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Manuela León, Amparo Soriano y Rafael Andarias.
El virus se ceba con los mayores

El virus se ceba con los mayores

La pandemia ha cambiado sus vidas. Manuela, confinada entre dolores; Amparo, pandemia y necesidad; Rafael, un médico salvado de la muerte tras 23 días en la UCI

Domingo, 1 de noviembre 2020, 00:11

Los mayores son los más vulnerables ante el coronavirus y su azote en la Comunitat deja ya 1.545 muertos. Ocho de cada diez fallecidos en la región tenían más de 70 años. Las residencias soportan aún la segunda ola de contagios pero la patronal reclama pruebas PCR periódicas. El riesgo para mayores se concreta en casos como el del doctor Andarias, que pasó 23 días en la UCI y describe su milagrosa supervivencia.

A Manuela le retrasaron una operación para paliar sus intensos dolores. Amparo teme verse afectada mentalmente por un contagio y sale de casa dos veces al mes. Rafael Andarias encarna el feroz riesgo del Covid y también la esperanza. De médico de Urgencias a paciente grave por el coronavirus. Ingresado casi un mes en la UCI y a las puertas de la muerte.

Manuela León 79 años. Vive sola y es dependiente

«Atrasaron cuatro meses mi operación. Sufría tal dolor que no temí morir del virus»

Tiempos difíciles. Manuela León, recuperada de los dolores que padeció al posponerse su operación con la llegada de la pandemia. Txema Rodríguez

La pandemia ha traído un feroz daño colateral para los mayores: un trastoque profundo del sistema sanitario que agrava enfermedades crónicas o retrasa operaciones cruciales. Manuela León, valenciana de 79 años, es el vivo ejemplo de esto último: «Iban a operarme de cadera en febrero, me cambiaron la intervención a julio y he vivido la etapa más difícil de toda mi vida. Padecía tanto dolor que pensaba: si me pilla el virus me voy y al menos ya se acaba todo».

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Ella sabe de sobra lo que es sufrir. Viuda desde hace 12 años y con tres hijos, dejó a la fuerza los estudios cuando era una niña para cuidar de su madre enferma y en silla de ruedas. Como en un espejo intemporal, la hija es hoy su madre de entonces. Bajo el yugo de la dependencia. Con la ayuda de Cruz Roja y la Generalitat, lidia con el Parkinson, un reciente ictus, problemas de movilidad y la soledad. «Me ayudan a ducharme, a limpiar la casa, a comprar, a guisar...», valora.

Su voz se quiebra cuando le pregunto cómo vivió el confinamiento. «No he sufrido ni llorado tanto en mi vida. No se lo puedo ni explicar. Cada vez que daba un paso, temblaba». Ni los parches de morfina acallaban «un dolor que avanzaba por la cadera, la ingle y la cintura. Casi no dormía por las molestias». La mujer perdió 15 kilos entre marzo y julio. El 3 de julio, con la curva de contagios a niveles bajos, pudo ser intervenida. «Ya al día siguiente noté alivio», recuerda.

En la dura etapa del confinamiento su hija le dejaba la comida en la puerta. «No sólo lloré por el dolor. También fue muy amargo no poder recibir las visitas de mis hijos para evitar contagios». Pero Manuela se lleva muy bien con lo digital «y las videollamadas de What's App fueron un consuelo» en medio del infierno. También las sopas de letras, el ganchillo o la atención inquebrantable de Cruz Roja.

La organización cuenta con 2.000 voluntarios en la Comunitat que ayudan a mayores ante la soledad. Este año han atendido a 34.000 personas con 300.000 intervenciones. Durante los primeros meses de la pandemia Cruz Roja registró 1.300 altas nuevas de telasistencia domiciliaria.

El primer día que pisó la calle se sintió «atontada, parecía un mundo nuevo». No se corta con las imprudencias: «Si veo a un chaval sin mascarilla le digo que se la ponga. Me ven mayor, con mi andador, y ni rechistan». Ante el futuro, no es optimista: «Sin vacuna, aún habrá estragos».

Amparo Soriano. 68 años. Sin familia y con escasos recursos

«El confinamiento lo pasé en 40 metros cuadrados. Hoy salgo dos veces al mes»

Su familia, las plantas. La jardinería es la pasión de Amparo. Las plantas y los libros son su principal apoyo ante la incertidumbre de la pandemia. Txema Rodríguez

Amparo Soriano lo tiene muy claro: «Contagiarme y morir me importa relativamente. Lo que me da pánico es que me afecte a la cabeza, quedarme mal y ya no poder valerme por mí misma». Con 68 años y vecina de Vilamarxant, la mujer se enfrenta a la pandemia sola, con escasos recursos y sin ningún apoyo familiar. Soltera sin hijos ni sobrinos, subsiste con una pensión por incapacidad de 395 euros al mes, con el apoyo del Banco de Alimentos.

La mujer lidia con la pandemia en un pequeño apartamento dentro de un bloque de viviendas de auxilio social de la Generalitat. Allí sus plantas y sus libros son su familia. También «ellos», los «seres espirituales que me acompañan», a los que eleva sus rezos. Su otra fuerza invisible. «El confinamiento lo he pasado en estos 40 metros cuadrados y aún hoy salgo de casa muy poquito: sólo una o dos veces al mes», explica.

En su inicio «la pandemia me hizo sentir expectación mezclada con miedo». Hoy «todas las noticias son terribles y no sabes qué puede llegar». La salud de Amparo está tocada y se siente muy vulnerable, lo que se suma a su precaria situación económica. «Son muchas teclas. Tengo diabetes, colesterol, tensión por las nubes y más cosas... Si me tengo que ir, que Dios me lleve, pero que no me deje aún más incapaz. Conservo la razón y es lo que más aprecio».

El confinamiento fue para ella «especialmente triste». Al final se dijo a sí misma: «Esto es lo que hay y tengo que aceptarlo». Mientras, «cuidaba mis orquídeas, leía de todo un poco, desde El Quijote a novelas o libros sobre religiones del mundo». Le salvó del hundimiento «ver el campo por la ventana y mi pequeño jardín».

Amparo se deshace en elogios hacia Francisca, empleada municipal de servicios sociales. «Las personas necesitadas que aquí vivimos le debemos la vida. Venía todos los días a ponerme corrientes en la espalda, iba a comprar si lo necesitaba, al médico, a la farmacia, preparaba comida... Ella y sus tres compañeras han sacado adelante a los dependientes del pueblo», ensalza.

Su conclusión es contundente: «Sin estas personas, las del Banco de Alimentos y toda la gente que lucha por los demás los mayores necesitados ya nos habríamos ido a pique con esta crisis».

Desde su experiencia, «la gente mayor está viviendo con angustia y estrés» la pandemia. «Y creo que la vida como la conocíamos ya no la vamos a recuperar», sentencia.

Rafael Andarias. 65 años. Contagiado que pasó 23 días en la UCI

«Vivo gracias a un audio de mi mujer, los médicos y las oraciones de mucha gente»

Nueva vida.El doctor Andarias asoma a la luz en su casa de Xàbia, donde se recupera delduro azote del virus. J. Signes

El milagro del doctor Rafael Andarias aún resuena en el Hospital de Dénia. Y en toda Xàbia. Ser médico no le sirvió de nada ante el traicionero coronavirus. Esta vez, él era el paciente. Contagiado, condenado a 23 días en la UCI, a las puertas de la muerte en el mismo centro donde ha ayudado y asistido a miles de pacientes. Su diagnóstico final: «Vivo gracias a un audio de mi mujer, a los médicos y a las oraciones y fuerza de mucha gente».

El facultativo tiene 65 años. Está casado y su esposa también se contagió con menor gravedad. Es padre de dos hijos y se convirtió en médico con 23 años. «Me intrigaban los misterios del ser humano y sentía afán por ayudar». Lleva más de una década en Urgencias del Hospital de Dénia, trabajo que combina con la escritura de novela histórica o el ajedrez.

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En marzo, el coronavirus le dio el jaque. «Con los casos en China pensaba que iba a ser muy local, que no nos alcanzaría. Incluso vi exagerado e incomprensible el cierre del norte de Italia», recuerda el galeno. Hasta el 10 de marzo, ningún caso en el hospital de Dénia. Pero poco después él fue de los primeros en contagiarse. «Fue en mi trabajo y con una carga viral muy alta», describe. Llegaron los primeros síntomas: «Tos seca». La atribuía a una tos catarral habitual, «pero cambió de manera preocupante». Se sumó fatiga y febrícula: 37.5, 37,8... Apareció la falta de aire. Y el positivo en la PCR. «Esto no me puede estar pasando a mí», pensó el doctor. «Me aislé en casa. Con el paracetamol me encontraba relativamente bien. Por aquel entonces aún no sabíamos que nos podíamos morir».

Pasaron los días, empeoró y llegó el ingreso hospitalario. «El virus seguía ganando la partida». Los resultados de las analíticas lo abocaron a la UCI. «Jamás había estado como paciente en esta unidad. No tenía la sensación de necesitar estar allí. Pero pensé: mejor, más controlado...».

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Lucha en la UCI

Entonces se confirmó el contagio de su mujer, Paqui, que acabó ingresada en planta. El segundo día en la UCI la caída fue en picado para Rafael. «Cuando me intubaron y me sedaron me vi con un pie en el otro mundo». El Viernes Santo la muerte le rondaba. Supo después lo que un colega del hospital le dijo a Paqui: «Sólo un milagro puede hacer ya que salga adelante, pero vamos a intentarlo hasta el final». Según el médico, «cuando un intensivista dice algo así sabe muy bien de lo que habla».

Su mujer quiso despedirse de Rafa, pero era imposible llegar hasta él. Grabó un audio de voz con el móvil. En un minuto, transmitía el esfuerzo y ánimo de todos los que le quieren. Lo mandó a una auxiliar del hospital, se reenvió a un enfermero de UCI «y el día de Sábado Santo llegó a mi oído». En ese instante, rememora emocionado, «me muevo, entreabro los ojos, parpadeo y sonrío, como me contaron después». En el Domingo de Resurrección «empecé a mejorar de forma inexplicable».

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Supo más tarde que se rezó mucho por él. «Oraciones, cirios, ofrendas... Un hombre de 90 años subió por mí a la colina de Santa Lucía, en Xàbia. No lo conocía de nada. Hubo meditación, súplicas. De creyentes y no creyentes. Creo que existe una fuerza más allá de lo que conocemos», reflexiona.

Su salida del hospital fue por todo lo alto. «Nunca sentí tanto amor». Para el médico la lucha sigue. Aún de baja. Rehabilitación para recuperar masa muscular y fuerza, ejercicios respiratorios... Sufre una ligera secuela pulmonar tras la neumonía bilateral. «Sigo reflexionando que podría estar muerto, abrumado por tanto amor y agradecido con toda mi alma».

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