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BELÉN HERNÁNDEZ
Lunes, 14 de noviembre 2022, 01:02
«¡Todo el mundo viene a mirar, pues que recojan! Eso sí, que se metan con el agua hasta el cuello como hemos estado nosotros». ... Una mujer trata de sacar el agua que inundó su garaje de Riba-Roja. Guillermo la ayuda. Va vestido con botas de agua y pantalones de trabajo. Trata de tomarse con humor los destrozos que ha sufrido su vivienda. «¡Anoche les decía a los vecinos que vinieran, que tenían aquí la piscina gratis! El agua llegaba hasta un metro». Están al lado del barranco. Aquel escupidero que en la madrugada del sábado 12 de noviembre arrolló la paz de los vecinos de la zona.
Florencio está junto a ellos. Ha abandonado su casa, también inundada, para ayudarles a limpiar. «Me he criado aquí y esto nunca había pasado. Ha sido por una imprudencia del ayuntamiento». Cuando acudieron los servicios de emergencia para destaponar el barranco, Florencio se metió con ellos para ayudarles.
«Sacaron un neumático viejo que estaba taponando la salida del agua. Estaba todo lleno de ramas y palos. Les tuve que guiar yo y decirles que quitaran unas losas de hormigón que iban a dejar ahí. Si no, a la próxima que lloviera estaríamos en las mismas». El Ayuntamiento de Riba-Roja ha puesto en marcha un operativo especial para hacer frente a los daños causados por las lluvias torrenciales. 40 trabajadores se movilizan para tratar de paliar los destrozos de los 170 litros por metro cuadrado que cayeron la madrugada del sábado.
Los coches de los tres, inutilizados. A Florencio se le murieron siete de sus conejos. Una decena de calabazas que guardaba en el garaje acabaron encima de su moto. También rota. Todavía esperan a que este lunes 14 de noviembre se presente el perito para valorar los daños, aunque los tres confían más en los seguros privados que tienen contratados. «¡Hemos movido la moto y se ha caído el agua y ya va!», le avisa un familiar a Florencio. Se le iluminan sus ojos azules escondidos detrás de unas enormes gafas. «¡Voy a hacer lo mismo con la mía, a ver si funciona!». Ilusionado. Como la mañana de Reyes.
En la casa de al lado, unas 20 personas no temen que el barro les llegue hasta las rodillas para ayudar a Ana. La imagen de la realidad se contrapone al dicho popular de que en los peores momentos no hay nadie a nuestro lado. Casi como si fuera una fiesta, todos escuchan música mientras pasan la fregona y vacían los cubos en la acera. «La moto estaba flotando. Intenté sujetar la puerta del garaje hasta que mi marido me dijo que ahí no se podía hacer nada más y nos subimos al piso de arriba», cuenta la chica joven. La madrugada anterior fue una pesadilla, pero ha vuelto a amanecer en Riba-Roja. Preserva la sonrisa. «¡Me ha ayudado tanta gente que ya está casi todo limpio!». No siente ira. Está agradecida con los suyos. «Ya vendrá el perito». Las críticas son coincidentes entre los vecinos consultados en este y otros municipios: malas infraestructuras y falta de prevención abonan el terreno para que aumente el impacto de las fuertes lluvias.
«¡Cuando compramos el local ya nos avisaron los vecinos de que venía con sorpresa! Pues no mentían, no». Sara y Nicolás están acostumbrados a que las lluvias se cuelen en su restaurante. Pero no saben hasta cuánto aguantará su maquinaria. El hombre de unos treinta años bromea: «Yo ya digo que mis neveras están acostumbradas a mojarse».
Su negocio está en la avenida Barcelona 92 de Torrent. Aunque en la localidad cayeron 231,4 litros por metro cuadrado en la localidad, les toca siempre la peor parte. «Esta zona antes era un canal que conectaba con el mar. Quisieron construir y no deberían haberles dado permiso porque cada vez que llueve, el agua al menos sube diez centímetros como les ocurrió en la madrugada del sábado. Su garaje tampoco se libró de sucumbir ante el agua. Sara se encuentra a su vecina, Eva. La mujer va con unas chanclas, un cubo y una fregona. El agua todavía llega hasta los tobillos. «¡Pero cómo vas a recoger todo esto tú sola con el cubo!», le dice Sara en broma. Ella se ríe y vuelve a casa. «Se cayó hasta un trozo de techo. Tengo todo el trastero inundado. Ya veremos los destrozos».
La normalidad ha llegado a Aldaia cuando parecía imposible. 216,6 litros de agua por metro cuadrado cayeron en Aldaia en tan sólo 48 horas. El paso a nivel del barranco, cortado. El agua creaba un falso río en el municipio. Después del miedo, ahora sólo parece un mal sueño. Aunque la desolación ha dejado una Aldaia prácticamente desierta en la tarde del domingo. A las 18 horas, la localidad sigue embarrada. Pocos son los vecinos que abandonan sus viviendas y salen a la calle.
Hay sofás abandonados a su suerte en la acera, carcomidos por el agua. Una chica joven de unos 18 años recuerda que los comerciantes estuvieron horas limpiando sus locales y tratando de que el fango marrón no manchara también su economía. Miro y su mujer, dos vecinos de origen búlgaro, secan su coche con una escobilla. El hombre de mediana edad enseña un cazo repleto de agua. «Estaba todo mojado. La lluvia se coló por las ventanas y hemos tenido que secarlo».
La pregunta de todos los afectados, que tratan de reparar, como pueden, sus pertenencias es: «¿Qué va a pasar ahora?» No vaya a ser que los negocios, vehículos y casas que tanto les costó adquirir se queden en el olvido porque el cielo decidió romper a llorar. El PP ya ha pedido que Aldaia se declare como zona catastrófica. El candidato a la Alcaldía, Jesús Molins, ha declarado que esta ley les permitirá acogerse a las medidas que contempla la misma. Entre ellas, las ayudas por daños personales en viviendas o en bienes dañados. El gran consuelo de los vecinos de los municipios es estar recogiendo agua y no guardando luto, luego de una jornada de récords en precipitaciones en toda la zona metropolitana: Torrent llegó a recoger en apenas unas horas 231 litros por metro cuadrado, una auténtica barbaridad. Y en Quart de Poblet, Riba-Roja, Aldaia y otros municipios del entorno se sufrió una tromba semejante.
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