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El paso de familiares de víctimas de la dana ante la jueza de Catarroja sigue dejando constancia de los momentos angustiosos a causa de las ... riadas del 29 de octubre. También, en algunos casos, describen que el mensaje de Es-Alert llegó cuando el agua y las corrientes inundaban ya las calles.
Uno de los testimonios más sobrecogedores es el de Juan, hijo y nieto de dos mujeres (madre e hija entre ambas) fallecidas en l'Alcúdia: Dolores Almansa y Dolores Lacuesta. En su caso, el momento crítico llegó a las 18 horas. «Cuanto la pantanada de Tous también entró agua. Pensamos que sólo era eso y ya había pasado». Pero esta vez era mucho peor, con su madre en casa y su abuela dependiente en cama.
Subían varios objetos a la parte superior de la casa cuando la fuerza de la riada echó la puerta abajo. «Costó mucho subir a mi abuela a la planta alta y allí nos dimos cuenta de que mi madre no estaba ni contestaba». Fue su tío el que encontró a Dolores hija flotando en el patio. «La alarma sonó cuando ya había agua en nuestra casa», constata el familiar de las víctimas.
El drama se consumó por partida doble: «La subimos arriba, le hicimos reanimación y no respondía. Llamamos al 112 y nadie contestó. Más tarde, la Policía Local nos dijo que no podía acudir. De los nervios y el shock, al día siguiente, mi abuela no respiraba».
Otra de las declaraciones recientes es la de José Manuel, quien perdió a su pareja, Erika Ruiz. Procedentes de Madrid, se desplazaban hasta Peñíscola. Como ya llovía mucho tuvo dudas de si seguir por la A-3 y en Requena preguntó a un equipo de la UME. «Nos dijeron que en Valencia no había problema». Y continuaron marcha hasta encontrarse con un atasco y una nueva y descomunal tromba. En cuestión de minutos, el coche ya estaba a merced de una riada. «Salimos por la puerta del acompañante. Erika estaba asustada. Cuando fue a poner un pie en el suelo cayó y se la llevó el agua. Ya no volví a verla», relata.
Guillermo, otro perjudicado, perdió a su suegro en Aldaia. La víctima es Joaquín Cantos. Fue pasadas las 21 horas, cuando supo que el agua había entrado en la casa de la víctima, en la calle Sant Josep. Con enormes dificultades y ayuda de vecinos, alcanzó la casa y saltó un muro para poder entrar.
«Entonces escuché a mi suegra pedir ayuda porque no encontraba a su marido. Entré, se había ido la luz, lo busqué por toda la casa y lo encontré en su habitación, creo que flotando». El agua ya alcanzaba 1,70 metros. Después intentó reanimarlo «de todas las formas posibles». No fue posible.
También ha declarado ante la jueza Antonia, la esposa del fallecido Enrique Gómez, cuya pérdida se sitúa en la calle Párroco Eduardo Ballester de Benetússer. El matrimonio estaba en casa. «Él estaba acostado. Recibió un SMS y salió a quitar el coche del garaje. Estaba aparcado en el primer sótano».
Según supo después la viuda, Enrique se encontró con un auténtico colapso. «Había como 30 personas más. Según un vecino que hizo lo mismo, ninguno de los dos logró salir del garaje con los coches y los dejaron allí». En el exterior, veía los vehículos «como barcos en una bañera». Chocaban entre ellos y asistió al «desastre». Como su esposo no regresaba pensó que, quizá, «se habría refugiado en otra casa». Pero ya no supo de él en toda la noche. «Sobre las siete del día siguiente salí a buscar a la Policía Local para denunciar la desaparición y allí no había nadie».
La última de las declaraciones que ha trascendido es la de Daniel, vecino del fallecido Francisco Antonio Murgui, ambos de la calle Pintor Sorolla de Sedaví. «Cuando sonaron las alarmas en los móviles, Francisco fue a sacar su moto del garaje junto a más gente». Daniel hizo lo propio con su coche y ambos lograron su objetivo, pero en la calle se convirtió en una trampa mortal.
«El agua alcanzó medio metro de altura y tuve que dejar mi coche aparcado», cuenta. El testigo pudo ver a Francisco «bajado de la moto, sujetándola entre un semáforo y un árbol». Al final, la víctima se desentendió del vehículo y se agarró al árbol como única esperanza, mientras la riada «aumentaba en altura y velocidad» de corriente.
Lo mismo hizo Daniel. «Desde allí, abrazado al árbol, vi a Paco por última vez. Luego le llamé. Descolgó el teléfono, pero no me oía». Por si acaso, le aconsejó: «Paco, no vengas que hay mucha agua». Ya no supo de él.
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