«Me contagié a finales de septiembre y, desde entonces, sigo con dolores de cabeza, musculares, en el pecho y en la espalda, tengo cansancio, febrícula, no he recuperado ni el olfato ni el gusto y tengo una niebla mental que me dificulta la concentración y la retención de conocimientos«. Irene, a sus 14 años y vecina de Requena, nunca imaginó que infectarse de Covid-19 le iba a acarrear tantas secuelas y, en ocasiones, tan intensas. «Todo esto ha hecho que durante un mes y medio no haya podido ir ni al instituto», lamenta. «Ahora estoy haciendo el esfuerzo de ir, intento aguantar todas las horas que puedo, pero cuando paso todo el día en el centro, después de comer me tengo que echar un rato la siesta porque, si no, no puedo ni hacer los deberes«.
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El caso de Irene no es exclusivo y cada vez se detecta con más frecuencia esta problemática, especialmente en adultos. De hecho, la experiencia adquirida durante el último año describe que el coronavirus tiene una menor incidencia en los niños, menos propensos al contagio y con una sintomatología, en la mayoría de los casos, más leve que los adultos. Sin embargo, los pediatras están detectando entre los menores que superan la enfermedad casos de Covid Persistente, como ha sido bautizado. Se trata de un cuadro clínico que se aprecia en niños y adolescentes de entre 12 y 16 años, aproximadamente, que han superado la enfermedad, pero que presentan cefaleas, fatiga, cansancio, irritabilidad, palpitaciones, hormigueos o, en algunos casos, hasta dificultad respiratoria, según explica Fernando García-Sala, presidente de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria. «Es un cuadro que puede durar semanas o incluso meses».
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En el caso de Irene, el personal facultativo, en un primer momento, estableció un diagnóstico relacionado con el ámbito psicológico y la somatización. «Es cierto que en el hospital comarcal al que pertenecemos es el primer caso que han visto, no tenían referencias», puntualiza Mercedes, madre de la joven. Sin embargo, poco a poco los profesionales se fueron dando cuenta que se encontraban ante un caso de Covid Persistente. «El tratamiento que se le ha puesto está enfocado, sobre todo, a potenciar su sistema inmune y a ese proceso inflamatorio intentar ayudarlo, pero evitando antiinflamatorios que puedan dañar otros órganos, es otro tipo de tratamiento que no daña, no tiene efectos secundarios. También está haciendo tratamiento fisioterápico, pero por lo privado«, agrega Mercedes.
García-Sala, por su parte, aclara que no suelen darse todos los síntomas a la vez y que el Covid Persistente no lo sufren todos los menores que han superado el virus. Aún así, apunta que la dolencia que más se reproduce es el dolor de cabeza, más o menos intenso, y que aboca a los adolescentes que lo padecen a problemas de aprendizaje en el colegio. «Y es un problema porque no tenemos una cura para estos niños, sólo podemos tratar los síntomas con analgésicos«, lamenta. Esta patología puede venir acompañada también de dolores musculares y de falta de olfato y gusto; lo que unido a la ansiedad que también les genera la pandemia y el sedentarismo al que están sometidos, por la falta de actividades deportivas o extraescolares, puede derivar también en problemas de sobrepeso.
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Los afectados, por su parte, ya se están organizando como colectivo y reclaman a las Administraciones que «se pongan ya a investigar sobre las razones de estos síntomas persistentes« y, sobre todo, urgen la creación de »unidades de seguimiento compuestos por equipos interdisciplinares y en los que haya cabida para pediatras, neumólogos, neurólogos, traumatólogos, psicólogos o fisioterapeutas«. Al respecto, Mercedes también quiso indicar que »tenemos unos profesionales sanitarios que son muy hábiles en curar, pero a nivel de acompañamiento, cuando en un principio no hay una cura, no lo saben hacer, y eso hace que el paciente se sienta abandonado e incomprendido«.
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Por otra parte, García-Sala detalla que los pediatras también están viendo a un gran número de niños con alteraciones del sueño, miedos, terrores nocturnos, pesadillas, incluso insomnio, porque «de alguna forma el niño está preocupado por la situación, por perder a un ser querido o incluso por ellos mismos que tienen miedo y manifiestan un cambio de carácter». En esta línea, y en función de los casos, «aconsejamos a veces algún tipo de rehabilitación física, con la que se consigue mejoría, incluso rehabilitación neurocognitiva, y muchas veces un apoyo psicológico para minimizar los efectos secundarios del Covid», detalla. Asimismo, y aunque son casos muy esporádicos, también se han detectado en niños de entre dos y diez años el denominado síndrome inflamatorio multisistémico. Surge entre dos y cuatro semanas después de haber superado el virus y supone un cuadro grave con malestar general y afectación a nivel sistémico.
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