Unai tiene doce años, y estos días no va al colegio. «Está cerrado y, además, no podemos llegar», dice, con una escoba en la mano, mientras saca barro de su casa de Sedaví. Unai tiene los zapatos llenos de fango, completamente marrones, también el pantalón de chándal, pero no parece importarle. Bego saca una sonrisa, él la mira y lo hace también, a pesar de que un vistazo al interior de su casa es suficiente para atisbar cuánto han perdido. «También nos hemos quedado sin coches», dice Bego. Unai le contesta: «Ya no están pero los coches no son importantes». El niño ha aprendido a golpe de catástrofe qué es lo esencial en la vida. Que en realidad todo lo material es secundario, porque esta familia pudo rescatar a diecisiete personas que ese día estaban en la calle cuando llegó el gran embiste de la crecida del barranco del Poyo.
Publicidad
Bego Garrigues es de Valencia, pero hace sólo tres años que se había trasladado a vivir a Sedaví, a una casa muy bonita cerca del pabellón municipal. Maestra de profesión, relata una historia de vida y muerte, mientras sus ojos están diciendo lo agradecida que está, por haber salvado la vida, ella y su familia, compuesta por su marido y sus dos hijos, Unai y Luca, que tiene sólo dos años.
Unai se acuerda del martes. Él no sabe ahora que lo recordará siempre, que incluso cuando tenga nietos, les contará cómo pudieron sobrevivir a una DANA que les destrozó la casa, pero sobre todo cómo consiguieron meter en casa a esas personas que esa tarde se agarraron a su verja para no ser arrastrados por la brutal corriente hasta que Bego las fue rescatando. «¿Cuántas eran, Unai?», le pregunta Bego. «Diecisiete», contesta sin dudar. Tres días después, un matrimonio, que les deben la vida, se acercan a su casa para agradecerles lo que han hecho por ellos.
Noticia relacionada
El caso de Unai se repite en otras casas de las poblaciones afectadas. Niños que han visto de cerca la delgada línea que separa la vida de la muerte. Gente que ha salvado la vida de milagro, gente a la que le han salvado la vida. Gente que ha visto morir a alguien. La mayoría de los niños que se ven por las calles están ayudando. Ayer un niño llevaba en Massanassa dos packs de botellas de agua que eran casi más grandes que él, en una imagen, con un escenario dantesco a su alrededor, que bien hubiera podido reflejar una calle de Gaza. Un poco más allá, otro niño carga con una escoba, y limpia a la vez que juega.
Unai estará unos días más sin ir a clase porque su colegio, El Vedat, ha suspendido al menos esta semana. Los accesos a Torrent son ahora muy complicados y de momento se quedará en casa. Trabajo no le falta. «Nos está ayudando, hay mucho que hacer». Parece un niño maduro, a su edad, seguramente por lo vivido estos días
Publicidad
Los expertos avisan. Hay que estar atentos, porque quizás necesiten ayuda psicológica. «Yo era niño cuando viví la riada del 57 en esta misma casa -decía un afectado de Catarroja- y se me quedó grabado cómo mi madre gritaba de miedo, y cómo el agua iba subiendo. Pues bien, esta riada ha sido mucho peor».
Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Santander, capital de tejedoras
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.