Paula Hernández
Martes, 11 de julio 2023, 00:45
Bajo el sol y con temperaturas que superan los 30 y hasta los 40 grados. En estas condiciones trabajan diariamente decenas de miles de profesionales de la obra, barrenderos, jardineros, repartidores y muchos otros operarios a pie de calle. Golpes de calor, deshidratación, erupciones ... o quemaduras son algunos de los efectos que deja esta nueva ola de calor. «Al final es un trabajo, lo asumes porque no te queda otra», dice Santiago, jardinero de 49 años, mientras carga con su material de trabajo en el barrio de Benimaclet de Valencia.
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Hasta 86 municipios de la Comunitat Valenciana se encuentran este lunes en nivel rojo (alto de riesgo por la ola de calor), en el marco de la vigilancia del Programa de Prevención y Atención a los Problemas de Salud derivados de altas temperaturas. Además, otros 139 municipios se hallaban en riesgo naranja-medio. De hecho, Aemet preveía temperaturas de hasta 36-38º en el sur de la provincia de Valencia y Alicante.
«Los días de mucho calor son especialmente agobiantes, das tres o cuatro pasos, con el carro lleno y ya estás sudando», comenta Darwin, repartidor de paquetería. Uno de los problemas a los que los repartidores se enfrentan es entrar a las tiendas en las que el aire acondicionado está programado a mucha potencia. «Por culpa de los cambios de temperatura se acaban cogiendo constipados», dice. «Me ha pasado a mí y a mis compañeros».
Darwin cuenta, además, que los repartidores sienten que «se respalda con más ayudas a los obreros. «De nosotros se olvidan. No hacemos tanta fuerza física como ellos pero, al fin y al cabo, también estamos en la calle», expone.
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Las altas temperaturas propician que trabajadores como Darwin se arriesgan a sufrir situaciones de emergencia por desmayos. «Una vez entré a repartir a una tienda donde no funcionaba el aire acondicionado y una de las dependientas se desvaneció del calor». «Pasamos la mayor parte de nuestro día expuestos al sol, al calor y nos sometemos a cambios muy drásticos de temperaturas», cuenta el repartidor mientras seca con un pañuelo el sudor de su frente.
Con un gorro, agua e intentando terminar el trabajo del día lo antes posible, pasa la jornada Santiago. Asegura que «a los jardineros más veteranos no nos suelen dar golpes de calor fuertes porque al final te acostumbras, pero «sí podría pasarle a alguien que no acostumbre a trabajar en la calle, sin aire acondicionado. Estas condiciones no las soportaría porque acabarían derretidos». De hecho, cuenta como una vez presenció como un becario sufrió un golpe de calor porque «no estaba acostumbrado a temperaturas tan altas durante tanto tiempo».
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«Llevo siempre en mi mochila tres camisetas de recambio», confiesa Jorge, trabajador desde hace más de 25 años en la obra. Uno de los factores que más afecta a que la temperatura corporal aumente es el material de los uniformes de trabajo.
«El chaleco que llevamos es lo más parecido a una manta. Se hace muy complicado no pasar calor», describe Miguel Pérez, voluntario de una ONG. «El chaleco es sofocante», apunta Soledad a las palabras de su compañero. Mientras limpiaba el borde de un paso de cebra, Sonia mostraba su desaprobación al uniforme, «no ayuda a sobrellevar el calor en días como este, de hecho, crea más el efecto contrario».
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Miguel Pérez pasa el día en grandes calles, concienciando a quienes se interesan acerca de la ONG para la que trabaja. Abanicándose con una carpeta roja expone como muchos días termina la jornada con dolor de cabeza, causado por permanecer la mayor parte del día bajo el sol y por mantenerse de pie durante tantas horas. «Llego a casa destruido», sentencia.
«El trabajo se hace cuesta arriba cuando llegan olas de calor. Es duro porque desde la asociación no nos cubren el agua ni bebidas refrescantes», cuenta el voluntario. El obrero Ovidiu cuenta, mientras la señala, que ellos tienen una pequeña nevera donde guardan sus botellas de agua. Además, dice: «Tengo miedo de que me pueda pasar algo pero intento ser más inteligente que la situación que vivo. Al final, cada uno debe cuidar de sí mismo».
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No todos los trabajos que se ejercen bajo el sol son en la calle. Carles Tijeras trabaja como socorrista durante la temporada de verano en una piscina al aire libre. Él cuenta como aprovecha algunos momentos en los que no hay niños para echarse un poco de agua en la nuca, los brazos y el pelo para refrescarse. «Me pongo crema protectora pero al mezclarse con el calor se pasa bastante mal y se suda más», dice. «Llega un momento en el que, al recibir tanto sol en la nuca, acabo no solo sintiendo el calor, sino el quemazón», cuenta el socorrista.
Además, Carles describe cómo el suelo de cemento tampoco ayuda a rebajar la temperatura. «Los niños salen de la piscina corriendo y cuando les digo que no corran ellos responden que no pueden andar despacio porque el suelo quema mucho.»
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En lo que sin duda coinciden los trabajadores de los diferentes ámbitos es en la necesidad de tomar agua de forma continuada, ponerse crema, protegerse con toallas húmedas y gorras y buscar la sombra siempre que sea posible.
La Federación de Serveis Públics de UGT del País Valencià ha solicitado que todas las empresas y administraciones públicas (Generalitat y ayuntamientos) en las que las condiciones de trabajo del personal se vean afectadas por la climatología que aprueben un Plan de Prevención de Estrés Térmico con el fin de que pueda activarse durante los episodios de temperaturas extremas, tanto por calor como por frío.
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Cabe recordar que el Gobierno aprobó hace unos meses el Real Decreto Ley 4/2023 por el cual se introdujeron modificaciones en la normativa sobre las disposiciones mínimas de seguridad y salud en los lugares de trabajo. En concreto, se establece que «cuando se desarrollen trabajos al aire libre y en los lugares de trabajo que, por la actividad desarrollada, no puedan quedar cerrados, deberán tomarse medidas adecuadas para la protección de las personas trabajadoras frente a cualquier riesgo relacionado con fenómenos meteorológicos adversos, incluyendo temperaturas extremas.»
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