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María Reche vive con el pavor metido en el cuerpo. Los ojos se le llenan de lágrimas, apoyada en el quicio de la puerta de ... su casa de la calle Málaga de Catarroja, cuando cuenta la situación límite que está viviendo desde el pasado 29 de octubre. Y para mostrarlo gráficamente, enseña, en la planta baja donde hasta hace tres semanas vivía su hermano y su cuñada, un gran boquete de dos por dos metros y por el que se podría entrar a la vivienda de al lado. María Reche ocupa la primera planta de la casa familiar donde nacieron, donde han vivido toda la vida, separada con los años para que los dos hermanos pudieran tener una vivienda cada uno. Abajo, José Miguel, que tuvo que buscar refugio arriba, con su hermana mayor, cuando el agua comenzó a subir el nivel, cuando la luz se fue y por la calle los coches flotaban arrastrados por la corriente y escuchaban golpes ensordecedores y ruidos inquietantes. «Al bajar al día siguiente nos dimos cuenta de que la pared se había caído». Al otro lado del agujero, una construcción que lleva abandonada desde hace veinte años, cuando se murió la señora que la habitaba, y de la que los herederos no se han hecho cargo.
El problema más importante es que la casa abandonada amenaza ruina inminente. «Se cayó la viga central, y ahora tenemos miedo de que si la vivienda se viene abajo, también lo haga la nuestra», dice María, que apenas ha podido dormir en estas tres semanas. «Cada vez que escucho un ruido por la noche pienso que nos vamos a hundir, que todo se derrumba».
Dicen que el aparejador del Ayuntamiento ha estado allí, también bomberos de diferentes partes de España han podido ver la casa. «Nos aconsejaron que consiguiéramos unas vigas para apuntalar, y yo me fui a recorrer el pueblo buscando, pero nosotros no podemos ponerlos. Somos mayores, y nadie nos ayuda».
María está muy angustiada por ella misma, también por su hermano, con problemas de salud, y por su marido, operado del corazón. «Él tiene una pensión pequeña, si quieres te la enseño, que a mí no me gusta decir mentiras», dice llorosa. «Yo me he pasado la vida arrodillada limpiando y no cobro nada, y ahora necesitamos, más que nunca, que alguien nos eche una mano», reclama María, mientras sus vecinos escuchan una historia que también les preocupa. «Es que si se cae la casa también puede hacer daño a alguien que pase por la calle», asegura una vecina, que es prima de María. A su lado, una joven lleva un bebé en brazos. Tiene dos hijos más que todavía no han podido volver a la escuela, y pululan por allí.
«Comemos por turnos porque tenemos miedo de estar al mismo tiempo en una zona que quizás se derrumbe», asegura esta mujer de 69 años, que se ha sentido abandonada por las administraciones desde el primer momento.
Lo que se ve por el gran agujero abierto a la casa vecina es un nido de suciedad que se ha ido acumulando durante las dos décadas en que la casa ha estado abandonada, agravado además por la crecida del barranco. «A saber qué hay ahí», teme José Miguel.
Todavía recuerda el miedo que pasó aquella tarde del martes, cuando el agua entró en casa como una tromba. Se acuerda cómo tuvo que salvar la vida en casa de su hermana. En el camino lo dejó todo atrás, y, por no tener, ni siquiera ha podido salvar la ropa interior. «Lleva de mi marido, pero no tienen la misma talla». Una furgoneta con ayuda humanitaria que llega desde Dénia se detiene en mitad de la calle y les ofrece algunas cosas. «Estamos comiendo lo que nos dan, es que nos hemos quedado sin nada», dice José Miguel, aliviado porque al menos tiene a su hermana.
En su casa todavía se ve en las paredes hasta dónde llegó el nivel del agua acompañado de lodo. Se nota que han limpiado el suelo, donde se atisba el terrazo, aunque lo que sale del boquete no ayuda a mantener limpia la estancia. Apenas una cinta policial medio suelta impide el paso a la casa contigua. Ni hablar de volver a habitarla, de volver a llenarla de muebles y electrodomésticos, al menos hasta que puedan sentirse seguros bajo su propio techo. «¿Sabes la sensación de tener miedo de morir en tu propia casa, un día tras otro?». María les ha pedido a sus nietos que no vayan a verla. «¿Y que les pase algo? No viviría».
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