![La Toscana valenciana busca el elixir de la juventud](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/09/02/asensi-RRgh079Q7LBUwK6qz949l7L-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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El 19 de junio de 2017, la vida en La Font de la Figuera -Fuente la Higuera en castellano- cambió para siempre. El atajo de la antigua N-344, que permitía ahorrarse un puñado de kilómetros para enlazar la provincia de Valencia y la ... de Alicante, pasó de embutir a miles y miles de vehículos a convertirse en una travesía fantasma. Todo en un sólo día. Unos bajaron las persiana del negocio, la mayoría restaurantes de carretera, y otros brindaron tras años de reivindicaciones, accidentes y muertos. Los camiones procesionaban día y noche, como lapas pegadas al paisaje rural de la localidad. A la mañana siguiente, dejaron de pasar. La carretera sigue allí, vacía, con ese curvón de postal de la red viaria de la Comunitat. Un curvón que se ha quedado mudo.
A tiro de piedra del mal de Almansa, en ese sube y baja que es el pueblo, con calles como 'tourmalets', se observa a lo lejos desde un recodo una pantalla acústica de hormigón, como si se tratara de una frontera 'trumpiana' para divisar el tráfico que ya no pasa por el scalextric que un día fue La Font de la Figuera. Al lado del curvón, en un parque infantil, un grupo de octogenarios pasa la mañana a la sombra de la copa de un árbol. Mayores en un parque sin niños ajusticiados por un sol que pega inmisericorde. En ese sanedrín local está Gabriel, padre de Manuel, abuelo de Manel. Tres generaciones de Asensi con los pies enraizados en la tierra de este extremo de la Costera. No es la norma sino la excepción. La fuga de los jóvenes es un quebradero de cabeza. La Font de la Figuera pierde población por goteo y el censo amenaza con caer por debajo de los 2.000 habitantes. La Toscana valenciana, que componen La Font, Moixent y Fontanars, es un paisaje idílico que la mayoría de la juventud no quiere ver ni en pintura. Los más viejos del lugar lamentan el éxodo, aunque más de uno se queda para nadar a contracorriente.
«Yo lo tengo claro. Mi vida está aquí, trabajando la tierra. Los fines de semana sí que voy a Valencia, a mi otra gran pasión que es la música», narra Manel, de 22 años y con las albarcas que calza como seña de identidad. En el pelo, una ristra de caracoles y en la oreja, un pendiente. La familia ha comprado una gran nave junto a la carretera. Hay tractores, alguna vespino, una montesa y aperos pendiente de restauración. La familia Asensi lleva La Font en las venas. El padre llega a lomos de un tractor, y llaman al abuelo al móvil y lo rescatan del sanedrín para posar en la foto de familia: Gabriel, Manuel y Manel. En casa de los Asensi han apostado por el cereal, el girasol y el olivo, con una pauta ecológica, que es la que trabajan desde hace más de veinte años y que Manuel, el padre, ha inoculado en el hijo.
El día de la visita a La Font, el bar de al lado del Ayuntamiento está cerrado por reformas. El único abierto es La Traca, donde la camarera advierte de que es martes y que ese día no debería haber subido la persiana. «Hace un rato me han llamado para venir a trabajar», apunta. En el techo, un ventilador gira y la clientela, una decena, mastica el sopor en silencio.
Es temprano, y en la calle las mujeres llevan cosido el carro de la compra. Una de ellas advierte de que ha cambiado el gobierno local, que el alcalde es del PP y se llama Elio Cabanes, un militante atrevido que en su día reunió los 140 avales necesarios para aspirar a sustituir a Mariano Rajoy. El exótico candidato, con la vara en su mano, tiene el reto de engordar el censo del pueblo. Unos se van a Xàtiva; otros, a Almansa.
En La Font cerraron las alcoholeras, al igual que las serrerías, que son hoy ya testimoniales, y por la carretera dejaron de pasar los coches. La marca de la Toscana valenciana, para promocionar los vinos de Terres dels Aforins, es más un reclamo turístico que una garantía de permanencia. El campo es duro, tan duro que la mayoría piensa que es mejor buscarse las habichuelas a muchos kilómetros de allí.
Durante los últimos meses se ha librado una dura batalla contra las plantas fotovoltaicas, una amenaza para la Toscana valenciana. El peligro parece que ha pasado. Las placas, que llegan cargadas con miles de euros, han encontrado acomodo en la aridez de Villena, donde en pedanías como La Encina las esperan como agua de mayo para reverdecer la bonanza que trajo el ferrocarril. Quien sabe si la energía solar, fuera de estas fronteras, permitirán trabajo, familia y pertenencia.
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