![Tras los pasos de un alcalde y sus urgencias](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/11/06/signes-R56OV2o9GFC4W5fxuJgNosK-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Guadassuar, municipio de la Ribera Alta, vive sus días más oscuros tras el desbordamiento del río Magro que ha dejado calles, casas y sueños sumergidos en lodo. En el centro de esta tragedia, el alcalde Vicent Estruch trabaja codo con codo con los vecinos para devolver el pueblo a la normalidad. A las 12:30 de la noche, mientras muchos van a dormir, el alcalde comienza a planificar junto con su equipo de gobierno una nueva jornada. Apenas un descanso de unas cuantas horas y al amanecer, cuando la ciudad apenas despierta, él ya está en pie, listo para salir a la calle.
Se viste con ropa cómoda y se calza sus botas de agua; «no es momento de ir con traje y chaqueta», dice. A las siete en punto, toma una ranchera y recorre las calles de la población, atento a cada rincón, observando lo que hay que reparar, la basura acumulada, el lodo que cubre los sótanos de algunas viviendas. La primera prioridad es evidente: la limpieza. Escombros, muebles y restos aún se acumulan frente a las casas y en algunas zonas del pueblo. El peligro de enfermedades y la preocupación por la salud pública pesan sobre sus hombros. «No podemos permitir que el lodo se convierta en tarquín en los sótanos. Eso es un problema de salud para todos», sentencia Estruch. Su prioridad es evitar problemas de salud en la comunidad, y en esos primeros recorridos del día, su mirada se detiene en cada casa, sobre todo en aquellas deshabitadas, donde el riesgo de insalubridad aumenta.
En tiempos de catástrofe, el móvil del alcalde es una extensión de su cuerpo. Desde primera hora, suena sin parar: llamadas de funcionarios, vecinos, voluntarios, de la Unidad Militar de Emergencias (UME), el ejército e incluso otros alcaldes. A veces, cuando se queda sin batería, es su reloj inteligente el que toma el relevo. «Tú te quedas con el recolector y vamos barriendo, calle por calle», empieza a dirigir a su equipo entre llamadas, mientras recorre las calles de Guadassuar. Este miércoles, una de las primeras visitas en su agenda es la comitiva que ha llegado desde Benidorm, con equipos de limpieza y técnicos que acuden en ayuda de la población. Acompañado de su homólogo de Benidorm, Toni Pérez, quien le pregunta cómo va la situación a lo que Estruch responde con calma: «Dentro de lo malo, estamos bien». Indica a los equipos de Benidorm dónde se necesitan las actuaciones, mientras intercambia una mirada de comprensión con su colega. Juntos, recorren la zona, identificando las necesidades del día.
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Patricia Cabezuelo
Guadassuar, una pequeña población de 6.000 habitantes, sufrió el azote de la DANA el pasado 29 de octubre. La riada desbordó el río Magro, a apenas un kilómetro de la localidad, y anegó buena parte del municipio. «Donde menos, el agua llegó a 20 centímetros, y donde más alcanzó el metro y medio», comenta Estruch, recordando cómo el agua entró sin tregua por el noroeste de la localidad, por la Avenida de la Constitución. El alcalde está en todas partes: en tan solo un momento resuelve asuntos burocráticos del ayuntamiento, responde llamadas de vecinos preocupados, desmiente rumores que generan confusión en medio de la crisis y responde preguntas de una radio local.
Mientras recorren el municipio, Estruch recuerda el fatídico día. «Fue el tsunami de un río», describe. Su relato de la noche de la riada es tan vívido como dramático. Esa noche había ido a casa, que está a 300 metros del ayuntamiento, para ver a su familia un momento. Dejó su coche aparcado fuera con los intermitentes encendidos, dispuesto a volver rápidamente para hablar con la policía y controlar la alarma. Pero el agua subió en minutos. «Entramos y empezamos a rescatar lo que teníamos en la planta baja». El coche volcó y tapó la entrada. Perdió dos coches y una moto, y el agua le llegó al pecho. «Quería salir de casa y no podía por el agua». Hoy, la tragedia no solo afecta a su gente: el alcalde mismo es también una víctima de la catástrofe. Describe, a su vez, a Pérez los trabajos que se están llevando a cabo y las mayores preocupaciones: «Nos importa que el pueblo esté en condiciones y no haya infecciones».
Otra llamada interrumpe el recorrido: necesita enviar a alguien a la gasolinera donde una grúa espera para retirar vehículos. Se convierte en una coreografía de coordinación y respuestas rápidas, mientras explica a Pérez cómo la riada arrastró vehículos y estima que entre 700 y 800 coches fueron afectados. Los van apilando en una zona habilitada para ello a las afueras y en otro espacio reúnen los escombros y materiales dañados que los vecinos van sacando a las puertas de sus casas. Llega al Ayuntamiento a las nueve, cuando el consistorio abre y su equipo ya está trabajando. Se ven cansados, han pasado noches sin dormir, pero mantienen el ánimo. «Café y paracetamol, y seguimos adelante», bromea su concejala de Servicios Sociales, Mabel López.
En el consistorio Estruch firma documentos para la Generalitat, resuelve asuntos burocráticos, y en minutos vuelve a salir a la calle. «Si te quedas en el despacho, los problemas no se resuelven. Hay que salir y ver las necesidades de los vecinos», afirma. A las puertas se encuentra con una fila de personas que esperan para solicitar ayudas. Se detiene a saludarlos, se preocupa por su situación, y, luego, sigue su ruta.
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Se dirige hacia una de las zonas más afectadas, por donde entró la riada. Algunas casas todavía tienen sótanos anegados y garajes de donde se sigue extrayendo agua. De camino le avisan que ha llegado un grupo de voluntarios de Castellón y Benicàssim. Los recibe y organiza su ayuda. La mañana transcurre entre inspecciones, instrucciones a los equipos y conversaciones con los vecinos, en un ir y venir constante por el pueblo. Apagando fuegos aquí y allí. Una vez en la zona más afectada informa a la UME sobre las casas que todavía necesitan limpieza. «Hay que vigilar casas vacías y asegurar su limpieza», comenta, agradecido por el apoyo recibido. La diferencia es notable: aunque el ambiente sigue impregnado de ese característico olor a tierra húmeda, la situación mejora cada día. Sin embargo, para el alcalde, no hay pausa para descansar, ni siquiera para un café.
En las viviendas más afectadas, algunos vecinos se acercan a él. Una mujer mayor le cuenta con tristeza que perdió muchos recuerdos. Otro vecino le dice con resignación: «El río que nos salvaba, ahora nos ha ahogado». Una vecina recuerda las olas enormes que se formaron: «Un tsunami», y añade, refiriéndose al alcalde, «este pobre chico que lleva un año aquí está cargando con todo a sus espaldas. Todos vamos detrás de él».
Después de atender a la gente y de coordinar las tareas, se dirige a uno de los centros logísticos desde donde se reparten productos de limpieza, comida y artículos de primera necesidad. Allí, saluda a los jóvenes voluntarios, incluyendo a su hija, que es estudiante de medicina y recorre el pueblo de casa en casa junto a otros voluntarios, ayudando a hacer un balance de la situación de cada vecino. Señala Estruch que «los jóvenes del municipio son otra fuerza imparable en esta crisis».
El día transcurre entre encuentros, coordinación y más tareas. Así hasta la noche. Sin descanso y sin pausa, Estruch atiende cada esquina del pueblo, asegurándose de que nadie se quede atrás. Señala que desde siempre ha llevado un ritmo de trabajo elevado y que, por el momento, el cansancio no está haciendo mella en él. La meta es clara: «Si la faena no está hecha, no descanso. Cuando llega la medianoche, si veo que hemos avanzado, entonces me relajo un poco». Su objetivo es que el pueblo esté listo para volver a la normalidad en el menor tiempo posible, y el cansancio no es un obstáculo en su camino. Estima el alcalde que este próximo domingo o lunes, las tareas más acuciantes ya habrán sido resueltas.
La gestión de una crisis de esta magnitud no tiene manuales. Para Vicent Estruch, ser alcalde significa trabajar desde las raíces de la comunidad, liderar desde la calle, codo a codo con sus vecinos. «El relax no existe. Hay mucha faena que hacer. No hay descanso. Si su alcalde no es el primero en estar en primera línea, cómo puedo pedir a los demás que me sigan», señala. Con más de 700 vehículos arrastrados y centenares de casas inundadas, la tarea es gigantesca.
Pero para él, la responsabilidad va más allá de resolver problemas: es inspirar esperanza. «De esta desgracia me ha marcado ver a la gente llorar, cuando la veo desamparada», comenta. Y en su voz se percibe la determinación de quien sabe que no puede descansar mientras su pueblo siga sufriendo. «La única función de los políticos en esta crisis es trabajar y ayudar a la gente. Animar a los vecinos a superar esto y apoyarlos en este desastre», sentencia.
Con cada jornada que pasa, el pueblo de Guadassuar se va levantando. Aunque el barro persiste y el olor a tierra mojada está en el aire, sus habitantes empiezan a ver la salida de esta pesadilla, gracias, como señalan los propios, a un alcalde que no para, que lidera desde la primera línea «con una gestión intachable».
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