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El erudito colombiano Javier Darío Restrepo, que dirigió el consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que fundó en aquel país su compatriota Gabriel ... García Márquez, cabeceaba cada vez que alguien a su lado reivindicaba la pasión de informar como detonante único del oficio. No es eso, no es eso, parecía decir. Luego compartía su magisterio con quien quisiera atender sus juiciosas palabras: el futuro en el oficio de informar necesitará incorporar la idea de contexto. «Sin contexto, la noticia no es nada o casi nada», sostenía. El valor de añadir reflexión a la actualidad más palpitante, como garantía para el periodismo que viene: una certeza que el fallecido maestro recogió en su iluminadora obra, 'El zumbido y el moscardón'.
El título tiene su miga. Fue García Márquez precisamente quien alertaba de que la ética «debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón»». Un contrato de lealtad que se expresa todavía hoy mediante las aportaciones de quienes añaden un componente de reflexión sosegada a la noticia en estado crudo. María José Pou, columnista de esta casa y profesora de Periodismo en la UCH-CEU, aporta esta visión al respecto: «A menudo queremos leer opiniones que confirmen las nuestras y reaccionamos a las que nos contradicen. La ventaja del periodismo de opinión es que es un terreno muy abierto y variado en el que caben muchos estilos y contenidos, desde el artículo bien argumentado con citas ilustradas, hasta el comentario personalísimo en lenguaje coloquial». De ahí que sostenga que el género goza de buena salud («Siempre habrá espacio para la opinión», dice) y detecte un futuro luminoso, si cumple con un objetivo esencial: que los medios den cabida a «la pluralidad de autores, de formas de pensar y de escribir». «Así, cada lector encontrará una o varias firmas más o menos afines que le sirvan de referencia para formarse su propia opinión», señala.
Ramón Palomar
Es un dictamen que comparte otra compañera en la misma tesitura, Rosa Belmonte, articulista de este medio y otros de Vocento, aunque con un matiz adicional. Para ella, la clave de arco que dota de sentido a este formato tan particular reside al otro lado de la pantalla, en las manos de quien sujeta este periódico: la audiencia. «Dentro de la libertad empresarial está lo que cada periódico pueda querer en su sección de opinión. O lo que permita. Pero ahí están el Código Penal y el Código Civil. Y, desde luego, el lector, que igual que el telespectador tiene libertad para elegir». Un principio que desarrolla en estos términos: uno, «hay mucho tipo de periodismo de opinión o columnas de opinión de muchas clases, géneros dentro de la opinión»; dos, que «es difícil delimitar fronteras. De hecho, es deseable que no las haya. Otra cosa son los límites»; y tres, una reflexión final que vuelve sobre su argumentario: «Como en el humor o en la libertad de expresión, los límites están en Código Penal y en el Código Civil».
Esa línea de pensamiento coincide con el parecer que expresa también Pou. «En un contexto tan polarizado como el que vivimos lo difícil es hacer periodismo informativo y no caer en la opinión», afirma. «Ése creo que es el principal problema, la mezcla de información y opinión, que es una regla sagrada del periodismo. Si antes se decía aquello de 'los hechos son sagrados; las opiniones son libres', ahora vivimos tiempos de lo contrario, donde las opiniones son intocables e incuestionables mientras que la realidad es voluble, según quien la cuente». Y añade: «Es el concepto de 'realidad alternativa' que se impuso desde la llegada de Trump al poder». ¿Moraleja? Pou argumenta que «las opiniones tampoco son sagradas». «El derecho a opinar no convierte todas las opiniones en igualmente válidas. El criterio de un experto tiene una fuerza que no tiene por qué tener la opinión de una persona que desconoce el tema. Sin duda es libre de expresarla, pero los lectores deben reconocer la diferencia entre una y otra».
Rosa Belmonte
Así lo estima también Belmonte. A su entender, «el periodismo de opinión es de opinión». Una provocadora obviedad que explica a continuación: «Lo usual es que esté basado en hechos. Importantes o no. Políticos o personales. Y a partir de esos hechos se dan las opiniones. Si los hechos son mentira y se pretende dar como ciertos serán columnas inadmisibles. Como las noticias falsas. Pero el alcance de lo informativo es extenso. Hay columnas de opinión políticas, deportivas, de corazón, costumbristas… Y supongo que seguirá habiéndolas».
Su confianza en un horizonte donde al valor de la información en sentido estricto se añada la contribución de esta otra mirada más reflexiva (el contexto que reclamaba Restrepo) es un punto de vista compartido por María José Pou, quien aporta un detalle al respecto: sus dudas sobre «el papel de los intelectuales en la reflexión colectiva». «En tiempos de 'influencers', los influyentes históricos que eran los intelectuales han visto ocupado su espacio por otras voces capaces de cautivar al usuario de las redes sociales», observa. «Creo que las causas son diversas», prosigue, «en parte, por ciertos prejuicios de algunos pensadores hacia los medios de masas y no digamos las redes sociales, y en parte, por la cultura del entretenimiento en la que vivimos». ¿Su resumen? La profesora y articulista concluye que «la opinión de un personaje puede arrastrar miles de apoyos y seguidores aunque no esté fundamentada ni razonada. Son tiempos de emotividad y, frente al sentimiento, la razón suele tener las de perder».
María José Pou
Sobre el papel del opinador profesional como 'influencer' sobrevenido se extiende igualmente Ramón Palomar, veterano del género, tanto en LAS PROVINCIAS como más recientemente en ABC. «Creo que la opinión es un género con futuro, ya sea en papel o en pantalla», advierte. «Los lectores somos carne de opinión», prosigue, «y es un género tan venerable como longevo en España pero quizá con el auge de las tecnologías y los 'influencers', existe un momento de despiste, pero resistiremos». Palomar, cuyas reflexiones iluminan a diario la página 2 de nuestro diario, pone también en el vértice de sus tesis, como Pou y Belmonte, a la audiencia. «Me gusta que las fronteras del columnismo de opinión permanezcan en el limbo de lo difuso», observa. «Ahí reside la gracia, en los posibles derrapes. Si alguien quiere vomitar, que lo haga, si otro desea proyectar sus manías, adelante. Son los lectores los que deben de efectuar la criba. Las fronteras difusas contribuyen a la magia del género de opinión. Allá cada cual con lo que escriba».
¿Conclusiones? El propio Palomar afirma que «sin la opinión los periódicos quedarían cojitrancos, sosos, aburridos, demasiado seriotes. La opinión es la salsa que los alegra, la polémica necesaria, el fustazo que descongestiona, el chupito de cazalla que nos galvaniza». Y Pou, algo parecido: «No entendería los medios de comunicación sin opinión. Es más, creo que es uno de los mejores servicios al lector siempre que sean opiniones fundamentadas y bien expuestas». Y Belmonte, con el sentido del humor propio de la casa, remata: «Por la cuenta que me trae, espero que siga habiendo Opinión cuando tenga la edad de Carrascal en su última columna. Y no me imagino la información sin opinión o sin análisis al margen. Pero un medio puede elegir dar noticias sin información, como hay cines que no venden palomitas. Allá ellos».
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