
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El relato de la catástrofe que golpea a Valencia se bifurca cuatro días después en una triple dirección. Prevalece como principal argumento informativo el cruel recuento de víctimas mortales, que se actualiza un par de veces cada día y se sitúa ya en una terrible cifra (202 vidas segadas) que seguirá repuntando trágicamente al alza en las próximas horas, pendiente de conocer el paradero de los desaparecidos. Ahí reside reside otra de las vertientes del drama: tiene que ver con el despliegue emprendido para localizar a todas las personas cuya pista se pierde desde la noche del martes, una tarea que corre a cargo del dispositivo más nutrido de la historia, no sólo de Valencia sino también de España. Un total superior a los 4.500 efectivos, entre militares, policías y guardias civiles, que se reparten por las localidades damnificadas con la tarea adicional, no menos importante, de ayudar en la reconstrucción de las infraestructuras arrasadas. Que Valencia pueda rehacer su vida.
El tercer vértice de la respuesta a los efectos del temporal sirve para paliar en parte el dolor que sufre la conciencia moral de toda Valencia: la ejemplar reacción popular, esa emocionante sucesión de gestos ciudadana que desde primera hora de ayer recorrió el territorio que separa las zonas que esquivaron la DANA de aquellas convertidas en la zona cero. Fue una oleada de solidaridad que, en el caso del cinturón metropolitano de Valencia, adoptó la forma de una interminable fila de personas (con nutrida presencia de gente joven) llevando víveres a los peor parados de esta tragedia. Los vecinos de Paiporta, La Torre, Massanassa, Alfafar y tantos otros municipios que lo han perdido todo o apenas tienen acceso a los bienes de primera necesidad.
En su auxilio acudió una marea humana que llegó incluso a colapsar la periferia de todas esas poblaciones situadas al oeste del cauce nuevo del río Turia, con cuya población se cebó la riada. Personas como Amalia, recién salida de una enfermedad que la ha tenido postrada en cama, que hizo acopio de energías para acercar unas garrafas de agua a los habitantes de La Torre, la pedanía de Valencia donde el Ayuntamiento ha instalado su propio dispositivo de asistencia. Un gesto al que ella quitaba importancia. Prefería poner el acento en otro detalle admirable, protagonizado por su hermano, que apareció por esa misma barriada la noche anterior aprovechando que viaja en moto y pudo ingresar en el epicentro del drama: cuando llegó a su destino, se quedó a acompañar a una persona mayor que vivía sola. Su caso es uno más entre los miles de ejemplos que dejó la jornada, hasta que las autoridades, con el Consell al frente y previo aviso del 112, reclamaron que cesara el tránsito hacia las localidades vecinas a Valencia porque corría el riesgo de colapsar los accesos, ya de por sí muy precarios, de manera que se impediría la llegada de los equipos de rescate y emergencias.
Carlos Mazón, presidente de la Generalitat, no descartó incluso aplicar medidas más drásticas si se mantiene esa situación de bloqueo. El jefe del Consell habló de que esa restricciones podrían entrar en vigor el lunes pero unas horas después se adoptaba una decisión terminante: la prohibición de circular desde las cero horas de este sábado por las vías más estratégicas de acceso a los puntos críticos de la riada. Un acuerdo adoptado por el comité de crisis a la vista de que la presencia de vehículos en las proximidades de los municipios afectados impedía que desarrollaran su trabajo el contingente formado por las Fuerzas de Seguridad y las tropas de Defensa.
Es el caso no sólo las localidades de la Gran Valencia sino también otras como Chiva, donde un grupo del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas del Ejército del Aire se ocupó del aprovisionamiento de mercancías y del reparto de alimentos. Esos soldados forman parte del contingente de 1.700 soldados que integran ahora mismo el operativo, suma de los 1.200 desplegados efectivos de la UME desde el primer momento más los otros 500 integrantes del refuerzo inicial al que seguirá otro de igual tamaño en las próximas horas compuesto por otro medio millar de tropas. A ellos se debe añadir la incorporación de una dotación de 280 guardias civiles provenientes del Grupo de Reserva del instituto armado, que se agregan a los 750 que ya estaban sobre el terreno. También la Policía Nacional protagoniza un masivo despliegue de agentes: 1.800 miembros de la Policía Nacional, destinados en Valencia junto a sus compañeros en tareas de rescate «para garantizar las circunstancias excepcionales y extraordinarias de seguridad ciudadana».
Son palabras del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, quien compareció al mediodía en Valencia junto al presidente Carlos Mazón, para explicar entre ambos el operativo que coordina el llamado comité de crisis, un organismo con representación de varias administraciones. En la rueda de prensa no supieron sin embargo explicar a qué razón obedece que el despliegue no incluya aún más efectivos, habida cuenta de que, como el propio Marlaska apuntó, incluso la ministra de Defensa había puesto a disposición del dispositivo de emergencia a los 120.000 soldados que integran el Ejército español. Sí avanzaron que este sábado se espera la llegada de esos otros 500 militares, cuya presencia elevaría el número total de efectivos reclutados a los 5.000. Una cifra histórica, como histórica es la dimensión de una riada cuya auténtica magnitud tardará en saberse: no sólo están pendientes de cuantificar los elevadísimos daños materiales en estructuras y viviendas, así como en redes de comunicación, sino también el impacto sobre el tejido industrial y empresarial.
Pero falta desde luego por delimitar la cartografía exacta de la catástrofe: la vinculada al número de víctimas mortales que deja como amargo reguero esa crecida excepcional que golpeó a las poblaciones más afectadas y también la moral colectiva valenciana. Un estado de ánimo que no mejora con el paso de los días, porque prende la sensación de abandono mientras se sigue sin acceder a las zonas más castigadas, se carece todavía de servicios esenciales (electricidad y telefonía, además de agua potable) y las necesidades más primarias de alimentación no se satisfacen, aunque al menos Iberdrola ofreció alguna información esperanzadora: según sus datos, ya ha conseguido reponer el suministro eléctrico a más de 140.000 clientes en la provincia de Valencia, «lo que supone más del 90% de los afectados inicialmente». La compañía asegura que continúa desplazando a sus operarios «localidad tras localidad», para recuperar el servicio «según las condiciones de acceso y de las instalaciones lo van permitiendo».
Será una ayuda que sirva para recobrar el tono vital y aleje la sensación de cierta desesperación que domina el semblante de los habitantes de lugares como Torrent o Picanya, quienes ven cómo transcurren las horas sin grandes avances, los vecinos cuyo paradero se ignora siguen desaparecidos y se empiezan a temer lo peor: que el balance final de vidas segadas crezca de modo imparable. «Vivimos entre cadáveres», se espantaba el alcalde de Paiporta. Su colega de Alfafar aportaba un elemento aún más escalofriante: «Hay gente conviviendo en casa con cadáveres desde el martes». Y desde Chiva, su alcaldesa alertaba: «Hemos contabilizado diez fallecidos, pero posiblemente lleguemos a la centena por los cientos de coches caídos a lo largo del término municipal, que seguro que tienen personas dentro».
Un sombrío augurio compartido con seguridad por otros alcaldes y por los integrantes del operativo de rescate, centrado en la tarea de desescombrar los puntos de acceso más complicado, donde reinan aún las ruinas de automóviles, esqueletos de edificios y maleza de toda índole, arrastrada por el agua por cuyo fondo buscan los miembros del equipo de buceo de la Guardia Civil con resultados dramáticos, como explica en declaraciones a RTVE uno de sus mandos, el comandante Pizarro. «Estamos revisando garajes, lechos del río, cualquier punto donde el agua, el barro y el torrente que ha caído haya podido dejar sepultadas a personas, que tenemos que ir encontrando», se lamenta, mientras detalla que durante las últimas horas han encontrado más cuerpos de personas desaparecidas: «Es permanente. Seguimos encontrando». Según este guardia civil, «en Paiporta y alrededores hay zonas donde el agua llegó a alcanzar, en sitio estrechos, de dos a tres metros de altura». La densidad del barro en ciertos lugares obligar a la Guardia Civil a «utilizar maquinaria y muchísimo más trabajo».
Según el comandante Pizarro, «es imposible saber cuándo terminará nuestro trabajo pero estaremos en la zona todo el tiempo que sea necesario», añade. «No tenemos fecha de finalización». Un dictamen sombrío que coincide con el expresado, también en términos muy pesarosos, por el propio presidente valenciano. «Aún no estamos en disposición de decir una cifra aproximada de desaparecidos», señaló Mazón durante su comparecencia con el ministro Marlaska. El jefe del Consell aprovechó para recordar que, además del servicio habitual del 112 para la asistencia a las víctimas, está habilitado un teléfono (900 365 112) para atender a quienes desconocen el paradero de sus seres queridos. Horas después, en otra comparecencia que empleó para anunciar cómo se organizaría este sábado el dispositivo de voluntariado concentrado en el Museo Príncipe Felipe, aportó una novedad al respecto del operativo de emergencias: además de la llegada medio millar de tropas se desplazará hasta Valencia un convoy formado por 150 vehículos, entre maquinaria pesada y excavadoras. También explicó que el transporte acercaría hasta las localidades afectadas alimentos y otros víveres.
En estas declaraciones vespertinas, Mazón aclaró que los accesos a las poblaciones de la periferia de Valencia más castigadas por la crecida se habían ido despejando a lo largo del día, aunque mantenía su recomendación, expresada en términos menos tajantes que por la mañana, de que la ciudadanía evite circular en vehículos por la zona. Un ruego que trasladó a otras vías por donde debe transitar ese convoy que reforzará desde esta mañana el combate contra el fango y la destrucción. Un pulso que se libra palmo a palmo y que desde ayer arroja al menos una pequeña luz, aunque significativa: la pista de Silla, la autovía que conecta Valencia con las poblaciones del sur, se despejó de los coches accidentados o arrastrados por la crecida y quedó liberada para el tráfico. Dejó de ser ese impresionante cementerio de automóviles que la riada del martes convirtió en una de las imágenes icónicas de la catástrofe.
Es una buena noticia pero que apenas contribuye a que mejore el ánimo colectivo. Valencia sigue intentando ponerse en pie, un proceso de reconstrucción que tardará en hacerse realidad y que se revelará con toda su crudeza no tanto durante este largo fin de semana sino, sobre todo, el lunes. Ese día se debería recuperar la normalidad pero nada indica que tal milagro vaya a ser posible. La red escolar, por ejemplo, continúa registrando nuevas suspensiones de su actividad, como es el caso de los campus de la UV y de la Politècnica, que anunciaron la cancelación de las clases sin fecha fija de retorno. Es igualmente imposible pensar que las rutinas propias de la vida diaria se restablezcan en los municipios más afectados por la riada, como resulta inimaginable creer que la actividad comercial o empresarial se pueda retomar en los próximos días. Es tiempo de suspensiones, como la anunciada por los responsables de organizar las carreras del Mundial de Motociclismo en Cheste, un circuito situado en el corazón mismo de la crecida y duramente azotado por el temporal, que lo dejó inservible. Son contratiempos severos, por supuesto, pero menores en comparación con la tragedia que se mide en términos de vidas humanas, en la angustiosa búsqueda de desaparecidos.
Un extremo que dispone de su propio mapa del terror, concentrado sobre todo en las superficies comerciales ubicadas en el borde de las localidades por donde cruzó la salvaje crecida, que en algún momento llegó a suponer un caudal que cuadruplicaba el del Ebro cuando desemboca en el Mediterráneo, como explicaba la experta Victòria Rosselló, responsable de meteorología de À Punt. Un fenómeno insólito que alimenta el temor a que puntos como el aparcamiento del centro comercial Bonaire o grandes superficies en el entorno de Alfafar escondan en su interior a todas esas personas desaparecidas que todavía se buscan en un número difícil de precisar pero de envergadura preocupante.
Esa inquietud es todavía latente. Hasta que se concrete, seguirá resonando el eco de la auténtica realidad, el dramático escenario que puede palparse en rincones de la provincia de Valencia como Chiva, que insiste en reclamar más ayuda. O Alfafar, cuyo vecindario se empieza a organizar superado el shock inicial. O Sot de Chera, un pequeño municipio que sufrió el cruel paso de la crecida y además continúa en vilo por la cercanía, amenazadora del pantano de Buseo. De todas esas localidades nace un parte de incidencias estremecedor, que incluye ese matiz de queja dolorida porque sus habitantes, como ocurre por ejemplo en Quart de Poblet, se sienten dejados de la ayuda pública.
Les alivia a todos ellos la presencia de las fuerzas del Ejército, tan reclamada como bienvenida, unos de tantos héroes y tantas heroínas que formarán dentro de un tiempo el legado más luminoso de estos tenebrosos días de otoño de 2024 Miles de guardias civiles, policías y militares que podrían ser más si se cumplieran las reivindicaciones que sobre este particular lanzan algunas asociaciones, críticas con la estrategia de combate de la DANA. Son reproches que conviven en estas horas con la triple evidencia de que la cifra de muertos avanza imparable, mientras la oleada de solidaridad reconforta a los damnificados y se confía en que el despliegue de efectivos contribuya a encauzar las consecuencias de la tragedia, cuyos límites aún son inexplorables. Feria Valencia, convertida en una suerte de catedral del dolor desde que se abrió para albergar los cuerpos de centenares de víctimas mortales, ofrece alguna pista sobre la envergadura inasumible de semejante espanto. Un horror que ahora se llama Pabellón 8: 4.000 metros cuadrados de morgue que concentran todo el dolor de Valencia.
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