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Cuando el agua dejó de subir, el reloj se puso en marcha. En aquella madrugada del miedo empezó la cuenta atrás hacia la reconstrucción. Pero en el amanecer gris del día 30, quedó evidente que los plazos iban a alargarse. Mucho. Porque la destrucción en los pueblos arrasados por el barranco del Poyo era total, de dimensiones difíciles de abarcar. Pero el tiempo pasa y a las administraciones, tanto nacionales como autonómicas y locales, se les acaban las excusas. Paiporta, Picanya, Catarroja, Alfafar, Sedaví, Massanassa, Utiel, Chiva, Benetússer... exigen ponerse otra vez en pie, porque en la tierra de las avenidas no sabemos hacer otra cosa. Pero no es fácil porque un paseo por los pueblos demuestra que queda mucho trabajo por hacer. Mucho. Muchísimo.
Bajo el sol de octubre, fue el momento de hacer recuento. Las cifras del desastre asustan. Ninguna tanto como los 224 fallecidos y tres desaparecidos, pero aún así hablamos de números que creíamos inaguantables pero que hemos normalizado. 75 pueblos, 130.000 coches destruidos, 80 kilómetros de vía de tren afectados, una línea de metro prácticamente desaparecida, 37.000 edificios con daños, 26 centros de salud anegados de barro, un centenar de puentes y pasarelas que golpeó la barrancada... Todo ha mejorado desde entonces, por supuesto. Pero la cosa va lenta. Demasiado para los que viven en la zona cero.
Se recuperaron rápidamente las conexiones por carretera, al limpiar la CV-400 y la pista de Silla mientras el Ministerio de Transportes creaba una carretera de la nada para reabrir el by-pass. Fue lento circular esos días, pero la ayuda pudo llegar en jornadas posteriores gracias a esas primeras labores de retirada de coches. Circular por la avenida del colesterol en esas noches era hacerlo entre naufragios. Pero es prácticamente lo único que se hizo rápidamente.
La prueba es que, hoy, casi a mediados de enero, cuando se cumplen 75 días de una noche que no olvidaremos, todavía quedan garajes por vaciar en Catarroja, Paiporta o Benetússer, por decir sólo tres localidades. El agua y el barro entraron a los sótanos y ahí se han quedado. En los edificios más viejos, su insidiosa presencia ha dañado las fincas que se libraron del tsunami. En total, son 37.000 las construcciones que, todavía hoy, siguen pendientes de reforma. En Alfafar, algunas casas han empezado a moverse. Los arquitectos advierten de una grave patología que se puede dar en los inmuebles y que se llama asiento diferencial.
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Un total de 123 depuradoras se vieron afectadas. Quedan seis por recuperarse al 100%, aunque se espera que eso ocurra a lo largo de las próximas semanas. Los primeros días, cientos de miles de personas de la provincia de Valencia se quedaron sin agua potable y sin electricidad. En muchas calles de pueblos arrasados como Alfafar o Picanya todavía no funciona el alumbrado no funciona, por lo que con la llegada de la noche las vías públicas se convierten en agujeros que lo tragan todo. Hasta las cabalgatas de reyes, como se vio la semana pasada.
Y luego está el nada desdeñable asunto de los solares donde se acumulan coches. Cada pueblo tiene el suyo. Antiguos campos de fútbol, descampados vacíos... casi cualquier espacio es lo bastante bueno como para acumular decenas de miles de coches arrasados, huellas indelebles de la fuerza del agua. Por la noche, las luces que alumbran uno de ellos junto a la pista de Silla arrancan reflejos lúgubres de la chapa repleta de lodo. Cerca de las salidas de los pueblos de la zona cero, las mal llamadas campas se van vaciando pero, de nuevo, demasiado lentamente. Ya ha habido incendios en esos espacios. Los ayuntamientos claman por ayuda para retirar los coches, pero es que los desguaces no dan abasto.
Mientras, en los pueblos el barro sigue acumulado a la vereda de las calles. Todavía lo retiran de muchos bajos, fácilmente detectables porque las persianas se han rizado de forma inverosímil. En Picanya han reabierto el 90% de los negocios, pero en tras localidades, como Catarroja, en varios se puede leer el cartel de «este negocio se muere» o «no queremos ayudas, queremos trabajar». Lo intentan, vaya si lo intentan, pero nada es normal en la zona cero. Ni ir a comprar el pan o al dentista.
Se acaba el tiempo, el tictac comienza a ser apremiante. El corazón industrial de la provincia de Valencia necesita volver a latir. y cientos de miles de personas quieren tener una vida normal, coger el metro o ir al supermercado. Salir a dar un paseo, bajar al parque. Vivir. Todo va lento, y no hay vecino que no tenga una o varias reclamaciones. Las administraciones saben que son ellas las que tienen que dar el último empujón. El primero lo dieron los vecinos y los voluntarios, pero para la reconstrucción no basta. Hace falta dinero. Hace falta organización. Hace falta voluntad, porque en las tierras de la dana lo importante y lo urgente son la misma cosa.
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