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El lotero Pedro Cámara, con algunos décimos embarrados, en su hogar de Mislata. José Luis Bort

«He vendido miles de décimos embarrados de la Lotería de Navidad. La gente los prefiere así»

La administración de lotería de Bonaire triunfó el año pasado con seis premios de Navidad, incluido el Gordo. Pero la dana dejó a Pedro Cámara sin su local y dañó más de 30.000 boletos que ha podido comercializar desde su casa en medio de una fiebre de interesados en aquellos que el lodo ha dejado marcados. «Me cansé de limpiarlos y ahora los manchados me los quitan de las manos»

Sábado, 21 de diciembre 2024, 07:13

Suerte marcada por la desgracia. Casi un símbolo de cómo la fortuna se puede torcer de la noche a la mañana. O de cómo lo ... sucio y dañado puede acabar convertido en un reclamo, en una reivindicación o en un objeto en el que confiar. Aunque sea para no olvidar.

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Todo ello se entremezcla en la experiencia de Pedro Joaquín Cámara Martínez, de 41 años y al frente de la administración de lotería del centro comercial Bonaire, en Aldaia. Ha vendido miles de billetes de lotería marcados por el barro después de que los desbordamientos por la dana inundaran su local, incluidos los décimos del sorteo de Navidad y de El Niño. «Me los quitan de las manos. La gente los quiere así», detalla.

La historia de su administración, la 3 de Aldaia, se remonta a abril de 2002. El lotero valenciano, casado y padre de una hija de corta edad, seguía así con la tradición familiar después de que su padre abriera un despacho receptor en Ayora. «Por aquel entonces yo tenía 21 años. Primero mi madre estuvo al frente y luego, tras jubilarse, yo tomé el relevo». La saga dio el salto desde Ayora a l'Horta Sud.

Siguieron años en los que el éxito del local fue creciendo de la mano del animado tránsito de visitantes al centro comercial de Aldaia. Pero la fortuna estalló el año pasado. Salpicaron de millones la provincia de Valencia después de vender una serie entera del Gordo, el 88008, y cinco quintos premios del Sorteo Extraordinario de Navidad. Llegó la Nochevieja, los Reyes Magos... Y aún hubo más. En el sorteo de El Niño vendieron una serie agraciada con el primer premio, el 94974, y otra del tercer premio para el 57033.

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Semejante relumbrón en el azar navideño les había reportado este año un importante aumento de demanda de décimos. Allí, en Bonaire, el otoño arrancaba con mucho interés entre los boletos de La Gran Ilusión, donde trabaja Pedro y cuatro empleadas que actualmente están en situación de ERTE. «Te diría que antes del 29 de octubre estábamos ya superando en un 10% las ventas para el sorteo de Navidad respecto al año pasado», estima Pedro.

Y entonces, brusco giro del destino. De la gloria de repartir fortuna al desastre para el negocio. «Aquella tarde yo estaba en mi casa de Mislata. En la administración estaban mi madre, Mercedes, ayudando junto a dos empleadas. Gracias a que anunciaron por megafonía la orden de evacuación lograron salvarse, pero ya al límite». Las tres mujeres se metieron en un coche y salieron rápidamente con rumbo a Alaquàs mientras por las ventanillas veían ya como otros automóviles giraban irremediablemente, sin gobierno alguno, a merced de las aguas desbocadas del barranco del Poyo. «Por los pelos, menos mal...».

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Dos días después, cuando Pedro se plantó en La Gran Ilusión para evaluar daños, descubrió la magnitud del desastre: «No olvidaré ese jueves. El agua había alcanzado un metro de altura. Todo destrozado: ordenadores, mobiliario y, por supuesto, los décimos de lotería que estaban en la caja fuerte», describe. «Hasta habían intentado robar en una joyería próxima, así que decidí coger todo lo que pude de valor y trasladarlo cuanto antes».

Cuando descubrió que miles de décimos del sorteo de Navidad y El Niño habían quedado aparentemente inservibles por acción de la riada el mundo se le vino abajo. «Pero no perdí la esperanza», recuerda el administrador de Bonaire. «Lo llevé todo a la delegación comercial de Loterías y Apuestas del Estado (LAE) en Valencia para que los técnicos me dijeran si estos boletos tenían alguna viabilidad o estaban ya para tirar». Estamos hablando de unas 3.000 series, es decir, unos 30.000 boletos que o bien estaban mojados o eran, sencillamente, un cartoncillo de fango.

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Pero unos días después llegó la sorpresa: tras pasar el filtro de unos inspectores loteros de Madrid, los sabios de la fortuna dieron su veredicto: aunque feos, marrones e incluso algunos ilegibles, la práctica totalidad de los décimos afectados podían salir a la venta navideña. «Me los devolvieron casi todos». Únicamente se apartaron 14 extremadamente deteriorados, casi desintegrados.

Llegados a este punto, una nueva incertidumbre asedió al lotero valenciano. ¿Quién iba a confiar en unos décimos repletos de barro? «Y entonces empecé a limpiarlos. Me pasé noches enteras intentando mejorar su aspecto, pasándolos por el grifo uno a uno e intentando apartar la tierra con cuidado, con guantes de látex», relata. Después los dejaba a secar extendidos sobre telas. Y así una serie, y otra, y otra más...

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Agotado de tanto lavar décimos

«Pero al final me cansé y una parte de los décimos afectados, alrededor de un 20%, los dejé impregnados de barro». Sorprendentemente, fue una buena decisión. En los días siguientes informaba a los clientes de que algunos boletos estaban muy manchados pero eran válidos y eran precisamente esos los que desataban un mayor interés. Hasta el punto de tornarse en una demanda febril: «La gente me los quita de las manos. Los prefieren así. Algunos estiman que podrían atraer la suerte y otros valoran que, si no toca, al menos tienen un recuerdo de un momento que nos ha marcado a todos». Según su recuento, «habré vendido miles con manchas de barro y un centenar en los que casi ni se ve qué número es». Pero todavía le quedan algunos para el sorteo de El Niño.

A pesar del 'boom' del boleto embarrado, las contrariedades son muchas para Pedro. Cada día va de su casa a la administración para sacar y guardar los décimos de la caja fuerte, despliega un improvisado despacho en el salón de su casa y desde allí atiende llamadas y realiza gestiones. Además de la venta online, que siempre ayuda en estos casos, otras administraciones de lotería le han apoyado vendiendo sus números. En Sant Vicent del Raspeig, en Xàtiva, en Orihuela, vendedores ambulantes... «Otros clientes se han presentado directamente en casa a comprar. Aquí han llegado hasta gente de Elda en busca de décimos embarrados», apunta.

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Con todo, el balance económico es «sin duda peor». No poder abrir la ventanilla del centro comercial por el estado del local es un factor en su contra. «Cifra en un 15% el descenso de ventas para el sorteo de Navidad y un 25% el de Reyes». Antes del mes de noviembre, ahonda, «una administración suele vender menos de una tercera parte del negocio de la campaña navideña». Son días de trasiego «agotador», de acostarse a las tres de la madrugada «validando ventas por internet», de intentar gestionar y atender a la clientela desde el salón del hogar.

Pero este domingo Pedro hará una excepción. Saldrá de su casa en Mislata y se plantará en el mismo lugar en el que ha estado siempre cada 22 de diciembre en los últimos años: la administración de loterías número 3 de Aldaia. «Iré junto a mi padre y seguiremos allí el sorteo. Es una tradición que no vamos a abandonar. Aunque el local haya quedado destrozado». Allí aguardarán de nuevo la buena fortuna, esperando dejar atrás la mala, confiando en reabrir el 13 de febrero y en no tener que vender nunca más décimos manchados de fango.

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