![Los valencianos que no vuelven por Navidad](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/12/24/FOTO%20PRINCIPAL-Marcos%20y%20sus%20amigos%20en%20Australia-k7kB-RF2y2v4B02eZCR7uWx1PAuL-1200x840@Las%20Provincias.jpeg)
![Los valencianos que no vuelven por Navidad](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/12/24/FOTO%20PRINCIPAL-Marcos%20y%20sus%20amigos%20en%20Australia-k7kB-RF2y2v4B02eZCR7uWx1PAuL-1200x840@Las%20Provincias.jpeg)
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«Vuelve, a casa, vuelveee… por Navidad». El mito publicitario de Turrones 'El Almendro' inmortaliza los entrañables reencuentros familiares en estas fechas. Pero esos abrazos idílicos junto al café, chimenea o aeropuerto son, a veces, imposibles. Volar está demasiado caro y toca ahorrar. Otros, sencillamente, prefieren vivir la Navidad fuera, como parte de su experiencia en el extranjero.
Una cosa es pagarse un vuelo barato desde el centro de Europa, Italia o Irlanda y otra muy distinta los más de 1.300 euros que le podría costar a Marcos Martínez volar a Valencia desde Sídney y luego regresar. Allí trabaja junto a un grupo de amigos de la Comunitat que se han establecido en Oceanía y viven la Navidad en las antípodas.
Un reciente estudio del portal de análisis turístico Mabrian estimaba en más de un 31% el encarecimiento de los vuelos en los últimos dos años. Las turbulencias económicas se deben, estiman, al «incremento de la inflación y la elevada demanda». Han medido que Europa, el Mediterráneo y Asia son las regiones con un mayor incremento medio de los precios.
Según Silvia Huerta, portavoz de la OCU en Valencia, «los billetes de avión están en máximos históricos. Hubo un ascenso de los combustibles con la guerra de Ucrania y luego un descenso. Pero volar sigue estando especialmente caro».
¿Cuántos estudiantes valencianos andan por el mundo? Según datos del Gobierno y la Generalitat, 4.210 estudiantes se han desplazado con el programa Erasmus este curso. Los destinos más solicitados son Italia, Polonia, Alemania y Portugal. Pero también los encontramos en latitudes más alejadas como los países bálticos, Islandia, Colombia, Uruguay o Corea del Sur. Hasta hay dos en las Islas Reunión.
La Universitat de València, con 1.759 alumnos, y la Politècnica, con 1.038, son los centros de enseñanza postobligatoria con más cantidad de participantes en el programa educativo.
Pero no todos los que no regresan por Navidad son estudiantes. Según el INE, cada semestre emigran algo más de 3.500 valencianos para buscarse la vida en el extranjero. En la foto fija, son más de 160.000 los nacidos en la Comunitat repartidos por el planeta, con datos de principios de este año.
La mayor colonia valenciana está en Francia, con más de 34.000 residentes valencianos. Le sigue Reino Unido, con casi 16.000, Argentina, con una cantidad similar, y Estados Unidos, con 10.000. Si nos alejamos más en el mapa mundi nos encontramos con 311 valencianos en Japón, 139 en Nueva Zelanda o 447 en China.
Marcos Martínez, de 24 años, vive la Navidad en Syndey, casi en las antípodas de su Valencia natal. Ha estudiado Negocios Internacionales y lleva ya tres meses en Australia. «Elegí este país por su calidad y estilo de vida, buen tiempo y uno de los salarios mínimos más altos del mundo», superior a los 2.000 euros al mes. También «para mejorar ingles».
El joven ha viajado con un grupo de colegas españoles y su plan es «pasar un año en Australia». Está trabajando en hostelería «en restaurantes, empresas de eventos, conciertos...».
La vida aquí «es cara», apunta, «pero con unos salarios tan altos te da para ahorrar y hay mucho más margen que en España». Habita en una casa muy amplia, junto a siete amigos que conoció con el programa Erasmus en Milán. Pagan unos 800 euros al mes de alquiler.
Según confiesa, «echo de menos a la familia en estas fechas». Además aquí no hay demasiada sensación de Navidad: «Hace treinta y pico grados, vamos en chanclas y bañador y está todo el mundo en la playa».
En la misma casa que Marcos viven dos hermanas de la Pobla de Farnals. Una de ellas es Carla Monsalve, de 24 años, que llegó a Sídney hace dos meses. Estudia Integración Social y viajó atraída por ese cóctel de «calidad de vida, sueldo, paisajes y naturaleza».
Se gana la vida limpiando en un hotel, de canguro y en eventos. Y de momento no está logrando ahorrar. «La dificultad es empezar de cero en un país con idioma distinto y al que llegas sin trabajo ni casa. Pero poco a poco la vida se hace mas sencilla», ahonda.
La Navidad transcurre entre playas, cervezas, atardeceres y barbacoas. «Por suerte vine con mi hermana mayor y se me hace menos raro las fiestas tan lejos de la familia. Al estar aquí con amigos creas un vínculo que te hace sentir como en casa», describe.
Carla llegó a Sídney «con mucho miedo, pero con ganas de vivir una bonita experiencia». Ya ha dejado atrás el temor «y estoy aprendiendo mucho, creciendo, conociendo a gente y viviendo cosas increíbles».
David Mayo Muñoz tiene 31 años. Es doctor en Microbiología, procede de Catarroja, vive en Dunedin y lleva en Nueva Zelanda desde agosto de 2019. «Elegí este país por el excelente grupo de investigación al que me uní y la fantástica naturaleza que hay para explorar», describe.
Allí trabaja «en un laboratorio, investigando cómo las bacterias se defienden de infecciones víricas con sistemas immunes», entre otros aspectos de su especialidad. Durante el doctorado no pudo ahorrar demasiado, pero ahora «se nota la diferencia».
En Dunedin, «el tiempo es muy parecido al norte de España: ventoso, nublado y lluvioso, con inviernos no muy fríos y veranos suaves». En sus ratos libres no para: «Hago trail, running, senderismo, escalada, ciclismo, acampada, pesca, esquí, surf… También me encanta invitar a casa a amigos de todos los rincones del mundo y hartarles a paella y sangría».
Regresar a Valencia por Navidad sería demasiado caro. «Es temporada alta y los precios están por las nubes», lamenta. «Cuando echo la vista atrás a esas Navidades con los abuelos vivos y sanos, todos los tíos y primos juntos, mis hermanos, mis padres... te das cuenta de lo afortunados que éramos y no lo apreciábamos debidamente. Por suerte, cuento con muy buenos amigos aquí».
David intentará volver en verano, «coincidiendo con alguna conferencia por el hemisferio norte y aprovechando para escapar del invierno aquí». Cuando volvió a casa por primera vez después de tres años por el COVID apareció por sorpresa en su casa. «Mi madre gritó como si hubiera visto un fantasma. ¡Y qué abrazos más fuertes!».
El valenciano Álvaro López ha estudiado Derecho y Administración de Empresas. Aunque vive y trabaja en Australia, va a despedir el año en Tailandia y luego regresará a Oceanía. «Me acompañan dos amigos y he elegido este país porque es muy buena manera acabar y empezar el año buceando y participando en la famosa Fool Moon Party», detalla.
Llevo ya nueve meses viviendo en hostales y así va a seguir siendo en Tailandia. En Australia, las cosas son muy diferentes respecto a España. Consigo ahorrar mucho, pero también trabajo como un esclavo. La calidad de vida en Australia es muy elevada. Con cualquier trabajo no cualificado puedes ahorrar decentemente, pero ojo, siendo un mochilero sin obligaciones familiares.
Esta Navidad voy a pasar calor y una humedad matadora. A mediodía, el sol es abrasador y cuesta estar por la calle. Si no te gusta sudar, mejor no salgas. Estas son las segundas fiestas que no vuelvo a casa. Me encantaría regresar a abrazar a mis padres, pero los billetes de avión son carísimos y de momento tengo que seguir ahorrando en Australia para tener un futuro más prometedor en España. Si me gasto un dineral ahora, no me compensa.
La lejanía respecto a los suyos «es una sensación extraña». Su plan es regresar en junio, «pero tengo unos objetivos ambiciosos de ahorro e inversión futura y sé que el momento de volver aún no ha llegado».
Julia tiene 25 años y es una farmacéutica de Valencia. Guillermo tiene 31 y es un ingeniero mecánico e industrial alicantino. Llevan desde agosto en Austin (Texas). «El vino por trabajo y yo por amor», describe la joven.
Su plan es pasar dos años en Estados Unidos. «Ambos estamos trabajando y vivimos en la típica casa americana con porche y jardín». Con el esfuerzo «estamos consiguiendo ahorrar, que era el objetivo. Aquí se gana mucho más que en España».
En un entorno mucho más residencial, echan de menos «poder ir andando a todos lados, como sucede en España». Aquí, resume, «todo es enorme». Los coches, las carreteras, las raciones de comida, las casas... Como reza la típica frase americana, «everything is bigger in Texas». El clima es «más o menos como el de Valencia, con un invierno suave». En su cocina se sigue elaborando paella y arroz al horno, pucheros y hervidos.
«Decidimos no volver en Navidad para vivir la experiencia americana completa, pero ahora nos arrepentimos un poco porque nos damos cuenta de que vamos a echar mucho de menos a la familia». Su plan en estos días es viajar por Texas y «descubrir sitios nuevos». Este año «nos quedamos sin jamón, sin marisco», pero «en Fallas sí estaremos ahí de nuevo, como buenos valencianos».
La valenciana Marina Iparraguirre tiene 20 años. Es estudiante de Marketing Digital y Dirección de Empresas (ESIC) y lleva en Tallin desde septiembre. Aprende en la universidad local, dentro del programa Erasmus. Está entre los cinco valencianos que han escogido este destino.
«Lo elegí para conocer una cultura diferente y descarté los países mediterráneos para conocer algo nuevo», explica. La encontramos en pleno centro de la gélida capital, compartiendo piso con otros españoles y afrontando gastos con una beca de 210 euros «que no llega ni para pagar el alojamiento».
Según Marina, «algunos piensan que la vida de los estudiantes en Erasmus es muy divertida». Pero allí todo es «más difícil que en España». Además de la dificultad del idioma, «es mi primera vez independizada y lo de cocinar o limpiar no lo llevo muy bien». Todo tiene su aquel, «desde pedir una cita para el médico hasta hacer la compra».
Acostumbrada a un clima mediterráneo, en Tallin se hiela. Un frío despiadado hunde el mercurio entre -6 y -13 grados «y con sensaciones térmicas más bajas». Con tanto frío, se refugia en casa «viendo alguna película o avanzando trabajos de clase». Los fines de semana viaja para conocer Finlandia, Noruega, Polonia o Laponia. Al igual que el clima, «aquí la gente es mucho más fría, cuesta mucho más relacionarse y hasta hay quien se molesta cuando charlamos en el autobús».
Académicamente, los cursos son «más cortos, flexibles y con menor nivel». Y fiestas, las justas. Le choca, por ejemplo, que el 2 de enero «ya estamos con exámenes y acudiendo a clase con normalidad». Su razón para no volver por Navidad es que casi todos sus amigos se quedan en Tallin. «Me parecía buena idea vivir unas fiestas diferentes, conocer cómo son en un país tan diferente», zanja.
Un poco triste en estas fechas sí se siente, «pues llevo ya cuatro meses sin ver a nadie de mi familia». Les echa mucho de menos y augura un reencuentro «con más emoción incluso que en las navidades». A Marina la tenderemos de vuelta «antes de finalizar el curso».
Christian tiene 27 años, ha cursado Formación Profesional superior como forestal en Valencia y lleva 11 meses en Leipzig. Su idea es pasar dos o tres años trabajando en Alemania. «Surgió la oportunidad de un empleo en el aeropuerto, en DHL Express », menciona.
Vive en un piso compartido, gana unos 2.000 euros al mes y está consiguiendo ahorrar con su esfuerzo. «A nivel económico, la vida aquí es más fácil. Pero lo social es más complicado. Los alemanes son un poco negados hacia quien no habla su idioma». Por suerte, «hay bastantes españoles en la misma situación».
El joven tampoco vuela a España por Navidad. «Invertí mis vacaciones en verano para poder disfrutar del sol. Además, he conseguido un mejor puesto en estos meses y me saldría bastante caro regresar en esta época», argumenta. «Me siento lejano, con un poco de dolor, pero espero volver para marzo o abril».
¿Cómo le ven los alemanes? La gente en este país «no entiende la mentalidad española de ir para ganar dinero a pesar de estar en un país difícil». Y esta es su impresión: «A las personas morenas y peludas (como Christian) las consideran de cultura árabe y con una mala concepción». A su entender pervive «un silencioso racismo». Eso sí, «cuando hay gente abierta te ofrecen todo sin pedir nada».
¿Qué hace una joven canadiense vestida de fallera en Burjassot? Vivir otra cultura, otra familia, abrir miras y mejorar el español. Es la grandeza del intercambio juvenil, la costumbre que cada año lleva a familias valencianas a enviar a un hijo o hija al extranjero, normalmente en etapa de instituto, para luego recibir al joven receptor.
«Y hemos acabado siendo como hermanas». Así lo han vivido este año la canadiense Calla y la valenciana de Godella Lucía. Entre agosto y noviembre de 2022, ésta última se fue a Canadá. Y después, entre febrero y abril de este año, la americana vivió en la casa de Lucía.
El intercambio, a través de una agencia, costó a cada una 3.000 euros, sin contar la manutención. «Pero valió la pena», destacan convencidas. Rellenaron un formulario, se midieron sus afinidades y compartieron información mutua. «Supimos desde el principio que ibamos a congeniar. Gusto por la manicura, estilos musicales...».
Y así fue como Lucía se plantó en la ciudad de Guelph, «en una casa muy grande». «Al principio me daba palo hasta salir a desayunar», pero una vez vencida la vergüenza comenzó a disfrutar. «Hice amigos, conocí las cataratas del Niagara y mejoré el inglés, aunque eché de menos la paella y el jamón serrano».
Cuando la canadiense se vino para Valencia, Lucía sintió «el gran placer de enseñarle a mi amiga mi cultura». Calla vivió las Fallas, se sintió «sin palabras» en la Ofrenda y se enamoró de la «alucinante tortilla de patata», de un país «con mucha vida y más relación personal». Según confiesa, «eché de menos a mis padres y a mi equipo de fútbol», pero no descarta volver. «¿Y vivir en Valencia? Sí. Lo veo en un futuro. Sin problemas».
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