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En ningún momento a lo largo de sus 57 años de vida hubiera imaginado Miguel Asins que el tractor que usa cada día para trabajar en los campos se iba a convertir en un salvavidas para miles de personas atrapadas. Tiene grabadas en la retina las imágenes del agua y el fango entrando en tromba en su casa de Catarroja, donde en la planta baja ha quedado todo «para tirar». Pero Miguel, a quien en el pueblo conocen por el 'malnom' familiar de Sendra, cerró la puerta tras de sí porque había cosas más urgentes que atender. «Ya habrá tiempo de limpiar mi casa». En estos dos días desde que se levantó el miércoles y vio el panorama desolador que le rodeaba, ha levantado con su tractor más de un centenar de vehículos que impedían que los vecinos pudieran salir de sus casas. «Hemos trabajado además para que las funerarias pudieran pasar y se llevaran los cadáveres». Si habla en plural es porque su hijo se subió a otro tractor y también está ayudando en lo que puede. Es el ejemplo. Se ponen a trabajar cuando se hace de día y apenas descansan hasta que el sol desaparece y la oscuridad complica las labores de limpieza.
Miguel sabe que ya tendrá tiempo para asimilar todo lo vivido. «Yo había escuchado hablar de la riada del 57, y todos pensábamos que aquellas cosas ya no podían pasar», lamenta Miguel en un momento de descanso, aprovechando que está llenando el depósito del tractor. Hay vecinos que le piden que limpie el barro de su calle, pero este agricultor, que tiene arrozales y algún campo que todavía no sabe ni siquiera cómo ha quedado, sigue su camino, y les contesta que no, que ahora el barro no es prioridad. «Hay que abrir las calles, eso es lo primero, y que la gente pueda salir de sus casas». Lo sabe, en el ambiente se nota mucha desesperación, y falta de todo. Pero él a lo suyo, a retirar un coche tras otro.
Confirma que sí, que Catarroja es como un gran desguace de vehículos arrastrados y amontonados como si fueran de juguete, y que son los vehículos el principal motivo por el cual es muy difícil acceder y moverse por el municipio. No es una tarea sencilla, porque no se puede abrir una calle y taponar otra. Y todos han quedado completamente inservibles. De un desguace a otro.
Miguel aprovecha el pequeño descanso en la gasolinera para hacer una reflexión. «Los agricultores estamos olvidados, y cuando vamos a pedir ayudas nadie se acuerda de nosotros, pero cuando llegan las catástrofes somos imprescindibles». Menta la pandemia, cuando la sociedad se dio cuenta de lo importante que era su labor para que la población pudiera comer, y también ahora con esta emergencia.
En estas 48 horas, se ha recorrido casi toda Catarroja con su tractor, y lamenta: «No hay un negocio, una planta baja, en todo el pueblo, que se haya salvado. Está todo destruido». Le queda ir hacia la zona de Barracas, un barrio en el que le han dicho que todavía está peor. Quiere seguir trabajando, pero en la gasolinera se da cuenta de que una de las ruedas del tractor está pinchada. «No pasa nada, la arreglamos enseguida y seguimos. Hay que seguir». Desde el otro extremo de la calle, le dan las gracias. Él sonríe de lado y sigue.
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