![Efectos de la Dana en el Centro Comercial Bonaire.](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/11/29/bonaire-kL3G-U230158631079bOE-758x531@Las%20Provincias.jpg)
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Dieciocho horas de incertidumbre y terror. Así recuerda Martín C., trabajador del Factory Bonaire, la tarde de aquel 29 de octubre. Un día que, si pudiera, borraría este año del calendario. A priori, parecía un día normal. Niños en los colegios, gente por la calle, en sus puestos de trabajo… Sin embargo, el tiempo ya advertía que algo fuerte iba a pasar.
«Yo entraba a trabajar a las 18.00 horas y de camino el coche ya se me movía de lado a lado por la carretera», asegura Martín. Afortunadamente, esa tarde, el centro comercial estaba prácticamente vacío. «Había muy poca gente en la tienda, unas 15 personas como máximo», afirma. Una cifra que disminuyó conforme el tiempo fue empeorando.
Fue a las 19.30h cuando decidieron cerrar la tienda. A esa hora la situación ya era crítica. «Se cayó una plancha metálica de unos dos metros cerca de la tienda», asegura el trabajador. Sin embargo, en el transcurso de tiempo que tardaron en salir de la tienda, la condición empeoró. «Los de seguridad nos indicaron que teníamos que subir a la segunda planta porque venía agua», explica.
Al escuchar eso, lo primero que se te viene a la cabeza es que va a llover mucho, por lo que Martín, como hicieron la mayoría de las personas, fue a cambiar el coche de sitio. Lo hizo en tiempo récord, ya que veía cómo el agua comenzaba a subir rápidamente. «Cuando volví, el agua ya me llegaba por encima del tobillo», explica. Una vez subieron todos a la segunda planta, los de seguridad hicieron un recuento, tal y como ordenaba el protocolo. Un total de 70 personas, entre trabajadores y clientes, se encontraban en la segunda planta del conocido como 'pueblo Bonaire'.
La mayoría de ellos, como Martín, sin apenas batería en el móvil para poder hablar con su madre o comprender qué era realmente lo que estaba sucediendo ahí fuera. «A las 22.00-22.30h se empezaron a romper los escaparates de las tiendas. El nivel del agua llegaba ya por encima de la cintura y teníamos mucha incertidumbre por lo que pudiera pasar», relata.
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«Todo indicaba que la noche iba a ser larga. Sin agua, sin comida y sin mantas para poder protegernos del frío. Sobre las 00.30h, los de seguridad rompieron el escaparate de uno de los locales para que pudiéramos refugiarnos allí. Una vez dentro, comenzaron a racionar agua y la poca comida que había dentro», indica.
Una noche en la que ninguno logró pegar ojo, a pesar de que el cansancio ya comenzaba a pesar. A las 5.00h de la madrugada el nivel del agua seguía siendo muy alto, pero a esa hora ya fueron testigos de los primeros saqueos. Algo que, si no ves con tus propios ojos, cuesta de creer en una situación así.
«Empezamos a ver a gente con carros y furgonetas intentando robar todo lo que pillaban por ahí», asegura. Una hora y media más tarde, sobre las 6.30h, cuando el agua ya había bajado considerablemente, pudieron salir de allí. En el caso particular de su empresa, de la que prefiere no decir el nombre, les ofrecieron a todos los trabajadores que se alojaran en alguno de los hoteles de alrededor para descansar. «El trato de mi empresa fue excepcional, se preocuparon en todo momento de nosotros y nos dieron todas las facilidades del mundo», asegura.
Se desplazaron hasta el hotel Ibis, pero como era de esperar, también había sufrido los efectos de la DANA en sus instalaciones y tenían todas las habitaciones ocupadas. Aunque sí que les pudieron ofrecer la poca comida y bebida que todavía conservaban en buen estado. Un gesto que agradecieron infinitamente y que quiere recalcar Martín.
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Al no poder quedarse allí, no les quedó otro remedio que intentar volver a casa. «No sabíamos si íbamos a poder salir de allí porque las carreteras estaban totalmente destrozadas, pero decidimos intentarlo», explica. Cogieron los únicos dos coches que se habían salvado, el de él y otra compañera que también lo movió de sitio, e intentaron volver a casa.
Lo hicieron por una A-3 prácticamente irreconocible. Coches amontonados como si fueran piezas de lego, mobiliario destrozado y gente andando por las carreteras que parecía que venía de una guerra. Fue en ese momento cuando finalmente pudo contactar con su madre. Después de varios tonos de llamada, el llanto de su madre le hizo ver la realidad de la situación. «Creo que hasta ese momento estaba en shock y no era realmente consciente de la magnitud de la tragedia», asegura.
Durante el largo trayecto a casa, a la que llegó sobre las 11.00h, le costaba reconocer el paisaje de una Valencia que quedó totalmente anegada hace justo un mes. La tristeza y el fango invadían toda la ciudad. Una ciudad que, a día de hoy, sigue luchando por volver a renacer.
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