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Paiporta se desperezaba ayer con las calles vacías después de una noche en blanco, con un ojo abierto mirando al cielo y el otro al ... barranco que hace dos semanas lo destruyó todo. Encerrados en casa, apenas se veía viandantes a primera hora, y los que había se dedicaban a limpiar y a desatascar la red de alcantarillado, una labor cada vez más profesionalizada en manos de la UME y los militares. Ni rastro de voluntarios, en casa por las restricciones de movilidad.
«Es normal que la gente tenga miedo», explicaba Jose Peris, policía nacional y una de las personas responsables de que la falla Maestro Serrano se haya convertido en uno de los puntos neurálgicos de donación y reparto de alimentos y productos de primera necesidad en el centro del municipio.
«Ahora será siempre así, sobre todo cuando caigan cuatro gotas», decía, después de haber escuchado todos estos días muchas historias en las que los vecinos han salvado la vida por poco o han visto morir a alguien. La angustia se volvió a revivir el miércoles por la noche. «La Policía Local iba por las calles pidiendo a la gente que se encerrara en casa», explicaba Carol, una vecina del municipio. «¿Cómo no vamos a tener miedo? Yo entré en pánico», sobre todo después de que la UME recorriera Paiporta con el megáfono en mano.
«Hemos dormido algo», dice Carol de Jaime, que se acostó después de haber preparado la escalera para subir al tejado. Los vecinos que viven más próximos al barranco del Poyo se aterrorizaron sólo con escuchar el rumor del agua. «Es el mismo caudal que suele bajar cuando llueve, pero ya nada es lo mismo», decía Alejandra.
El barranco del Poyo llevaba algo más de caudal este jueves por las precipitaciones registradas en esta segunda DANA, que ha respetado, esta vez sí, la zona más castigada por las inundaciones del pasado 29 de octubre. «Dios nos ha escuchado», decía Ángel, un anciano que había salido a pasear con el objetivo de comprobar cómo estaba el municipio, ahora que las calles comienzan a estar en mejores condiciones para poder caminar. Con el palo de la escoba, eso sí, que se ha convertido en el nuevo bastón para los mayores.
Todavía queda mucho por hacer, y de hecho un grupo de militares pertrechados con cepillos y palas se encaminaban hacia el centro histórico de la población, donde el colapso del alcantarillado obligó a trabajar el día anterior a contrarreloj para desatascar los desagües y evitar una nueva inundación.
Ahora la incertidumbre forma parte del día a día de los vecinos, que no se sienten a salvo. «Nos dicen que no salgamos pero, ¿qué pasa si el agua entra otra vez en casa?». Así que la mayoría habían adoptado medidas para poder escapar en el caso de que volviera a desbordar el barranco. El cierre del llamado 'pont vell', que permite cruzar el cauce, no ha ayudado a los vecinos a sentirse a salvo. «Se está comprobando su estado», decía un policía foral de Navarra, que prohibía el paso a los viandantes. Fuentes del Ayuntamiento de Paiporta concretaron que están a la espera de que los ingenieros puedan examinar el estado de uno de los puentes más importantes, que sufrió la embestida de la DANA.
Una vez limpias las casas, los aparcamientos subterráneos son el nuevo objetivo de los vecinos, que tienen que pagar de su bolsillo la retirada del barro que ha quedado depositado en los garajes, en otra carrera contra el tiempo, que seca el fango convirtiéndolo en una pasta dura que ya solamente se podría retirar con una pequeña excavadora. Los vecinos de una finca de la parte más nueva de Paiporta, donde las calles tienen nombres de países, ya estaban acabando de limpiar el aparcamiento, mientras contaban el periplo que sufrieron cada uno de ellos aquella fatídica tarde del 29 de octubre. Javier Araujo, policía nacional en el aeropuerto, se quedó encerrado en el ascensor en el sótano. «Menos mal que consiguieron que subiera, si no me ahogo ahí dentro».
Rubén bajó a sacar el coche del aparcamiento cuando el agua comenzó a subir y ya no pudo volver a su casa. «Me quedé agarrado a un saliente de la fachada durante cuatro horas y media». A su lado, un vecino de setenta años, con el agua por el pecho. «Eduardo iba descalzo y con camiseta de manga corta y le lanzaron una toalla para que al menos se pudiera cubrir un poco», contaba Rubén, que no olvidará aquellas horas enganchado con las puntas de los dedos.
De momento, ha conseguido retrasar hasta el lunes la vuelta al trabajo en una empresa de placas solares y ha escolarizado a sus hijas en Tarazona de la Mancha, en Albacete, donde vive la abuela de las niñas, de seis y diez años. «Allí pueden estar tranquilas, salir a la calle sin problemas, ir al colegio cerca de casa y seguir practicando patinaje, porque la pista que tenemos está destrozada». Cuenta cómo ha habido clubes de toda España que se han volcado para poder limpiar las instalaciones. Y se emociona. Relata además las noches en las que los vecinos se juntaron para cenar y tomar una copa de vino. «Nos permitía tener algunos buenos momentos, después de estar todo el día limpiando», aseguran.
Más cerca del mediodía, y aprovechando que el tiempo ha respetado a Paiporta, se ven algunos vecinos que salen a por comida caliente. Quienes pasan por primera vez cerca de la estación de metro del municipio ven el lamentable estado en el que se encuentra el trazado, con la catenaria totalmente destrozada, tramos de vías arrancados y lleno de maleza y barro. Enfrente, una de las manzanas más castigadas por la crecida, donde una excavadora derriba un edificio y el resto de los bajos han quedado arrasados.
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