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Angelita, sentada en el único colchón que ha quedado seco en su casa de Sedaví. TXEMA RODRÍGUEZ
Vivir entre lodo y humedad

Vivir entre lodo y humedad

Muchas familias se aferran a lo poco que les queda para seguir en casas con malas condiciones higiénicas mientras un olor nauseabundo se extiende por las calles

Domingo, 3 de noviembre 2024, 01:13

En casa de María Ángeles Ribes, la humedad se mete en los huesos y parece corroerlos, como un enemigo invisible e implacable que ataca sin avisar. María Ángeles vive junto a su marido, su hijo y su madre en una preciosa planta baja de Sedaví, muy cerca de la plaza Jaume I, el centro neurálgico del municipio. Tuvieron algo de suerte, porque el agua alcanzó medio metro -en otras plantas bajas del municipio llegó a superar los dos metros- y eso les ha permitido salvar algunas cosas. Por ejemplo, la televisión. O un colchón, medio seco por arriba, y que es el único que les ha quedado en toda la vivienda. El lodo está por todas partes, mezclado con la ropa, con los muebles y parece incrustarse hasta en las paredes. María Ángeles enseña la cocina, donde todos los armarios, y su contenido, están llenos de barro. Una lavadora está en marcha pero no hay nevera.

Y en estas condiciones vive esta familia, que lleva cuatro días limpiando. «Estamos muy cansados, casi no podemos dormir y la humedad empieza a notarse». Las condiciones comienzan a ser insalubres, malviviendo, y María Ángeles está preocupada por su madre, Angelita, que tiene noventa años. «No para de llorar porque me quiere ayudar y no puede», asegura María Ángeles, que sabe que la mayoría de los muebles que todavía están en la casa tendrá que tirarlos. «Pero es que lo he perdido todo, el restaurante, los coches, y me aferro a estas cosas...».

Mientras su hija va relatando, Angelita camina despacio por la casa porque no ve bien; no encuentra un lugar donde sentarse. Sólo puede hacerlo en el colchón, mientras a su alrededor se amontonan las cosas que sí se han podido salvar. En la planta de arriba, que no está habilitada como vivienda, duerme en un colchón en el suelo su hijo.

Cómo salvar la vida por sólo unos segundos

María Ángeles se salvó por dos minutos de la riada, ya que se encontraba en ese momento sacando su coche del aparcamiento subterráneo de la plaza Jaume I, donde estaciona su vehículo. «El coche flotaba, y pude salir con la ayuda de un señor que se agarraba a lo que podía». Se subió a un macetero de la plaza, y cuando vio que ahí también iba a llegar el agua, nadó entre los coches hasta llegar al casino, donde se habían refugiado numerosas personas. No sabe qué habrá pasado con aquellos a los que le faltaron esos minutos que la salvaron a ella.

María Ángeles enseña cómo los muebles que todavía siguen en la vivienda están sobre una capa de lodo, que va penetrando en la madera, pudriéndola inexorablemente. Este es uno de los principales problemas con que se encuentran las personas que no tienen otro lugar donde ir, que viven en plantas bajas sin un primer piso al que subirse, y que se aferran a los pocos enseres que les quedan. «Esta vivienda la compré hace 26 años», dice con una pizca de orgullo, porque es cierto que la casa es preciosa, amplia, con un patio ahora lleno de ropa para tirar, y con los azulejos cubriendo las paredes, ahora con la siempre presente marca de lodo.

El bajo está en una calle muy próxima a la plaza Jaume I de Sedaví, donde unos bomberos forestales trabajan para bombear el agua que todavía inunda el aparcamiento. Y el olor a humedad que había en casa de María Ángeles se convierte en un olor nauseabundo que lo va impregnando todo. La bomba con la que extraen el agua marrón que llega hasta el techo de la primera planta del aparcamiento baja demasiado lenta, y un bombero preparado para rescates acuáticos avanza lentamente por la rampa para examinar el interior. El aparcamiento municipal de Sedaví, que tiene dos plantas, es uno de los lugares que todavía queda por examinar. «No se sabe qué puede haber ahí abajo». Como ocurre con otros tantos parkings anegados cuatro días después de la tragedia.

Entre los voluntarios, la mayoría han hecho caso a las recomendaciones que empezaron a llegar ayer y llevaban mascarillas, porque el ambiente se empieza a notar algo denso, pesado. El calor no ayuda, ya que a pesar de que ya ha comenzado el mes de noviembre, el sol pega con fuerza a mediodía.

María Ángeles sabe que en algún momento tendrá que tirar todos los muebles para poder secar bien su casa. También quienes todavía ven cómo las paredes rezuman barro, donde la humedad se mete hasta en el alma.

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