rocío escrihuela
Gandia
Domingo, 16 de agosto 2020, 17:49
«El virus no es cuestión de jóvenes ni de viejos, si te coge, allá vas». Así se explica Vicente Palonés, un vecino de Gandia que pasó casi 50 días ingresado en el hospital Francesc de Borja. Y es que el Covid-19 no entiende de edades, por mucho que los primeros contagios se asociaran a personas mayores y con patologías. Nada de eso es lo que relatan dos afectados de 29 y 49 años ante una nueva oleada de contagios que se ha fijado es gente más joven y que se vincula al ámbito social. Ellos quieren poner en alerta a quienes no tienen percepción de riesgo porque no hay que bajar la guardia. Del hospital se sale pero las secuelas son muchas.
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«A los jóvenes los llevaría yo a la UCI un día para que vean lo que hacen los médicos para salvarnos la vida». Palonés habla con conocimiento de causa porque su vida ha cambiado para siempre por culpa del coronavirus tras pasar de ese medio centenar de días hospitalizado, 32 en la UCI, 12 de ellos en coma inducido. Ya nada será como antes a pesar de ir poco a poco recuperándose. Cree que la gente joven «es inconsciente». «Cuando paseo por la playa me llevo las manos a la cabeza, ves grupos, despedidas de soltero y están todos juntos. Llevan cuatro copas de más y se abrazan«, detalla. Por eso considera que si pasaran por el hospital «se les iría toda la tontería».
Para este vecino de Gandia «es difícil concienciar a la gente joven», pero una campaña agresiva puede ayudarles a abrir los ojos, «imágenes impactantes, como se hizo con la del tabaco mostrando pulmones negros». «Ahora nos recomiendan mascarilla, que nos lavemos las manos y mantengamos la distancia y eso lo puede hacer todo el mundo, pero que muchos jóvenes no hagan ni eso», exclama. «El coronavirus no es una broma».
Salió del hospital a finales de abril, con 20 o 25 kilos de peso menos y una pérdida del 45% de masa muscular, además de una úlcera en la nuca y en el pie. Ahora todos son problemas derivados del virus y necesita ir a la consulta de varios especialistas, pero «lo primordial son los pulmones, que es lo peor que tengo». Suerte es la palabra que define su periplo hospitalario con un virus aferrado a su cuerpo. «Menos mal que lo puedes contar«, es lo que dice su médico de familia cuando pasa consulta telefónica. Pero él va más allá y apunta que «podría ser uno más de los muertos que hay en este país». Cruel, pero real.
Ahora cualquier cosa le cuesta más de lo habitual porque esto «te afecta de por vida». Camina poco a poco y con la mascarilla aún se le hace más pesado, pero «si me ducho solo, cuando termino es como si hubiera hecho una maratón». Acude dos veces a la semana a rehabilitación para recuperar fuerza en los brazos y abrir la capacidad de los pulmones. Fue de los primeros en contagiarse cuando apenas nadie sabía lo que iba a deparar este virus. El 13 de marzo tuvo los primeros síntomas. No hubo PCR inmediato porque las cosas no eran como ahora, pero 10 días después directo a la UCI: «el virus ya lo tenía bien cogido». «Recuerdo que tenía mucho dolor, estaba sondado, como si fuera un cuerpo muerto, un muñeco. Eso lo tendrían que ver los jóvenes».
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Pasaron los días y salió de la UCI a ritmo de la música de Queen intentado levantar el brazo mientras el personal sanitario le aplaudía. Esos han sido sus mejores compañeros de viaje. Una «atención de 10», apunta, con videollamadas y leyéndole cartas de familiares y amigos, «siempre intentando levantarme el ánimo».
El final más feliz llegó en casa tras varias pruebas donde ya había dado negativo. La ambulancia se detuvo frente al edificio y los vecinos le esperaban en la calle. En silla de ruedas, empujado por un sanitario, con bata, mascarillas y guantes se llevó la ovación de quienes le estuvieron esperando día tras día. Quiere contar su odisea para que nadie sea protagonista de una historia similar. De momento, su taxi tendrá que esperar para hacer nuevas rutas. Ese vehículo donde parece que se gestó el virus y en el que llevó a muchas personas al hospital, antes de que él llegara.
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La historia de Blas Cabanilles de 29 años también termina con final feliz, pero será el relato que el día de mañana podrá contar a sus alumnos de Secundaria de un centro educativo de Valencia donde imparte clases de castellano y valenciano. El curso se quedó a medias para este profesor de Gandia con quienes se han volcado familiares, amigos, estudiantes, conocidos y desconocidos, porque su caso también fue de los primeros y pasó casi 50 días en la UCI.
Fue el quinto infectado de la comarca de la Safor en un mundo por aquel entonces extraño. «Al ser tan joven era un caso grave y especial y estaban todos volcados conmigo y eso me dio mucha fuerza», explica mientras aún le cuesta articular palabras por el cansancio. Ánimos que le llegaron por cartas y videollamadas gracias al personal sanitario del Francesc de Borja que también le ponían películas y música en una tablet.
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Las secuelas que deja el Covid-19 son el problema y por ello insiste en remarcar a quienes no ven el riesgo que «no hay que confiarse». «Que se lo tomen en serio, no solo por ellos, sino por sus familiares y amigos». Cabanilles recalcó la importancia de tomar precauciones porque uno puede ser asintomático, «pensar que está bien, pero puede ir contagiando a todo el mundo. No es ninguna broma el virus aún está por ahí aunque estemos en la nueva normalidad«, de hecho él no sabe cómo o dónde pudo contagiarse.
«No tenía ninguna patología previa y casi me voy al otro mundo», añade. Recalca que también hay que tener «mucho cuidado en las tiendas con los aforos». «Si pone que pueden entrar 100 personas y hay 90, puedes entrar, pero cuidado», alerta.
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Y es que muchos enfermos han logrado abandonar la UCI, pero la recuperación no es fácil y ahí surgen los problemas. Este profesor cuenta que algunos «se creen que estoy bien porque he salido del hospital, pero no». La rehabilitación es larga. Acude dos veces a la semana al hospital para recibir la atención de los fisioterapeutas, mientras otros días recibe en su domicilio al personal sanitario, además de hacer a diario ejercicios para poder recuperar la movilidad. «Con una traqueotomía me ha costado volver a comer como antes. El agujero tarda mucho en cerrarse, no podía hablar y comer era una odisea», cuenta.
Cada persona tiene unas secuelas diferentes: «es una lotería lo que te toca», apunta mientras detalla cómo a la salida del hospital, con 50 kilos de peso, todavía caminaba con la ayuda de un andador porque «no podía dar tres pasos seguidos» y ahora poco a poco recorre distancias más largas, aunque a veces aún necesita una silla de ruedas y eso que abandonó el hospital el 4 de junio.
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«Los pies aún no los tengo bien del todo, llevo una prótesis, me salió una úlcera de estar tanto tiempo en cama y el brazo izquierdo me cuesta levantarlo». Por eso alerta, ojo, no es solo los días que uno pasa ingresado, sino el largo calvario después. Un periodo que él espera con ansia para poder regresar al colegio. Objetivo que se ha marcado para septiembre u octubre porque tiene «muchas ganas de volver, pero todo dependerá de los médicos». Allí no hará falta decir a sus alumnos que cumplan con las medidas de seguridad establecidas porque «soy consciente y sé de primera mano que han estado en casa y se han puesto siempre la mascarilla para salir».
«No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes». Pues esa es la sensación que guarda de su estancia en la UCI donde recuerda cuando volvió a ver el cielo otra vez: «fue por la ventana de un pasillo cuando me llevaban a hacerme un TAC». El color azul le iluminó la cara por un instante. Han ganado la batalla al virus.
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