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El centro ha recuperado la actividad en los últimos días, habilitado como punto de acogida de refugiados ucranianos por parte del Ayuntamiento de Valencia. Está gestionado por la Fundación Amigó. Veintiún profesionales, sobre todo educadores e integradores sociales, son los responsables de la primera reconstrucción vital y emocional de un centenar de afectados por la invasión. Son sobre todo familias, con muchas mujeres y niños. En apenas diez días este recurso ha alcanzado su capacidad máxima.
Se les proporciona alojamiento, manutención, apoyo psicológico y ayuda con los trámites administrativos básicos, como la gestión de la tarjeta sanitaria a través del centro de salud de Alaquàs. Una veintena son menores y serán escolarizados en los próximos días, previsiblemente en colegios e institutos del municipio, como explica el alcalde de Alaquàs, Toni Saura, que destaca la importancia de que vuelvan a la rutina. Pero sobre todo se les deja espacio para que interactúen y traten de recuperarse. Para que tomen aire tras haber padecido la asfixia de de la guerra.
Anastasia y su hija de 12 años vivían en Járkov. Salieron por la frontera polaca y viajaron durante cuatro días. «Llegamos muy cansadas pero estamos inmensamente agradecidas de la acogida», explica justo antes de romperse al recordar a su padre y a su hermano, que siguen allí. «La ciudad está destrozada por los bombardeos, igual que nosotros», acierta a añadir. «En el futuro espero volver a Ucrania, pero tengo que pensar en mi hija. Me gustaría encontrar trabajo aquí para poder ayudarla», sentencia.
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También están Nadia, que significa esperanza, y su hija de siete años. Son de Odessa. Igual que su compatriota empieza su intervención dando las gracias por la acogida. «Ha sido increíble e inesperado. No podíamos imaginar algo así por parte de un país desconocido», explica. También salió a través de Polonia, desplazándose en autobús hasta Barcelona, donde cogió el tren que le trajo hasta Valencia. «En Odessa se han quedado mis padres, no quieren abandonar su tierra», señala.
Trabajaba como comercial de una inmobiliaria, y confía en volver atrás. En que la guerra acabe pronto. «Seguir con mi vida», resume. «Aquí me siento segura, y siento que tenemos apoyo», explica, antes de reconocer que cuando escucha el paso de un avión aún se pone nerviosa. Comenta además que a su hija le ha resultado fácil la adaptación e insiste en agradecer, en nombre de todos los ucranianos del recinto, el apoyo recibido.
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El Ayuntamiento de Valencia ha gestionado la primera acogida de unos trescientos refugiados desde el inicio de la guerra a través de distintos recursos, como explica la concejala de Cooperación al Desarrollo y Migración, Maite Ibáñez.
«Estamos viendo que en los últimos refugiados la carga psicológica es mayor», dice la edil, que se refiere concretamente a casos de claustrofobia teniendo en cuenta que muchos pasaron sus últimos días en sus ciudades escondidos en refugios.
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El Ayuntamiento prevé impulsar actividades complementarias que les faciliten la integración y el conocimiento del idioma, aunque ellos mismos ya se están organizando de manera autónoma, por ejemplo, dando clases a los niños en las instalaciones. Ibáñez señala que no se saben cuánto durará su estancia en el centro, aunque augura que puede prolongarse meses. Además, esperan una llegada «masiva» de afectados por la guerra.
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