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El cráter formado por un meteorito que cayó el 16 de septiembre de 2007 en la región peruana de Puno. EFE
Valencianos contra el impacto de meteoritos

Valencianos contra el impacto de meteoritos

Científicos de la Comunitat desmontan escenarios catastróficos relacionados con asteroides que atraviesan la atmósfera

Jueves, 28 de marzo 2024

¿Qué probabilidad hay de que impacte un meteorito en la Tierra? La respuesta es muy relativa. Cada año, pequeños fragmentos de asteroides atraviesan la atmósfera y alcanzan la superficie. La mayoría, inapreciables tanto por sus dimensiones como por los lugares en que aterrizan. El mar cubre el 70 por ciento del planeta. Para que un cuerpo celeste suponga una amenaza para los humanos debe tener un tamaño considerable, de decenas de metros como mínimo, y esquivar unos protocolos de vigilancia y protección que cada vez resultan más sofisticados. Cada cierto tiempo, voluminosos objetos que figuran en la lista de los NEOs pasan a una distancia «corta«, algo que siempre genera morbo y expectación, pero el riesgo resulta inexistente en los casos que se conocen para los próximos siglos. Expertos valencianos como Josep Maria Trigo y Víctor Reglero, eminencias en el campo de la astrofísica y la astronomía, analizan los misterios del sistema solar y ponen encima de la mesa unos datos que invitan a mirar al cielo con fascinación y sin alarmas.

El pasado mes de enero, en Nennhausen, a 70 kilómetros de Berlín, un asteroide se desintegró formando una bola de fuego. Tres horas antes, el objeto, de un metro de diámetro y denominado 2024 BX1, fue avistado por el astrónomo Krisztián Sárneczky desde el Observatorio Konkoly, en Hungría.

95 minutos antes del impacto, el sistema de evaluación de riesgos de objetos espaciales Scout de la NASA alertó del lugar y el momento en que se iba a producir tal fenómeno. Se trata de la octava vez en toda la historia en que se anticipa el choque antes de que el asteroide entre en la atmósfera terrestre. 2024 BX1 ofreció imágenes espectaculares en el cielo durante unos segundos. Pequeños fragmentos, meteoritos del tamaño de una nuez, quedaron esparcidos por la superficie.

Un caso atractivo pero que entra en las previsiones de los científicos para los próximos siglos. Impactos más o menos llamativos pero sin trascendencia para la población. Josep Maria Trigo es investigador principal del área de asteroides, meteoritos y ciencias planetarias tanto en el Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC) como en el Institut d'Estudis Espacials de Catalunya (IEEC). Su nombre está vinculado a misiones espaciales de la NASA y la ESA (Agencia Espacial Europea).

Josep Maria Trigo, en una sala blanca. LP

En 2022, Trigo intervino en la misión DART. La sonda chocó contra Dimorphos, un asteroide de 160 metros de diámetro que no suponía ninguna amenaza para la Tierra. El propósito consistía en comprobar la capacidad de la tecnología de la NASA para desviar el rumbo de un cuerpo. «Es un cambio de paradigma. Ha nacido la defensa planetaria activa», afirma con satisfacción.

El valenciano también forma parte de Hera, el proyecto de la ESA que servirá para medir el cráter y el impulso producidos por DART en Dimorphos. La sonda despegará el próximo mes de octubre y, de esta forma, analizará la eficacia de la desviación.

«Hemos demostrado que un impactador cinético del estilo de la sonda DART de NASA es más que eficiente para desviar asteroides de las dimensiones típicas más comunes. Incluso asteroides de pocos cientos de metros podrían desviarse con esa técnica sin la necesidad de enviar peligrosa tecnología nuclear al espacio, algo que por otro lado, está prohibido por un convenio internacional», comenta Trigo, quien expone el protocolo de actuación en caso de amenaza: «La Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA y la ESA identifican asteroides potencialmente peligrosos y evalúan su peligrosidad. Luego, un grupo de expertos en todo el mundo evaluamos y verificamos sus riesgos. Una vez que todas las partes confirmasen el peligro inminente, las agencias enviarían una alerta a la comunidad científica y a los principales gobiernos que se viesen afectados».

Hay una fecha subrayada en rojo para los astrónomos. El 13 de abril de 2029, el asteroide 99942 Apophis pasará muy cerca de la Tierra, a 37.000 kilómetros. No hay riesgo de impacto. La distancia con la Luna es más de diez veces superior. Sin embargo, con sus 335 metros de diámetro, este objeto celeste marcará un hito. Astros de tal envergadura se aproximan así una vez cada 7.500 años. Y en esta ocasión, el espectáculo se conoce con antelación y su brillo resultará perfectamente visible a simple vista.

La NASA maneja una relación de asteroides próximos a la Tierra, los denominados NEOs (Near Earth Objects): «Mantiene un listado detallado de los objetos más peligrosos, pero de momento no se conoce ninguno de impacto en un futuro cercano. Afortunadamente, un impacto es una carambola muy improbable». Así lo explica también en su premiado libro 'La Terra en perill': «A pesar de que los impactos con asteroides de pocos metros podrían ocurrir en los próximos años, afortunadamente la atmósfera nos protege de los más pequeños».

No hay motivos para la alarma. «El riesgo de impacto por los pequeños asteroides, los de menos de diez metros, es minimizado por la atmósfera terrestre, un escudo eficiente para estos pequeños objetos. Pierden más del 95% de su masa inicial antes de llegar al suelo. Por ello, la mayoría de meteoritos poseen tamaños centimétricos, siendo muy raros los que alcanzan el suelo con un tamaño cercano al metro», añade Trigo.

Víctor Reglero, en el Laboratorio de Procesado de Imágenes de la Universitat de València. DAMIÁN TORRES

Víctor Reglero, catedrático de Astronomía y Astrofísica de la Universitat de València y académico de la International Academy of Astronautics (IAA), ha participado en varios estudios de la ESA. Jubilado el año pasado, desgrana los procesos habituales: «Al entrar en la atmósfera de la Tierra, dependiendo del tamaño y de qué esté hecho, se quemará todo o parte. En general, los objetos son metálicos, con abundancia de hierro, níquel y cobalto, aunque también tienen algo de carbono, oxígeno, nitrógeno, azufre... Una bola de un centímetro, al chocar, evapora todo lo que sea carbono, oxígeno, nitrógeno, azufre... Y funde el hierro, níquel, cobalto... Lo rompe en trozos y al final te quedan gases más un residuo de milímetros que a lo mejor llega a la superficie. Eso no hace nada». Y profundiza en el catálogo que confeccionan la NASA y la ESA sobre los objetos potencialmente peligrosos: «En la actualidad, caen meteoritos pequeños. Los de milímetros o centímetros caen todos los años y no hacen daño. Lo que pasa es que no los vemos. A la Tierra llega polvo. No se aprecia. También puede caer perfectamente uno de un metro. La mitad se vaporiza. Te queda medio metro. Cae en medio del Pacífico, se incrusta abajo y no se entera nadie. Los NEOs tienen que estar cerca de la Tierra, es decir, a millones de kilómetros, y ser lo suficientemente grandes para que reflejen la luz del Sol. Si está lejos, ya puede ser un bicho de un kilómetro que no lo ves ni con el mayor telescopio del mundo. Si está a un millón de kilómetros, con 100 metros de diámetro ya lo veo».

Los expertos establecen unas tablas: si el asteroide es de 50 metros de diámetro, hay un riesgo nacional; con 300 metros, se habla de un impacto continental; y si supera el kilómetro, podría acabar con el 25% de las especies vivas. «Estas estimaciones se basan en los modelos de impacto que barajamos. A partir de un kilómetro de diámetro el impacto de un asteroide o de un cometa tendría consecuencias devastadoras para la civilización. No sólo por la excavación del cráter e incendios locales sino por las rápidas consecuencias de cambio climático a escala global. Una especie de invierno sostenido a escala de años que supondría al inyectarse millones de toneladas de polvo abrasivo y elementos nocivos a la atmósfera terrestre: azufre, sodio, arsénico...», apunta Trigo, quien recuerda que el asteroide que excavó el cráter de Chicxulub hace 65 millones de años tuvo unos 12 kilómetros de diámetro. Supuso el fin de los dinosaurios. Eso sí, establece un promedio que invita a la tranquilidad: «El impacto de un asteroide de un kilómetro de diámetro suele ocurrir cada diez millones de años aproximadamente».

Un hipotético escenario catastrófico que describe Víctor Reglero: «El problema del NEO grande, de kilómetros, no es su propio impacto. Es el efecto que puede tener sobre todo el planeta. Casi seguro que cae en el mar. Con gran probabilidad en el Pacífico, porque más de la mitad de todo los océanos de la Tierra son el Pacífico. Y el Pacífico es la zona de la Tierra donde la superficie sólida es menor. Volcanes, efecto invernadero, falta de luz del sol, falta de cosechas, falta de plantas, hambre... Y esto dura decenas o centenas de años. Igual es demasiado decir que puede provocar la extinción de la especie humana. Pero sí la desaparición de la civilización como hoy en día la tenemos».

Víctor Reglero realiza un mapa: «A cien años vista, la probabilidad de que esto ocurra es de millonésimas. El último gordo ocurrió hace 60 millones de años. Actualmente hay poquísimos grandes. Cada vez hay menos. Hay algo que se llama el cinturón de asteroides, que está entre Marte y Júpiter. Ahí, aparte de las piedrecitas y granitos, sí que hay asteroides de un tamaño notable, que son de centímetros, metros e incluso kilómetros. Y esos no tienen órbitas estables. Se desestabilizan e inevitablemente van cayendo hacia el interior. Estos, en muchos casos, sí que pueden intersectar la órbita de la Tierra. De ahí vienen la mayoría».

Joan Manuel Bullón, en el observatorio La Cambra. LP

Aras de los Olmos, un municipio de 350 habitantes que gira alrededor de los astros

Aras de los Olmos es un lugar perfecto para viajar por el espacio. No en vano, hay cuatro observatorios, cada uno con su naturaleza. En las últimas cuatro décadas, este municipio valenciano ha ido creciendo en el campo de la astronomía para convertirse en toda una referencia a nivel nacional. Ejerció como pionero Joan Manuel Bullón, quien ha desempeñado un papel crucial como aficionado.

Bullón, ex presidente de la Asociación Valenciana de Astronomía, fundó en Aras de los Olmos el Centro Astronómico del Alto Turia en 1998. Aparte de este observatorio semiprofesional, el municipio cuenta con otros tres: La Cambra, gestionado por AstroAras, la asociación de astronomía municipal; Big History, el centro de divulgación científica y medioambiental del Ayuntamiento; y el de la Universitat de València, dedicado a la investigación.

«Cada uno de ellos está especializado en diferentes funciones. Estos cuatro centros astronómicos tienen gran importancia a nivel estatal de cara a la investigación y la divulgación de la astronomía», destaca Bullón. Al margen de los observatorios canarios y de Calar Alto, ubicado en la localidad almeriense de Gérgal, sobresalen Javalambre y Aras.

En Aras, los astrónomos amateur encuentran el paraíso. Y existen convenios de colaboración con los profesionales. «Los aficionados contribuyen mucho al catálogo de NEOs, sobre todo con la NASA. Hacen fotos y generan alertas», destaca Víctor Reglero. Bullón, quien compagina esta afición con su empleo como agente medioambiental, habla con pasión: «Hay posibilidad de observar todo tipo de objetos a través de nuestros telescopios y fotografiarlos y hacerles seguimiento. Poco a poco se está incorporando a más personas dedicadas a la observación del cielo y no me cabe la menor duda de que en pocos años haremos descubrimientos astronómicos. Se han hecho fotografías que han obtenido premios».

Aras de los Olmos tiene 350 habitantes, por lo que la inmensa mayoría de los astrónomos amateur que se presentan allí llegan de fuera atraídos por unas condiciones propicias. «Todavía tenemos unos cielos defendibles suficientemente oscuros y limpios y por eso tenemos telescopios de una abertura suficiente, por encima de los 50 centímetros, para hacer investigaciones y divulgación de la astronomía», explica Bullón. Esta localidad está situada a unos 100 kilómetros de Valencia y a 250 de Madrid.

«En Aras tenemos los cielos más oscuros del territorio valenciano, estamos en el interior en una cota aproximada de entre 1.000 y 1.300 metros de altitud. Tenemos unos cielos privilegiados para poder hacer la astronomía. Además, estamos a suficiente distancia de Valencia y Madrid, que son los dos focos de contaminación lumínica más importantes, para tener cierta oscuridad y que no nos afecte demasiado. El hecho de estar en una zona del interior de Valencia, con un clima relativamente continental, escasez de humedad del mar y escasez de contaminación lumínica hace que los cielos se vean más oscuros», añade.

En cualquier caso, Bullón permanece alerta: «Ya tenemos grandes problemas por culpa de la luz del área metropolitana de Valencia, Castellón, Sagunto, Teruel e incluso Madrid. La amenaza es cada vez más grande. Por eso estamos apostando por normativas medioambientales para concienciar a los Ayuntamientos y que no metan leds blancos. El Ayuntamiento de Aras ha cambiado todo el alumbrado público por led amarillo. A nivel local estamos peleando por una Declaración sobre la Defensa del Cielo Nocturno y el Derecho a la Luz de las Estrellas, un reconocimiento a la calidad del cielo».

¿Entonces se puede fijar un período exento de peligros? «Eso es relativo. De los asteroides y cometas que conocemos en la actualidad no existe riesgo de impactos para los próximos miles de años. Sin embargo, todavía no conocemos ni todos los asteroides ni todos los cometas. Por eso lo más importante es mantener programas de seguimiento y escrutinio del firmamento que permita detectar cualquier objeto que se aproxime o pase próximo a la Tierra», avisa Trigo.

La principal amenaza radicaría en estos cuerpos que, de momento, se pueden escapar de los observatorios. Y es que, según la ESA, el 99% de los asteroides cercanos a la Tierra de menos de 30 metros de diámetro aún no han sido detectados: «Si tenemos en cuenta el impacto de Cheliábinsk de 2013, con cerca de 20 metros de diámetro, o el de Tunguska de 1908, que debió ser de alrededor de 30 o 50 metros de diámetro, hoy en día sabemos que el mayor riesgo a escala local lo constituyen estos pequeños asteroides, algunos de los cuales todavía han pasado desapercibidos a los programas de descubrimiento y seguimiento. Esos asteroides son enormes amasijos de rocas con potencial para causar devastación en extensas áreas de miles de kilómetros de diámetro, como sucedió en Tunguska. Por ello precisamente hemos de permanecer vigilantes para evitar su impacto directo».

Reglero destaca los avances tecnológicos: «Los algoritmos de la NASA son cada vez mejores para hacer los cálculos una vez detectado el NEO. Con un trocito de órbita, se hace el cálculo de dónde estará dentro de seis meses, un año o diez años y, por la tanto, de la probabilidad de choque Ahí hemos mejorado mucho la precisión en los últimos 20 años».

Misiones como DART permiten avanzar en la prevención. «En el caso de un NEO grande que viene hacia nosotros y que tiene una probabilidad de choque elevada, tienen que decidir si conviene enviar un artefacto termonuclear. Si hay suerte y potencia suficiente y el NEO es bastante asimétrico, lo trocea. Esa decisión la toma el Consejo de Seguridad de la ONU. Hay sistemas precargados para poder intervenir rápidamente. Evidentemente sólo lo pueden hacer Rusia y Estados Unidos. Los demás no tienen capacidad. Se podría reaccionar en días. Ahí se la juega todo el mundo», concluye Reglero.

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