En el obrador Tono la Inés de Rojales huele a pan desde 1913. Un horno tradicional, de pueblo, con más de 110 años de historia, testigo de la transformación de un municipio en el que el censo es una torre de Babel: por cada ... cuatro españoles residen seis extranjeros. Mari Carmen y Fani atienden el mostrador donde la tradición, el dulzor de las toñas alicantinas –una especie de mona o panquemado– y el roscón de Reyes, que no han dejado de vender en estos días, sobrevive frente a las tradiciones anglosajonas, que han llegado a la comarca de la Vega Baja para quedarse. Hoy, encontrar en por las calles de Rojales a un español es casi como dar con un extranjero. La patria es minoría. Entrar en la panadería es un recurso que nunca falla, porque allí siempre hay alguien de la casa: «Hay muchos ciudadanos de otros países. En los últimos años se ha disparado su presencia y en verano se multiplican, hay muchísimos más. Incluso muchos no saben ni dónde viven, creen que no pertenecen a Rojales sino a Torrevieja, por lo que van al ayuntamiento vecino a tramitar papeles, y allí les hacen ver su error». Con el Brexit, muchos británicos se volvieron a su país de origen pero siguen siendo mayoría con mucha diferencia.
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La realidad se palpa en la calle. Dos intentos para establecer una conversación en español y el disparo va a la madera. «I only speak english», contestan mientras siguen su camino. Al final, lo das por imposible.
Rojales cuenta con 16.943 habitantes, según los datos de padrón de la Diputación de Alicante de 2022. Del total, sólo 5.120 han nacido en España. La explosión de la llegada de extranjeros se produjo a principios de siglo, al calor de la fama de Torrevieja. La receta, el abecé del turismo: sol y playa. Una jubilación dorada para matrimonios extranjeros que vendían todas sus propiedades en sus países de origen para disfrutar de la última etapa de su vida en el paraíso que para ellos es la Comunitat Valenciana. Además, la sanidad pública es buena y gratis. Una forma de terminar su vida en manga corta y bermudas.
El periodista, lo primero que hace, es buscar el centro de la población si llega a un lugar que no conoce. La idea preconcebida es encontrar un equilibrio perfecto entre españoles y extranjeros. Al primer golpe de vista se cae la teoría como un castillo de naipes. En el pueblo, donde el equipo de fútbol es el Thader, viven los lugareños y muchos de aquellos extranjeros que han llegado a Rojales a buscarse la vida. Los chavales han salido del instituto, alguno se fuma un pitillo en uno de los márgenes del río Segura y los extranjeros de origen sudamericano o magrebí transitan por el pueblo como unos vecinos más. No viven en chalés de lujo. Ganan como camareros, en el campo o en las fábricas de la zona lo suficiente para sobrevivir. Hay mucho extranjero y español que trabaja para el forastero europeo. Unos disfrutan y otros trabajan para que los demás disfruten.
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Entonces, ¿dónde están los ingleses y los centroeuropeos? En el mostrador del horno Tono la Inés desvelan el camino: en Ciudad Quesada. Una urbanización que podría ser un pequeño Brighton, una de las ciudades turísticas por excelencia del Reino Unido, y a la que se accede por la calle Almoradí, un poco antes del retén de la Policía Local. Allí, una placa perdida en una esquina dirige al visitante al refugio de la mayoría de los extranjeros.
En Rojales hay otro pueblo dentro de Rojales. Un mundo que nada tiene que ver con la tradición, con la historia de una localidad que en poco más de veinte años ha visto como su fisionomía ha cambiado. Algo que no es exclusivo del municipio sino que también ocurre en otros puntos como San Fulgencio, que son ya más 'city' que pueblo.
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Una vez enfilas la carretera de Ciudad Quesada se encara una ruta que te lleva directamente a un invernadero de adosados con piscina. Casas unifamiliares, la mayoría con parcela, jardín y barbacoa como síntomas de una jubilación perfecta.
La visita es en diciembre. La mañana ha salido fría pero pasado el mediodía el sol, tibio para los españoles pero abrasador para los centroeuropeos, hace que Ciudad Quesada se convierta, como cada día, en un lugar de vacaciones. La arteria principal es una declaración de intenciones: avenida de las Naciones. Rojales puede ser Babel, la ONU o el Parlamento Europeo.
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Los bares dan los partidos de la Premier, los supermercados son supermarket y el tren de lavado el car wash. En la barra de los locales, entre pinta y pinta servida, los camareros cuentan en español, idioma minoritario por aquellos lares, lo mismo: está lleno de extranjeros. En cambio, los forasteros no cuentan nada. Bien o porque no quieren o bien porque no saben pronunciar ni una sola palabra en castellano más allá de «hola, gracias y adiós». Tampoco les hace falta. Aquello es su país en otro país.
En los negocios son políglotas. En algunos carteles se informa que se hablan hasta seis idiomas. En la farmacia, uno de los puntos estratégicos de cualquier zona habitada, hay que saber de medicinas y de lenguas. Bien lo sabe Gonzalo Adsuar, que está al frente del negocio junto a su familia. «De cada diez personas que atiendo, sólo a una lo hago en español», señala. Gonzalo es europeísta convencido y activo. Además de eso es muchas cosas más. Está metido en varios proyectos. Uno de ellos crear un Consell de la Joventut en la Vega Baja. Y otro, lograr que Bruselas dé luz verde para celebrar un acto europeo y europeísta en Rojales en la próxima campaña de las elecciones al Parlamento. «No hay mejor lugar que este, con tantas nacionalidades», señala, aunque los británicos hayan optado por el Brexit contra la voluntad de la mayoría de los ingleses 'exiliados' y jubilados.
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Ciudad Quesada ya se puede considerar como una colonia inglesa. Donde los mayores practican el 'walking football', las cañas son pintas de cerveza, hay hora del té y se come y cena antes que nadie. Las inmobiliarias ofrecen villas a precios europeos y hay carteles de prestigiosos abogados internacionales. Por la calle, el español es casi el que viene de fuera. «Do you speak spanish? No, only english».
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