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Nada más cruzar desde San Marcelino el rebautizado como Puente de la Solidaridad se llega al barrio de La Torre, una pedanía de la ciudad ... de Valencia de los Poblados del Sur. Ese dato geográfico, el de tener las primeras calles de recepción de las decenas de miles de voluntarios que han peregrinado, desde el primer día de la tragedia, con sus cepillos al hombro ha sido clave para convertirse en uno de los primeros símbolos de la esperanza para la recuperación de L'Horta Sud. La fuerza de los 5.000 vecinos, junto al aliento de todos esos visitantes anónimos, venidos de toda España, han conseguido que cada vez se vean más metros cuadrados de aceras y calles y menos de agua y fango.
La recuperación del colegio Padre Manjón, que se había rehabilitado para el arranque del presente curso, es la primera foto de la esperanza. Antes de llegar a la parroquia Nuestra Señora de Gracia, que se ha convertido en el centro neurálgico de la solidaridad del barrio, con puntos de recogida de alimentos y todo tipo de ayuda humanitaria y de distribución de comida sin poner etiquetas. En ese punto de solidaridad se atiende tanto a vecinos, como a voluntarios y fuerzas de seguridad y de limpieza que están ayudando a que La Torre se levante. Unos vecinos que siempre han sentido que la ciudad les da la espalda y a la que ahora ellos abren sus brazos.
Juan Caselles no puede reprimir la sonrisa cuando le piden una aspirina. Nuevo nombre en clave en su local para servir un botellín de cerveza, ya sea a un vecino o a un voluntario. Son complicados de diferenciar porque todos entran con las botas llenas de barro. El 'Xe que bo', situado en la Calle Álvarez de Sotomayor número 4, se ha convertido en el símbolo de la esperanza de La Torre al ser el primer negocio en volver a subir su persiana tras la trágica riada del pasado 29 de octubre. El único momento en el que se le borra la sonrisa a Juan es cuando en la conversación salen las personas que, lamentablemente, no pudieron salvar la vida cuando el agua anegó toda la barriada con una media de metro y medio de marca.
«Quiero dejar claro que no hemos especulado. Los precios siguen siendo los que estaban. No sé si cuando todo vuelva pasará pero en mi bar no, el café que valía un euro sigue valiendo un euro. Si me planteo algo es más barato», aclara nada más servir una taza con un humeante café con leche. Ese aroma es de lo poco que recuerda al bar original, puesto que la suya es una reapertura bajo mínimos puesto que a la vista no hay mesas ni sillas, todas ellas fueron destrozadas por el agua que inundó su local, ni máquinas. Sólo se salvó una nevera pequeña y la cafetera, que se quedaron milagrosamente a pocos centímetros de una marca de agua que se situó, dentro del bar, en dos metros. «Somos el primer negocio de La Torre que ha podido abrir y es un símbolo de esperanza para todos los vecinos y dueños de los pequeños negocios que tenemos en el barrio», anuncia Juan «y tengo que agradecer el trabajo, desde el primer día, de cientos de voluntarios que nos ayudaron a sacar el agua y el barro. Gracias a esos chavales y chavalas hemos podido abrir». «Y todos muy jóvenes», apostilla Marina, su mujer. Lo que no han podido salvar es, como el resto de vecinos, el coche. «Se va a recuperar todo, tenemos que tener ese ánimo de levantarnos entre todos. Seguro, es cuestión de tiempo». Palabra de hostelero. Palabra de ley de barrio.
Jesús Yagüe es zaragozano pero vive en La Torre desde hace 25 años. Además de su trabajo, una empresa que se dedica a la impresión y que también ha perdido el bajo con los productos por culpa de la riada, coordina el grupo Oldstars que une a los amantes del baloncesto callejero no sólo del barrio sino de los pueblos de L'Horta Sud, que se reúnen en la mítica pista que se divisa nada más se desciende por la pasarela que transporta cada día a miles de voluntarios. Esa mítica cancha va a ser parte de la reconstrucción de la vida social del barrio.
«Hemos contactado con las canchas de Sants en Barcelona y Pacífico en Madrid para intentar hacer un torneo de baloncesto con equipos de todos los pueblos afectados», desvela a este periódico. La acción va a tener una gran simbología, puesto que en la vida de antes de la tragedia eran decenas las personas que, a pie o en bici, llegaban desde todos los pueblos ahora anegados por el agua y el fango para compartir con los vecinos de La Torre la pasión por la pelota naranja en su pista. «Lo primero que hicimos en el grupo de Whatsapp del baloncesto fue preguntar a todos cómo estaban, porque a nuestra pista viene a jugar gente de Sedaví, Alfafar, Albal, Massanassa o Paiporta», recuerda Yagüe antes de plasmar las imágenes que nunca se le olvidarán de la tragedia: «La noche de la riada se formó una isla de coches amontonados en mi calle que aprovecharon tres chavales para saltar desde un piso con cuerdas y rescatar a un señor que se había quedado al otro lado de la calle abrazado a una farola. Fueron saltando entre los coches y al final llegaron hasta él».
En el número 39 de la Avenida Real de Madrid está Robert Òptic, o por lo menos lo estaba. Hasta nueva orden, el centro óptico de La Torre se ha reconvertido en una punto de ayuda humanitaria tras haber logrado sacar toda el agua y barro que destruyeron por dentro sus instalaciones. Su dueño es Roberto Cuartero, un vecino muy conocido en el barrio puesto que, además de su negocio, fue alcalde pedáneo en la segunda legislatura de Compromís en el Ayuntamiento de Valencia. El suyo es uno de los comercios destruidos que, por la calidad de su instrumental, tendrá un alto coste el volver a subir la persiana puesto que sus daños, en una primera estimación, son de más de 200.000 euros.
El dueño de la óptica no dudó en utilizar el local, que además está situado en un punto estratégico en las comunicaciones del barrio entre las dos mitades que parte la avenida, pese a la rabia de tener que sumar los robos a la desgracia que dejó la riada. «Al estar la puerta dañada nos llamaron vecinos diciéndonos que habían visto salir gente de dentro con productos. Sí, sufrimos saqueos. Está claro que el que entró en comercios como el nuestro no era para cubrir primeras necesidades», argumenta, con una mezcla de resignación y rabia. Cuartero, que conoce a la perfección como late su barrio, tenía muy claro lo que debía hacer: «El hecho de poner un punto de ayuda humanitaria es porque hay muchos vecinos con movilidad reducida, que no pueden desplazarse a San Marcelino a comprar. Somos un punto intermedio para todas las calles de La Torre, que por lo menos tengan suministros básicos». Reconoce que «el barrio salva al barrio» y al suyo también lo está levantando los voluntarios. «Recuerdo que desde el día uno, el miércoles, ya tuvimos un grupo de estudiantes del colegio mayor Ausiàs March de Valencia ayudando a sacar agua y barro. Eran unas catorce personas. Lo digo y se me eriza la piel. Nos ayudaron y ahora que podemos hacerlo nosotros a los vecinos pues es nuestro turno» admite «aunque me está costando mucho la gestión emocional».
Si hay un sonido extraño en las zonas devastadas por la riada es el sonido del motor de un vehículo que esté cubierto de barro y aparentemente destrozado. Es por ello que es imposible no acercarse a preguntar por el garaje de Alexander Linares cuando se escucha el de una moto. Este venezolano de 58 años, y que vive en Valencia desde hace siete, se empeñó desde el primer momento en recuperar su furgoneta. La que utiliza para realizar su trabajo, parado hasta nueva orden, en una empresa de reparto. «Una vez pudimos salir de casa, la busqué con la idea de intentar rescatarla. La encontramos tirada unas calles más abajo de nuestra casa que está en la Avenida Real de Madrid. Lo que hice, cuando comenzaron a mover los coches con las grúas y tractores para llevarlos al depósito, es meterme dentro sentado para que no se la llevaran», reconoce. Y ahí, en el asiento del conductor, esperó hasta que un grupo de rescatadores, con potentes vehículos 4x4 y que también son vecinos del barrio, movieron el vehículo hasta su garaje.
Desde ese momento, está empeñado en que su motor vuelva a sonar o, al menos, en recuperar algunas piezas si tiene que declararlo como siniestro total. Algo que también hace con las motos de sus hijos, aclarando que son ellos «los que entienden de mecánica». Lo que nunca olvidará Alexander es la solidaridad del pueblo: «Lo comenté con mis familiares en Venezuela, estoy impresionado por la respuesta de los españoles ante una desgracia. Se ha dado una respuesta de hermandad y unión, con gente de toda España que han venido a ayudarnos».
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