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El equipo de Juan Bautista Romero, técnico superior de laboratorio de la Universitat Politècnica de València (UPV), se ha proclamado campeón de la travesía a remo más dura del mundo, la Talisker Whisky Atlantic Challenge. Consiste en cruzar el Atlántico en régimen de total autosuficiencia. Casi nada.
Que no haya ayuda externa implica que los cuatro tripulantes han tenido que improvisar para sortear incidencias que asustarían a cualquiera, como perder la orza en pleno recorrido o quedarse sin electricidad en medio del océano. Por no hablar de la experiencia en sí: más de un mes conviviendo en una pequeña embarcación que en todo momento debe mantenerse en movimiento.
Para hacerse una idea del reto, los tripulantes se han ido alternando en turnos de dos horas de remo y otras dos de descanso que no se podían dedicar sólo a dormir y recuperarse, pues también había que comer, y hacerlo bien para poder mantener el esfuerzo. Sin olvidar otras labores y rutinas, como asearse. «Durante la competición no hemos podido dormir más de una hora y cuarto seguida, teniendo en cuenta además que hay que estar listo un poco antes del reemplazo para que el cambio sea lo más rápido posible», explica Romero al otro lado del teléfono. Atiende a LAS PROVINCIAS tras disfrutar de las mejores horas de sueño de las últimas semanas.
Este ingeniero de Telecomunicaciones también preside la Federación de Remo de la Comunitat Valenciana desde 2001, y entró en el equipo Ocean Cats en marzo de 2020. Junto a Sergi Franch, Martí Ramírez y Quim Planells se han convertido en los primeros españoles en alzarse con la victoria en esta exigente regata.
Llegaron a la meta en la madrugada del jueves al viernes, tras recorrer 3.000 millas náuticas -algo más de 5.500 kilómetros- entre la isla de La Gomera y la caribeña Antigua y Barbuda. Han invertido 31 días y 17 horas en la gesta, recorriendo de promedio casi 95 millas al día impulsando un bote de más de una tonelada de peso. «Es el mayor desafío al que he podido enfrentarme», enfatiza Romero. Detrás quedan esfuerzos de proporciones ciclópeas, dolores musculares sobrellevados con Nolotil y Enantyum y preocupaciones que se diluyeron al aproximarse a puerto, cuando ya sabían que eran los ganadores.
«Ha sido un subidón de adrenalina, con emociones entremezcladas. Conforme entrábamos veíamos decenas de embarcaciones esperando y del orden de cien personas, muchas sin ninguna relación con nosotros, recibiéndonos con bengalas, luces y sirenas; ha sido espectacular, no lo esperábamos», acierta a describir.
Tomaron la salida 43 embarcaciones distribuidas en diferentes modalidades según el número de tripulantes de cada equipo, desde remeros solitarios hasta quintetos, incluyendo tripulaciones mixtas. Alguna ha tenido que abandonar. Juanba, como le conocen sus allegados, explica el caso de una tripulación que fue rescatada por un mercante próximo que respondió a la señal de alarma, pues con semejantes distancias lo raro es encontrarse cerca de algún barco auxiliar de la organización. «Ahora mismo están en Canadá», señala, que era el puerto de destino del barco.
La Talisker Whisky Atlantic Challenge es una competición extrema que pone al límite la capacidad física y psicológica de los participantes. Más allá de la intensa preparación todos los regatistas se ven sometidos a lo largo de varias semanas a la continua exposición al agua salada, las inclemencias meteorológicas y los peligros del mar.
El técnico de la UPV se refiere a dos episodios especialmente complejos. Cuando llevaban unos doce días de competición, con olas de diez metros y vientos de unos 50 kilómetros por hora, escucharon un crujido y vieron «la orza flotando al lado», un elemento de la embarcación que favorece la estabilidad y reduce el riesgo de vuelco. Como es una regata de autosuficiencia no tuvieron más remedio que adaptar la forma de remar para compensar el problema y poder terminar el desafío.
El otro susto llegó sobre la jornada 17: «Eran las tres de la madrugada y de repente se apagó todo». Las baterías habían fallado, obligando a que uno de los tripulantes tomara el timón manualmente durante 23 horas seguidas. Y es que la incidencia les dejó sin luces de posición y sin piloto automático, clave para la navegación, por no hablar de que la desalinizadora se paró por la falta de energía. Lo pudieron solventar parcialmente, alternando el sistema principal con el secundario, aunque les provocó una pérdida de potencia que obligó a renunciar a algunos 'privilegios' para poder alimentar el instrumental básico necesario para seguir adelante. «Cosas como asearnos o ducharnos se acabaron, o los ventiladores de las cabinas de descanso, necesarios al estar en el trópico», explica.
En cuanto la comida, se ha centrado en alimentos liofilizados y congelados, como los de los astronautas, cantidades ingentes de frutos secos y 15 kilos de jamón ibérico. Proteína animal hipercalórica cuyo contenido en sal compensaba la pérdida derivada de la sudoración asociada al esfuerzo continuado. «Además era como hacer una comida normal», resume Juanba. Para hacerse una idea de la exigencia, los participantes han perdido una media de diez kilos de peso, como explican desde la UPV, que es uno de los patrocinadores del equipo.
La victoria es el broche perfecto para dar visibilidad al objetivo social de Ocean Cats: concienciar sobre la problemática que sufren los mares y océanos por el exceso de productos de origen plástico. Para ello los tripulantes han protagonizado charlas en escuelas y centros de personas con discapacidad.
Juan Bautista Romero forma parte de la plantilla del personal de administración y servicios de la UPV desde 2004 como técnico responsable de los laboratorios de la unidad docente de Ingeniería 1 del departamento de Tecnología de los Alimentos. Su cometido implica, entre otras labores, que todo el material y el equipamiento esté en perfecto estado para que el alumnado pueda llevar a cabo sus prácticas.
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