Lola Soriano Pons
Valencia
Domingo, 10 de noviembre 2024, 19:14
Volver a la normalidad dentro del caos generado por el desbordamiento del barranco del Poyo y del río Magro no es fácil, por eso algunas ... familias de los pueblos arrasados por el agua han decidido salir y refugiarse en entornos más seguros y tranquilos.
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Este es el caso, por ejemplo de Ana García, vecina de Paiporta que se ha mudado con su hija Vera a casa de su madre. «La noche en que se desbordó el agua no pude dormir por si venía más agua. Admeás, acogimos a los vecinos de las plantas bajas, porque sus casas quedaron anegadas«.
Afirma que al día siguiente del desastre «no nos atrevimos a salir, porque además corrió el bulo de que se iba a romper una presa, pero el jueves cogimos dos mudas y nos fuimos andando a Valencia. El primer día la niña durmió con sus tías en Ruzafa y desde el viernes estamos en la Malvarrosa, en casa de mi madre». Además su cuñado le ha dejado un coche para poder ir a trabajar «porque hemos perdido los dos que teníamos».
Ana añade que conoció a través de una amiga que «podía llevar a mi hija a un colegio de acogida y en el centro CEIP Cavite le han recibido con los brazos abiertos. Le han hecho hasta un dibujo de bienvenida y le han dejado los libros».
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Su pareja, Fran Segura, se ha quedado en Paiporta «para ayudar a limpiar las calles y llevar comida y productos a la gente que lo necesite y para vigilar la casa para que no entren a robar ni la ocupen».
Sobre la labor que están haciendo los voluntarios y, en especial los jóvenes, afirma que los «jóvenes han demostrado que son ángeles venidos del cielo. Nada de generación perdida. Se han puesto a ayudar desde el minuto uno».
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Otra vecina, esta vez de Picanya, Vaenssa García, también se ha trasladado con su marido y sus dos hijos a casa de sus padres en Valencia, en la zona de Viveros. «No llega casi el agua, no teníamos luz, todo está lleno de barro y nos hemos quedado sin coches y decidimos irnos. Antes ayudamos a los vecinos a limpiar y en lo que pudimos».
Y es que detalla que su marido «tiene que acudir todos los días a trabajar a la una de la madrugada, porque va a MercaValencia y era la mejor forma de poder llega porque, además, mi padre es su jefe y se van juntos en el coche».
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A sus hijos de siete y diez años los ha escolarizado en el colegio Villar Palasí. «Les han dado de todo, hasta un kit de bienvenida con las libretas, estuches, carpetas.... y se quedan a comer y no nos cobran nada. Estamos myt agradecidos por la acogida».
También se han mudado Carles Diego y su novia Fátima. «Vivíamos en una casa de pueblo en Benetússer, en la casa familiar, la de mis abuelos y el agua nos pilló dentro. Íbamos a ir a comprar a un supermercado y cuando vimos entrar el agua cojimos sábanas, chaquetas y muebles para hacer un dique de contención».
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Carles añade que llegó un momento «que no se veía ni la calle. Sólo se escuchaba el ruido del agua y al final subimos a la terraza y pasamos al edificio de al lado, donde había una mujer mayor sola. Otros viandantes también se refugiaron allí con nosotros».
Al día siguiente él se fue a casa de sus poadres, en Sedaví, y ella a la de los suyos, en Alfafar.. «Me tuvieron que dejar ropa mis amigos y mi padre». Estos dúias acuden a su casa a limpiar, porque han tenido que tirar hasta los muebles «y nos vinieron a ayudar varios voluntarios, algunos del barco Aquarius».
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En este proceso de adaptarse a las nuevas circunstancias, explica que su novia tendrá que coger el coche de su padre para poder ir a ejercer de maestra en Riba-roja y «yo hace dos semanas que dejé de trabajar porque estoy estudiando oposiciones de la rama de ingeniero industrial y mi madre me ha tenido que dejar su ordenador porque el mío se estropeó».
Estos días, además está ayudando a personas mayores y amigos a tramitar con el ordenador la petición de ayudas, porque hay gente que no sabe hacerlo.
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